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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Desde el Llanete de la Cruz [Pepe Cantillo]. Mostrar todas las entradas
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jueves, 10 de septiembre de 2020

  • 10.9.20
Si miramos con atención nuestro entorno, sobre todo el generado por la información interesada que suavemente nos va indicando la entrada del redil, podremos entender ese mecer la cuna para que no nos invadan los miedos ni la inquietud que planea sobre este mundo en el que vivimos. ¿Catástrofe, inseguridad…? Cierto olor a muerto parece que sobrevuela por encima de nuestras cabezas. El impacto de la crisis, cada día que pasa, se hace más evidente.



¿Nos estamos volviendo hipocondriacos? Es posible que sí, al menos en una parte de la población, mientras que otra sigue el eslogan del “carpe diem” que invita a aprovechar lo más posible lo que nos ofrezca el día a día. Pensar en el futuro es sufrir por lo que pueda venir. El mañana es el minuto siguiente que se descuelga del reloj. Vivamos el presente

Dicha postura tiene parte de sentido dentro de lo normal, pero no deja de ser evidente que la inseguridad nos rodea, que hay en el ambiente cierta cantidad de miedo que oprime a buena parte del personal… Dicha actitud asfixia a la mayoría de la población.

Toda esta introducción viene provocada por un grito de alerta que discurre monótono y tozudo como el eco: “todos somos importantes, todos debemos arrimar el hombro” para salir de este berenjenal. ¿Cómo? Estamos ante la pregunta del millón.

Se hace necesario cultivar la responsabilidad personal para transmitir seguridad a los demás. El respeto mutuo es de vital importancia para todos. La generosidad –en el sentido más amplio de la palabra– debe alimentar la convivencia diaria para facilitar la colaboración entre nosotros. Todo ello requiere de una gran dosis de autoestima que nos da seguridad y facilita movernos en tales valores éticos. Busquemos ante todo la verdad que ladinamente nos está camuflando.

Busquemos la senda de la verdad para que las toneladas de mentiras sobre mentiras que han aplastado el día a día sean clarificadas. En el transcurso de los meses que llevamos hasta ahora de este año maléfico y virulento por obra y gracia del maldito virus se han propalado mentiras hoy que mañana serán verdades; falsedades de ayer se trasmutan hoy en propuestas creíbles. El tema es grave. Como ejemplo, recuerdo el “8 de marzo”.

Me pregunto si del encierro vírico hemos salido más purificados y mejores personas. Delicada pregunta. Con seguridad, podemos afirmar que buena gente siempre hay, pero no podemos obviar que también hay cantidad de ejemplares no tan buenos. ¿Dónde? La habilidad para disfrazarse de lobo en cordero es portentosa.

Cuando hago referencia a mejores siempre estoy pensando en una sociedad en la que el conjunto de sus componentes, cada grupo, intenta arrimar el hombro en pro de un vivir menos angustiado. Puede, eso parece mostrar la realidad, aunque los extremos cada vez se radicalizan más. Bajemos a la realidad.

Los rebrotes víricos aumentan cada día que pasa. Una parte de la sociedad tiene miedo a caer en las redes del contagio. Otra buena cantidad de personas sacan pecho, se imponen al miedo y se enfrenta al día a día sin pensar en los posibles encontronazos que pueda ofrecer el entorno. Y da la impresión de que existe un amplio bloque, no importa la edad, que se ha tirado al río desafiando al monstruo e incluso provocándolo con total descaro.

El racimo humano, para mi corto entender, está compuesto de viejos decrépitos y achacosos que no desafían a la muerte pero que no están muy lejos de ella por razones evidentes. Otra parte del personal vive y actúa “a la buena Miguel”, es decir, hacen lo que le parece sin orden ni concierto.

Pensemos que es necesario vivir el día a día, compartirlo con los demás, sobre todo con aquellas personas que están abandonadas a su suerte. Si usamos la capacidad de razonar veremos cómo surge una potente necesidad de implementar valores que puedan llegar a los demás. Unas líneas más atrás he citado algunos que me parecen de primera necesidad.

Me refiero a la tan traída y llevada solidaridad a la que es necesario añadir un marcado respeto por el prójimo y que deberá poner en marcha una sobredosis de responsabilidad, entrega generosa y generosidad desprendida. Podemos resumirlo en esa lacónica frase que reza “yo por ti, tú por mí”. Sería interesante y enriquecedor reinventar valores como la confianza, el respeto, la empatía y, sobre todo, aquellos que favorecen la tolerancia, la igualdad y la justicia para fortalecer la vida en común.

Las personas más afectadas por la debacle socioeconómica, una vez más, son las de 40 años para abajo. Al parón económico acaecido en lo que va de año habría que añadir los coletazos no muy lejanos de otros momentos de crisis que les cogieron en el camino.

¿Cómo podrán organizar su vida y la de los suyos? Difícil pregunta y penosa respuesta. Puede que bastantes de ellos consigan guarecerse en un rincón del tronco familiar que una vez más tendrá que apretarse el cinturón para darles al menos, de comer a hijos y nietos.

A ese tipo de grupo necesitado suelo llamarlo con algo de pena “becarios de pensionistas”, frase que ya he utilizado en otras ocasiones pero que creo resume bastante la situación. La frase aparentemente es simple pero no deja de encerrar una dura realidad: los padres, muchos de ellos, además de ejercer de abuelos, tienen que estar al quite ayudando al conjunto de hijos y nietos.

No hay duda de que el mejor momento de la vida sea la etapa juvenil. Dicho vivir discurre por una orilla pensando en cómo organizar el futuro entre trabajo, familia y el disfrute vital. Y, de golpe y porrazo, mayores y jóvenes tropezamos con un muro que nos limita y aprisiona, que machaca todas las ilusiones.

En nuestro caso es el virus que se está llevando por delante esperanzas, trabajo, momentos importantes de la vida, muertes… En definitiva, la llamada normalidad en la que vivíamos se ha rajado en mil pedazos. Todo se ha descolocado. Pues ¡a la mierda…, quiero vivir!, puede ser el efervescente alarido de la sangre de muchas personas, sobre todo de la juventud.

Me viene a cuento el contenido publicitario de un producto. “Tómate la vida más a la ligera” es el eslogan de una marca de mayonesa. Es indudable que se refieren a la posible bondad del producto y, por lo tanto, remata transmitiéndonos que dejemos de lado la presión, el estrés, los complejos y gocemos del sabor de Ligeresa, que además viene en un envase cien por cien reciclable.

Añado algunos eslóganes más que circulan suaves pero insistentes en el ámbito de la publicidad. “Lo bueno no es caro”; “la vida se vive bailando”; “sigamos haciendo las cosas buenas que hemos aprendido”. Sugerente, bonito… pero la vida en el día a día no es una salsa y sí un conjunto de mendrugos de pan difíciles de masticar.

Quiero creer que todo ello nos llevará a un nuevo paradigma, a la conciencia de que trabajar es un lujo, de que salir de casa es un privilegio, de que hay que disfrutar de la vida que pasa demasiado rápida, salir, reír, amar, disfrutar de los amigos y de nuestros mayores y restar importancia a aquello que no la tiene.

El futuro es incierto, pero unidos todos, podremos superarlo. El coronavirus no ha distinguido entre ricos y pobres, ideologías, nacimiento o condición. Todo ello ha despertado un sentimiento de empatía y solidaridad que no puede perderse.

Cierro con una cita de la filósofa Adela Cortina. A la pregunta "¿Quién educa?", ella responde: “familia y escuela, ayudados de la sociedad y organizados desde el Estado, no dirigidos ni obligados. El Estado, esté quien esté ideológicamente en el poder, está para indicar por donde debemos marchar…En pocas palabras el Estado está a las órdenes del pueblo, no el pueblo a los intereses políticos y menos ideológicos”. El tema da para mucho.

PEPE CANTILLO

jueves, 27 de agosto de 2020

  • 27.8.20
Querido Teo, para finales de este mes de agosto está prevista tu llegada a la estación de la vida. Calculando el tiempo transcurrido, debiste acurrucarte en el vientre materno muy calladito, sin hacerte notar, para crecer milímetro a milímetro hasta el día que te tocase abandonar tan cómoda estancia. Llegar a la estación de la vida es todo un evento.



Para la mayoría de humanos, la vida antes de nacer es un misterio que nos acompaña como una gran interrogante hasta que más tarde salgamos de este “valle de lágrimas” porque, según algunas creencias, existe otro mundo maravilloso donde todo es alegría y felicidad. Te diré que todas las religiones sueñan con dicho paraíso que no es al que estás a punto de llegar. La pregunta es: ¿por qué no ir directos a dicho edén?

Teo, la vida antes de nacer se inicia en el seno materno a partir de un abrazo vital, nunca mejor dicho, entre tus progenitores. Desde ese momento, un espermatozoide y un óvulo se funden en otro abrazo que generará al nuevo ser, en este caso tú. Digamos que los padres plantan un arbolito que poco a poco se irá desarrollando, primero en la intimidad materna para después salir al sol de este mundo.

La pena es que de ese encuentro y de la ulterior estancia no recordamos nada; tampoco de la vida fetal ni del momento de nacer. Hay quien dice que dichas vivencias emergen más tarde en la vida adulta. Chico, reconozco que no lo sé. Hay quien dice que “cada ser que llega a la estación terrenal trae consigo su historia, sus miedos y anhelos”. También se dice que cada nuevo ser viene con un pan bajo el brazo (¿?).

No lo sé, Teo. Se dicen tantas cosas… Con alguna certeza sí que podemos afirmar que esta vida se inicia con la fecundación como momento clave que permite emprender el inicio del proyecto personal. ¡Bienvenido seas!

De momento, esto es solo un adelanto de lo que irás aprendiendo conforme vayas siendo mayor y tu capacidad de comprender a las personas, junto con las cosas que nos rodean, te permita interiorizar momentos, emociones, éxitos y fracasos, de los que también se aprende, aunque digan que no, máxime si solo defienden un eterno y falso mundo feliz.

El valor de la vida está ligado a momentos cargados de felicidad, de alegría, de placer y, a la par, de sufrimiento que puede traernos un dolor hiriente, una enfermedad, la pérdida de personas queridas, un tropezón con las piedras del camino. Éxito y fracaso, te repito, también educan y nos hacen más fuertes.

Para la mayoría de humanos, la vida antes de nacer es un misterio que nos acompaña como una gran interrogante hasta que llega el momento de salir de este mundo, es decir, de terminar esta vida. Quizás esa salida a la eternidad, que te confieso desconocer dónde se encuentra, podría darnos alguna información. Otro misterio más que se ciñe a nuestra cintura.

Desde las religiones, te repito, tanto la llegada como la marcha final son una incógnita. Teo, nacer es un compromiso que tú no has pedido y en el que ya estás implicado. Hay quien dice que sí lo has deseado, pero no me lo creo. Otros dirán que así lo quiso Dios. Siempre el misterio envuelve dicho momento.

Nacer y vivir comporta aceptar reglas establecidas y unos valores que nos engrandecen como sujetos y nos proyectan hacia los demás para compartir amor en el más amplio sentido de la palabra; primero con los seres queridos y, a continuación, con quienes nos rodean y están dispuestos a dar y recibir cariño, porque necesitamos de la generosidad de cada sujeto que llega a ella.

Posiblemente nacerás con cierto deje de pereza, dado que la mansión materna siempre será el lugar más cómodo para ti. Desde esa morada te deslizarás hacia un mundo en principio nuevo, extraño y poco a poco, arropado por la energía materna, asomarás tu curiosa cabecita buscando las estrellas y los ojos de tus progenitores. La vida te irá invadiendo poco a poco.

Se trata de nacer para vivir, pero también vivir para nacer día a día. El primer escalón –para vivir– comporta crecer como individuo singular recibiendo de los padres, de la familia, unas directrices que te indicarán parte del camino. Tú darás unos sollozos suaves hasta quedar arropado y tranquilizado en los brazos acogedores de la madre.

Quizás en ese “dar” esté el gozne que nos amarra a los demás. Se nace para amar, para ayudar, para compartir, para ser responsable tanto como libre; para dar lo que se pueda a los demás, para crear lazos de amistad, generosidad, solidaridad y, sobre todo, respeto.

En la estación de llegada te esperan contadas y escogidas personas. El resto esperaremos a que nos den noticias de la llegada y, sobre todo, saber si estás bien. Mientras tanto, tú solo verás diversos y extraños seres que se te parecen como humanos que somos. No tengas miedo: todos te queremos y, por eso, estamos pendientes de tu llegada.

Te aguardan con impaciencia tus padres, tu hermana Vera, tus tíos, tías, primos y los “abu”, que te adoran lo mismo que a tu hermana. Solo podemos prometer cuidarte, ser generosos contigo en mimos y sonrisas y el deseo de poder acompañarte un trecho del camino de tu vida.

Vamos a lo personal. Te imagino moreno con unos ojos negros sembrados de estrellas que derramarán una sonrisa dulce robada a ese supuesto y desconocido más allá que has dejado. Nunca pierdas esa mueca relajada que nos acompaña el nacer. Te imagino generoso y cargado de misterio como “secreto muy reservado y de importancia” para parecerte a tu padre, que todo lo resuelve, cuando no tiene respuesta, con un ¡misterio!

Tu nombre en la actualidad se identifica más con un personaje de libros infantiles que con el significado original de dicho nombre. Supongo que cuando llegues a dominar las palabras te preguntarán si te llamas como el “Teo del tebeo”.

Tu hermana, que es muy curiosa y predispuesta, te lo mostrará por doquier. Curiosidad. Teo es un municipio coruñés con un entorno agradable e interesante. Si te gustase viajar y te pica la curiosidad, podrás visitarlo cuando seas mayor.

¿Cuál es el origen de tal nombre? Te lo puedo explicar para que estés preparado. Teo es un nombre de origen griego relacionado con la religión y con el amor al prójimo. Significa “dios” y hace referencia a “la presencia de Dios” o “a quien Dios cubre con su presencia”. Posteriormente fue asumido por el cristianismo.

Dicen que los portadores de este nombre son agradables, amables y dulces. Esperemos que tu vida se mueva por dichos senderos. Dicen, a toro pasado, que la forma de ser de una persona está marcada de antemano por su nombre. Esto es una especie de indicio que no tiene por qué cumplirse, igual que los horóscopos. Pero hagamos una excepción.

Vamos con algo importante. Haciendo una foto psicológica de la personalidad de los llamados Teo, dicen que son sinceros y muy dóciles, nobles, que buscan que las personas que les rodean se sientan bien y felices en la medida que puedan colaborar a ello. El respeto junto a la honradez son los valores que más le interesan. Te recuerdo y te prevengo que si hay algo importante en este mundo, en primer lugar está la familia y, después, las amistades.

Tu onomástica, en caso de que quisieras celebrarla, es el 23 de enero. Te diré que en la actualidad se celebra más el día de nacimiento que el llamado "santo". A lo largo del camino te irán guiando en un sentido u otro, para que seas tú quien elija la festividad.

Existe la costumbre de abreviar los nombres o alterarlos cariñosamente. Por ejemplo, Juan suele cambiarse por Juanito. Pepe, por Pepito o Pepillo, que así me llamaba mi “papagüelo” José. En tu caso lo tenemos difícil, pues Teo es un nombre tan cortito que poco se puede cambiar. "Teín" o "Teíto" ya sonaría raro.

Bienvenido a este mundo, aunque, en estos momentos, está algo revuelto. Atravesamos una etapa cargada de incertidumbre, enfermedad y muertes. Un virus nos maltrata por doquier. Tu generación está bautizada como la “Generacion Covid”. Te protegeremos en todo momento para que seas feliz pero sin hacer daño a los demás.



No te canso más, pequeño. La vida se inicia con la gestación y termina con la muerte. Duremos el tiempo que duremos, cada día nacemos un poquito más al percibir y descubrir una serie de elementos que nos rodean y hacen que enfoquemos nuestro caminar por un sendero u otro. A la par, día a día, nos vamos desprendiendo de un poco de vida que furtiva se escapa de los rincones del cuerpo.

Pero no te asustes, siempre podrás gozar de los seres queridos que rondarán tu jardín buscando una sonrisa de amapola desprendida de tus labios. La foto que adjunto es de tu padre. Me encanta esa amapola navegando solitaria en un supuesto mar de trigo bailarín y fértil. No tardes más en llegar.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO

jueves, 13 de agosto de 2020

  • 13.8.20
Tenía intención de escribir para esta semana unas líneas menos serias y alejadas del coronavirus, tema que, de tanto oírlo, nos tiene ya aburridos. Pero la situación hace que vuelva a la carga. Incluso he dejado en el tintero material casi terminado sobre la mitomanía y los mitómanos, sobre el narcisismo. En definitiva, sobre valores que es necesario desarrollar para poder convivir dentro de este país cargado de recelos y rencor que, a veces, llega al odio y cuyas llagas reabiertas están supurando un pus maloliente y desde luego peligroso. Poco a poco las heridas se han emponzoñado.



En dicho caldo de cultivo surgen noticias que inquietan –y a la par aterran– relacionadas con la pandemia y el desastre que, día tras día, desde que oficialmente se reconoció como amenaza, está dejando importantes secuelas. A dicha debacle humana hay que añadir una seria caída económica y un descoloque del personal. Me refiero a la confirmación de ciertas actitudes que podemos calificar de peligrosas o tal vez de ¿pérfidas?

Este domingo pasado la sorpresa pudo conmigo. Al entrar en la prensa digital para dar un repaso rápido al panorama, quedo estupefacto por una serie de noticias gravemente negativas. La sorpresa me hace escudriñar más despacio dicha información puesto que, como bien es sabido, los bulos corren desesperadamente por el amplio y extenso prado de las redes sociales –a veces prado, a veces estercolero– y también por determinados digitales. Me refiero a las llamadas noticias falsas (fake news) que enredan al personal y, de paso, desvían la mirada hacia otros horizontes.

Ante la duda y la desconfianza reviso más despacio buscando poder confirmar dicha información. Mi sorpresa queda apabullada al enfrentarme con titulares parecidos en unos y otros digitales. Es más, acudo al Telediario de La 1, en Televisión Española, y ya terminan de machacar dicha sorpresa. Las noticias son ciertas y moralmente siniestras.

Acude a la memoria aquella frase de un amigo que cité en un artículo pasado y me dio cancha para desarrollar un poco el tema. Suave pero tajante, decía que no nos veríamos de momento porque “no quiero contagiarte”. Él, que yo sepa, no estaba contagiado, solo era precavido. Me sonó duro pero dicha dureza está confirmada por la realidad que estamos viviendo.

Los contagios rebrotan por doquier. Las causas son varias y variadas y si observamos el panorama con cierta amplitud de miras, entran dentro de una lógica afectividad robada. Como ejemplo pensemos en bodas, cenas familiares, cumpleaños, celebraciones varias, todas ellas cargadas de buena voluntad, de cariño contenido, de amor profundo en el sentido grande y amplio del término, pero no exentas de posibles contagios. A los hechos me remito.

Frente a ese deseo de compartir tiempo con la familia, de ver a los amigos, de intentar disfrutar, pese al peligro vírico, estando en juego la salud de todos, nos impulsa el estar con la familia, los amigos, a los que la pandemia nos ha condenado a estar separados.

Las normas están encima de la mesa y son para cumplirlas. Mascarillas, desinfectantes, limpieza higiénica de manos, distancia prudencial en playas, bares, evitar el contacto personal por muchas ganas que tengamos de repartir besos y abrazos… Son parte del equipaje de estos momentos que la mayoría de la población hemos aceptado con mejor o peor ánimo, pero son necesarias por nuestro bien.

Entro en la razón de estas líneas y cito algunos titulares: “Las quedadas para difundir el virus”, reza un titular de 20 minutos. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Creación de alarmas? ¿Un bulo más? En ABC aparece: “Las fiestas del Covid: «descerebrados» que tosen en los vasos para contagiar a los demás”. Entran escalofríos.

Otro titular de pánico. “Desalojan una playa de Tenerife donde habían quedado 62 personas para propagar el coronavirus”. “Los asistentes habían sido convocados a través de las redes sociales”. ¿Premeditación y alevosía? Noticia que también apareció en el Telediario de La 1 de TVE. ¿Nos hemos vuelto locos?

Otra perla. Beber a botellón y después espurrear la bebida sobre el público, amén de pasar la botella de boca en boca, es un amago de suicidio. En dicho evento musical había mogollón de gente que pudimos ver a través de varias cadenas televisivas. Recordemos que “no hay juventud sin riesgo”, pero eso es lo que hay.

Paréntesis. El significado de "mogollón" puede ser “gran cantidad o gran número” (de algo); también “holgazán o gorrón”, pero no se refiere para nada a personas. Admito que dicha palabra referida a personas no me cuadra…

¿Qué juventud hemos formado, qué educación han recibido en casa y en la escuela para no respetar y defender la salud propia y del otro? ¿Qué castigo se debe aplicar a quien atenta contra la salud y la vida de otros? Un detalle curioso: es impactante el anuncio publicitario que va desde los grados de una cerveza a los grados del crematorio. Parece ser que cierta juventud tampoco ve la televisión…



Todo esto está desconcertando al resto del personal. Leo en ABC que "somos un país incapaz de controlar la epidemia". Vamos a la deriva y una de las graves consecuencias, además del aumento de contagios, tanto en viejos como personas de mediana edad, es el frenazo de la economía en general. Y, por si éramos pocos, desde el resto de Europa vetan el turismo y se destruye una de las fuentes de riqueza a la que no habíamos prestado atención, porque simplemente estaba ahí.

La realidad de fondo de este socavón es preocupante. “Cataluña aumenta el número de contagios y Andalucía dobla el numero de ingresos en la UCI”. Acercándome a El Confidencial entresaco literalmente el siguiente titular del periodista andaluz Javier Caraballo: “Virus y botellón, ¡prohibamos lo prohibido!… Si esas nuevas formas de relación social estaban prohibidas es porque se las consideraba intolerables para la convivencia ciudadana”.

Noticia reciente en las Noticias de Antena 3: “aumentan los contagios e ingresos de personal menor de 30 años”. La información cuadra con la cita anterior. El asunto no es algo baladí ni por el contenido ni por la forma. A los hechos me remito.

¿Intento de criminalizar a la juventud? No creo, pero sí de llamar a un comportamiento social valedero para todos. Con anterioridad hemos enarbolado la bandera de la solidaridad y una cierta entrega hacia los más desfavorecidos por las circunstancias virales. Muchas personas siguen necesitando del otro. Es el momento de poner en marcha valores como la confianza mutua, el respeto, la asertividad, la empatía…

¿Para qué sirvió el encierro cuando unos meses después de salir del mismo parece que la situación es aun más grave? ¿Tal vez la forma de desescalada no fue la acertada? Estamos ante un obstáculo que solo se aminorará con nuestra ayuda. Provocar al virus es una locura por parte del personal. No nos enfrentamos a un monstruito de Disney que una vez apagado el televisor lo mandamos a dormir. Éste no duerme.

Me hago eco del título de la canción Yo por ti, tú por mí que, además, se ha convertido en un proyecto sin ánimo de lucro para colaborar con los pequeños comercios. No deja de ser interesante. Voy más lejos buscando un espacio abierto a la entrega, a la ayuda, a compartir con el prójimo el pan y la sal para andar juntos el camino que nos ofrece el momento vital en el que estamos. Hay que seguir el camino aunque tenga piedras.

PEPE CANTILLO

jueves, 30 de julio de 2020

  • 30.7.20
Empezamos la aventura que estamos viviendo con algo de retraso y, para colmo, poco a poco se ha ido filtrando la idea de que el peligro ya se está alejando. Estamos más bien equivocados. Si decimos que lo peor de dicha aventura ya pasó puede que cometamos un serio error que nos pondría al borde del precipicio, por supuesto sin darnos cuenta.



O mejor, siendo muy confiados supondríamos que no nos coge y, dentro de cierta lógica, solo cabe decir que el incidente no me ha pillado de momento, por suerte. Han pasado ya más de cien días (135) desde que la autoridad competente nos confinó y casi 200 desde que la presencia vírica empezó a dar señales de su maldad en España. Pensemos que el virus es volandero y en cualquier momento podría retomar con furia lo que se le quedó atrás. Los rebrotes aparecidos hablan por sí solos.

Bien, dicho lo dicho, estamos en la segunda etapa de este maléfico incidente y, de momento, solo podemos contarlo. Nos han inoculado, a la chita callando, una sobredosis tal de optimismo que el miedo ha sido arrinconado y, en esta segunda fase, las ganas de volar son tan fuertes que hasta desafiamos al diablo.

Para seguir alimentando dicho optimismo y movernos dentro de una cierta placidez, “las fuerzas superiores (el Gobierno y sus frentes individualizados)” desde sus respectivos pedestales, nos han puesto en marcha una gama de ventiladores psicoemocionales que refrescan posibles miedos y el sofoco que ello pueda provocarnos.

No olvidemos que cada bloque de los mandos superiores va a la suya y casi por libre desde un marcado postureo, es decir, desde una “actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción” (sic). Prueba fehaciente nos la ofrecen los diversos derroteros por los que discurren unos y otras.

La razón de tales ventiladores es distraer al personal y evitar que, de un acceso de ira, le dé un calentón de protestas ante posibles fallos, bulos o mentiras y pueda hacer y hacerse daño. Ejemplos de tales distraimientos, por parte de unos y otras, hemos sufrido una buena cantidad en el plazo de los últimos siete meses. Me atrevería a resumirlo en aquella canción infantil “ahora que estamos a tiempo, vamos a contar mentiras. Por el mar corren las nieves…”.

El por qué de los ventiladores. Se activan sobre todo para cargar contra el enemigo y distraer o despistar a los fieles. Frente a los errores, cambios de pareceres de la autoridad, fallos varios, un buen ventilador refresca el cabreo ciudadano.

Digamos que están siendo muy cucos al aventar noticias que no van a solventar nada pero distraen de los problemas esenciales (muertos, residencias, mascarillas, crisis económica, paro, existencia de pobreza y líos mil…) que ha dejado el virus y, a la par, cabrean o indignan al sometido pueblo que es la única y verdadera razón de todo este embrollo, ofertándole descaradamente un blanco.

Surge una pregunta tonta: ¿pero no es más urgente y necesario sanear el terreno de bichitos demoledores que nos abocan a las puertas del cementerio además de arruinar la economía? Eso también, pero metamos bulla con otra serie de problemas propios del mangoneo de determinados sectores carcas o fachas o, simplemente, poco simpatizantes con la autoridad defensora de la nueva democracia.

Como ejemplo pueden valer algunos asuntos muy serios. En primer plano pongamos el tema del Rey Emérito que, desde luego, no es una apetecible sopaipa y, por tanto, queremos justicia. Es necesario entrar a fondo, cuando se pueda, e hincarle el diente a UN tema que ya es viejo, pero interesa traerlo a la pantalla ahora para calentar motores.

Metidos en faena sigamos aventando el estercolero de los Bárcenas y amigotes del PP que están hasta el cuello de mierda olorosa. Hay más. Machaquemos a todos aquellos que piensan de forma distinta a nosotros. ¿Pensamiento único? Bueno…

Otro ventilador puesto en marcha la semana pasada –pero creo que se desenchufó muy rápido y casi solo– atañe al tema Pujol “and company”. Es un asunto que sale de cuando en cuando –da la impresión de que está programado para aparecer en momentos cruciales– y se esconde solo. Está claro que los deseos de resolverlo no aparecen.

Respuesta clara: "Es que estamos ante un problema de la Justicia", nos podrán decir desde distintos frentes. Ante dicho argumento hay que responder: “amén”. Como la memoria está bastante saturada de asuntos de este tipo y como prensa –lo que se dice prensa– se lee poca, pues que siga su camino el tema.

El titular de El País con fecha 19 de julio pasado, es elocuente: “Los Pujol, historia de 20 años de corrupción en Cataluña”. Esto parece el cuento de Blancanieves y los siete enanitos, dado que siete son los hijos. Hago referencia a este ventilador porque cuando lo cité aparecía como novedad.

En el artículo De oca a oca aludía al Centro de Estudios Jordi Pujol del que dependía “Edu21” como iniciativa dedicada a la Ética y a la promoción de valores en educación. El proyecto funcionaba “para mayor gloria de Él”, adaptación libre por mi parte del lema jesuítico “ad maiorem Dei gloriam”. Estamos ante “un engaño de 34 años”. Eso sí, la iniciativa Ética servía para aparecer “peinao y bien lavao”.

Otro ventilador que tampoco se ha puesto en marcha en estos días. ¿Recuerdan el tema de los ERE de nuestra querida Andalucía? El asunto está “sub judice” y no hay nada que decir. Silencio absoluto. Es normal dado que dicho peñasco es de mi partido y no se debe tirar piedras sobre el propio tejado. Amén.

En el artículo ERE que ERE hablaba largo y tendido de la lacra de la corrupción y citaba al escritor y pensador José Luis Sampedro, que decía: “hay corrupción porque hay hombres en venta y otros dispuestos a comprarlos”. ¡Está todo dicho!

Indudablemente, si el Gobierno fuera de otro color está claro que enchufaría otros ventiladores para desviar el posible fuego que pueda salir del pueblo. Muchos españoles esperábamos más del Gobierno socialista pero los vientos han ido por otros senderos buscando tal vez entronizar el ego.

Los datos que afectan al Gobierno y su mejor andadura puede que los oigamos con un gesto de desagrado pero nada más. "¿Algún ventilador apagado sobre algo reciente o más lejano?", se podría preguntar con ingenuidad.

¿Rescate o acuerdo con Bruselas? Las autoridades comunitarias niegan que estemos ante un rescate. “No es un instrumento de rescate”, informa Paolo Gentiloni, comisario de Asuntos Económicos. Que salga el sol por Antequera.

Desde que empezó el baile vírico ha habido algunos enchufes a familiares y amigotes. Se supone que es una forma cariñosa de luchar contra el dichoso paro que pudiera haber antes del virus y el que ha producido el “estado de sitio” (llamado confinamiento o, en tono más torero, encierro). Hombre, es normal: hay que disponer de personal en el que confiar.

¿Quién dijo parados? El número total ronda casi unos cuatro millones (3.862.883) y subiendo, salvo que lo remedie un milagro. Bien es verdad que las cifras suben o bajan dependiendo de quién las dé. La fuente que cito es de Europa Press, sobre la base de informaciones del Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Comprendo que hay noticias más importantes a las que dar aire.

Embustes, fraudes y mentiras se agarran del brazo como un matrimonio bien avenido y, cómo no, los enchufes y el nepotismo comen a costa de la mano de sus bienhechores a los que les bailan el agua. Estamos en un país que hace aguas por los cuatro costados.

PEPE CANTILLO

jueves, 16 de julio de 2020

  • 16.7.20
Con bastante curiosidad, manchada de temor por lo que pueda encontrar de nuevo, hago un rastreo por la prensa para otear el horizonte que se ha ido dibujando a lo largo de la semana pasada. Como no podía ser de otro modo, salvo milagros en los cuales no creo, dicho horizonte está nublado por los rebrotes víricos que lo empañan.



Efectivamente, crecen los rebrotes por buena parte de la península. Empecemos por el terreno que más nos puede interesar sin menospreciar al resto. Hago un rápido repaso, aunque no dejo de pensar en el desbarajuste en que estamos metidos. Desde un principio, los números de afectados o muertos nos ha llevado de calle. Las cuentas nunca han coincidido, ni oficiales ni sanitarias. La madeja sigue enredada.

En la fase actual, los rebrotes han alcanzado una buena cifra de afectados y se espera que suban más. Los números que citaré son de la pasada semana y pueden ser tan inciertos como los que nos dan en distintos momentos. Toda la información procede de un rastreo de diversa prensa. ¿Hay falsedad? Por mi parte, no: solo cito, lo cual no quita posibles errores por baile de números.

En Andalucía aparecen 19 brotes activos en Granada, Málaga, Cádiz y Almería, con un total de 349 casos. En el brote de Granada, el culpable es un entierro; en Cádiz, la capital se convierte en una fiesta por el ascenso pero se olvida de las medidas sanitarias y hay cinco positivos en siete días. El personal relega normas ante la alegría deportiva. ¡Viva el Cai!

En Valencia, un cumpleaños colabora en posibles contagios. En Aragón, brotan 68 casos nuevos y se solicita la responsabilidad ciudadana, se insiste en respetar la distancia de seguridad y deciden el uso obligatorio de mascarillas que, dicho sea de paso, también se obliga a usarlas en las comunidades ya citadas. Los rebrotes últimos asustan aunque parece que no alarman al personal. Se han dado más de cien rebrotes. Por ejemplo, en Valladolid han aparecido unos 20 más.

En Baleares van por el mismo sendero en lo referente a las mascarillas, tanto en espacios cerrados como abiertos e, incluso, apuestan por usarlas en casa si hay sobrecarga de ocupantes o alguien de fuera. La medida es obligatoria para residentes y visitantes y en el trabajo todo dependerá de diversas circunstancias laborales.

En Cataluña se duplican los rebrotes en 24 horas y suman 816 nuevos positivos. En la zona leridana superan el centenar de nuevos ingresos con 105 hospitalizados. Datos que reafirman el confinamiento en general y en residencias en particular, en las cuales, el número de fallecidos, en la etapa anterior, ascendió a un 67 por ciento.

En la zona de Hospitalet hay unos 300 casos activos y, de momento, se rechaza confinar a la población. Las autoridades tienen claro que “la situación será complicada durante los próximos meses”. Según Simón, “no sabemos si el brote de Lérida está controlado”. Vamos, que el bichito avanza de manera similar a la de “principios de marzo” (¿?).

El tema residencias da para hacer un buen repaso a enfermos, muertos, encerrados… pero faltan datos y, desde luego, aun estamos muy cercanos al acontecimiento de los hechos, a posibles manipulaciones de datos, tanto de muertos como de vivos y de números totales de contagiados.

Cuando tengamos algo más de perspectiva sobre los hechos acaecidos y el trato que se le ha dado, tanto a nivel estatal como comunitario, podremos extraer una información cierta y más objetiva. Mientras tanto, todo son piedras en tejado ajeno y el cementerio espera pacientemente la llegada de nuevos inquilinos. Pensemos con la cabeza y no con las ganas de juerga.

Pasemos a otros rincones del país. La semana pasada en Galicia aparecen unos 259 contagiados. En A Mariña, el brote sube a 200 casos. En esa semana en el País Vasco había unos 70 contagiados y el sábado aparecían 31 infectados nuevos y un muerto.

El intento de prohibir votar a los contagiados parecía salvarse de momento, aunque… intereses sanitarios frente a intereses políticos entran en juego. El tema complica la situación por ambas partes. En un principio, ni en Galicia ni en el País Vasco podían ir a votar los contagiados con la autorización del Tribunal Supremo (Galicia) y la Junta Electoral Central.

Estamos ante un serio dilema una vez más. En este caso entran en juego la salud de los votantes y el derecho al voto. La autoridad vasca deja claro hace unos días que si los infectados acuden a votar serán penalizados. Y, efectivamente, “el Gobierno Vasco ha prohibido votar a los positivos”. Supongo que la Ley tendrá algo que decir.

Resumiendo, los rebrotes endurecen el confinamiento en determinados territorios. Sanitariamente, Aragón, La Rioja, Navarra, Asturias, Andalucía, Extremadura, Baleares, Cataluña, Cantabria y Murcia están en el punto de mira. Se confirma el aumento de contagios a 2.045 desde el viernes. Cataluña ha triplicado el número de afectados. Es decir, más de la mitad de territorios tienen la soga al cuello.

La información más detestable, si es verdad, es la siguiente: “Muere tras ir a una 'fiesta Covid' organizada por un infectado para ver si alguien se contagiaba”. Suena a masoquismo, a atrevida insolencia moral, a delito, a...

Un soplo de aire fresco para calmar un poco: todo no va a ser negativo. Toledo prohíbe el botellón por miedo a nuevos rebrotes de coronavirus. Todas las precauciones son pocas.

No volveremos a la normalidad que teníamos antes de esta catástrofe. Nuestro mundo está cambiando a una velocidad suave pero continuada. Nueva forma de trabajar, quien tenga tajo; nueva actitud de trato al otro que implica respetar su vida. Contagiarse es fácil y, sin darnos cuenta, lo haremos mal.

Pautas de posible protección: ¿Hay que guardar distancia de seguridad? Es necesario por el bien de todos (para mí y para ti). ¿Hay que llevar mascarilla? Vale más la vida tuya y mía que los inconvenientes de dicho disfraz. Desechemos el bozal con el que podemos terminar el camino. Lavarse las manos es algo rutinario que olvidamos con frecuencia y, sin embargo, amortigua posibles infecciones. Bajar la guardia sería (es) imperdonable y maléfico para la mayoría.

¿Qué hacer con nuestro tiempo libre? Pensemos en cambiar el modo de divertirnos para alejarnos del virus y, aun así, hay riesgo de caer en el hoyo. Ser joven o viejo no exime. Se imponen cambios. Debo cuidarme yo para así evitar dañar el prójimo. Ahora es más entendible la respuesta que abría las líneas de la entrega anterior: “No quiero contagiar a nadie”.

¿Qué puedo hacer para no contagiarme y no contagiar? Creo que lo tenemos claro, otro cantar será que queramos aplicar las medidas que estén en nuestro poder. Los rebrotes aludidos en líneas anteriores hablan por sí solos.

Cumpleaños, entierros, bodas, bares, botellones, playas son lugares de riesgo. Y aquí viene el problema. Todo atracón “exceso en una actividad cualquiera” (sic) puede dejarnos “cao” (K.O.) expresión que la RAE admite como “nocaut” y que define como “golpe que deja fuera de combate” (sic).

Pero nuestra capacidad racional nos lleva algo más lejos y actuamos sabiendo el cómo y el por qué de nuestros actos. Aquí entra en juego la responsabilidad, un valor que compartimos (debemos) todos los humanos. ¿Ser responsable?

Por responsabilidad monda y lironda entendemos la “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente” (sic). Una segunda definición hace referencia al “cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado” (sic).

Cada persona debe asumir responsabilidades sobre su propia salud y, desde jóvenes, entender que su comportamiento tiene consecuencias sobre todo el sistema. Hemos infantilizado a la sociedad diciéndole "no te preocupes, el sistema se va a ocupar de todos". ¡Ojo! dicha actitud es un sendero abierto al borreguismo.

La ruleta de la suerte está en marcha. Nos puede premiar o castigarnos a muerte.

PEPE CANTILLO

jueves, 2 de julio de 2020

  • 2.7.20
Hace unos días llamé a un buen amigo para interesarme por él y preguntarle cómo se encontraba después del confinamiento o si había tenido alguna contrariedad sanitaria. "Todo bien", me respondía, lo que me alegró, como era de esperar. Pasamos a departir sobre diversas cuestiones, aunque todas ellas relacionadas con el sinvivir en el que nos ha metido el virus.



Para terminar la llamada, le sugerí que podíamos vernos y conversar de tú a tú un rato. ¿En tu casa o en la mía? Propuse encontrarnos bien en mi casa, en la suya o en terreno neutral. La respuesta me chafó un poco. “No quiero contagiar a nadie”. Sabía que no tenía nada relacionado con el virus. ¿Entonces? La respuesta era educada y contundentemente suave. Estaba cerrando la puerta a cualquier tipo de encuentro.

Nos conocemos desde tiempo ha y rápidamente capté su intencionalidad. El peligro de contagio nos rodea por doquier. Mi buen amigo es una persona formal, cumplidora a rajatabla con las normas, lo que no impide que esté disponible a echar una mano en lo que sea. Pero ante una posible contaminación –lejana o cercana– no dará un paso al frente, máxime si se trata, como en este caso, de vernos, charlar y poco más. Las normas se dictan para cumplirlas.

Esa misma tarde en el supermercado –soy quien responde del avituallamiento familiar– a mis espaldas suena una voz que me es también familiar y que me llama por mi nombre. Con gran alegría por ambas partes nos intercambiamos las noticias sanitarias de las dos familias.

El tiempo se congeló ante el estand de la verdura donde se dio el encuentro. Pese a la sorda mascarilla y la distancia establecida, sentimos correr por nuestro cuerpo un reguero de placer, un agradable deleite por el encuentro y, sobre todo, por confirmar que las circunstancias sanitarias eran normales –sobre todo, en relación al virus–, dentro de los achaques y dificultades crónicas que pudiéramos arrastrar desde hace tiempo.

La charla supo a poco y cada cual aceptó que debíamos continuar con la compra y que ya volveríamos a vernos en cualquier otro momento. Nos despedíamos con un abrazo virtual empapado en alegría y chorreando cariño.

Ya sé que son dos casos distintos, que el azar o la suerte nos retó a casi saltarnos las normas, que ante el placer de ver a una persona querida sobran gestos físicos…

La otra cara de esta situación, me refiero al personal que situaré en una edad de 40 años para abajo, es algo distinta. Ante todo quiere divertirse sea como sea; la mascarilla es un adorno impertinente que ni te deja respirar bien ni te permite ser oído en condiciones salvo que alces el tono de voz. Vamos, que dicha pantalla es un inconveniente innecesario, además de molesto. Total, para cuatro invisibles burbujitas que salgan de la boca… no hace falta tanta parafernalia.

Guardar una distancia conveniente tampoco resuelve nada. "Somos jóvenes y nuestro cuerpo está en perfecto estado", piensan acertadamente. Quizás lo que no saben o no desean pensar es que el “bichito” es mudo, sordo y ciego.

Hermano, bebe, que la vida es breve… Está claro que hablo del personal más joven, de ese tipo de personas cuya vida está montada –o se la hemos montado– alrededor del buen vivir, del disfrute ahora que podemos porque, después, nadie sabe lo que pasará ni cómo viviremos la vida… Y lo que va delante, va delante.

Valga de ejemplo la epidemia que nos cerca por doquier. No desvelo un secreto ni doy una primicia informativa si insisto en que dicho personal se mueve dentro del reclamo de la felicidad (“happycracia”). Volveremos sobre el tema.

En el libro Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, sus autores dejan claro que “la felicidad es un producto que se compra… y se concibe como algo personal, como algo que cada uno elige”.

Resumiendo: “la industria de la felicidad que mueve miles de millones de euros afirma que puede moldear a los individuos y hacer de ellos criaturas capaces de oponer resistencia a los sentimientos negativos, de sacar el mejor partido de sí mismos controlando totalmente sus deseos improductivos y sus pensamientos derrotistas”.

Disfrutar de la compañía de los colegas, estrujar hasta la última gota de una botella de alcohol, echar humo por la nariz creando leves nubarrones de tabaco o de “maría” es todo un placer, dicen. La felicidad es el antídoto contra cualquier tipo de contagio, supongo que piensan esos jóvenes fortotes y cultos.

Cambio de tercio. Hemos sacralizado el valor de la solidaridad con un efusivo cariño, desde el oportunista político cuya intencionalidad traspasa ríos y montañas y nos han regalado (¿vendido?) una sobredosis de aplausos reales y abrazos virtuales a la caída de la tarde para sentirnos comprometidos con los profesionales que han ido dejando trozos de su salud en anónimos y solitarios enfermos. Incluso han aparecido brotes caceroleros campanilleando contra la autoridad –dicen que incompetente–.

Estamos ante un tipo de acoso a cielo abierto. El otro modelo de acoso es, digamos, personalizado y al que llaman “escrache” porque queda más fino, hasta tal punto que su definición, yo diría algo indulgente, lo precisa como “manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la Administración, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir” (sic). ¿A que queda hasta bien? Mientras que acosar se entiende como “perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona” (sic).

Solo un breve comentario. Con el tema del acoso ("escrache" en fino) se está utilizando sin reparo la “ley del embudo”, que en su momento expliqué. Por todos los dioses del Olimpo, a un político no se le debe escrachar y mucho menos se le puede acosar. Esas acciones deberían estar vetadas para esos magníficos políticos que pretenden guiarnos por el buen camino. Faltaría más.

Vuelvo al campo de los valores. ¿Realmente pregonábamos solidaridad o solo era una forma de matar el aburrimiento? A primeros de marzo y a punto de ser confinados traté sobre el valor de la solidaridad. Estaba tomando partido por un sendero que invitaba a compartir con el otro. La solidaridad hace referencia a entrega, a justicia, a ayuda para un determinado colectivo necesitado de ella. Por eso significa cooperación, tolerancia, darse antes que dar, compartir, respetar...

En las circunstancias actuales, la mayor parte del compromiso recae sobre nosotros como sujetos capaces de asumir y responder de sus actos. La responsabilidad enmarca toda nuestra vida. Otro cantar será que la eludamos y nos la saltemos a la torera.

La información sobre el virus ha cerrado el mes con diversos rebrotes que han aparecido en España. Seré breve puesto que ya estamos algo empachados, motivo este que no es razón para saltarnos las normas establecidas.

Andalucía, Aragón y sobre todo Murcia están preocupados por dichos rebrotes. Sanidad registró 84 nuevos contagios. Otra piedra en el camino. Estamos a las puertas de unas vacaciones atípicas: colegios cerrados, un alto número de personal en paro y, sobre todo, deseos furibundos de sacarle partido al verano. Circunstancias que pueden volverse en nuestra contra.

Una referencia aciaga. La mal llamada “gripe española” de 1918 –por cierto, su origen no estuvo en España– dejó millones de muertos y está catalogada como la mayor epidemia sufrida por la Humanidad, solo fue superada por la Peste Negra medieval. La escritora Laura Spinney la comenta en su libro El jinete pálido, 1918: La epidemia que cambió el mundo, al que vale la pena echarle un vistazo.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

jueves, 18 de junio de 2020

  • 18.6.20
Por doquier nos llegan mensajes cargados de tranquilidad. El mantra es “meditar, pensar, reflexionar, relajarnos y tener máximo bienestar en cada coyuntura”. “El momento presente es lo único que necesitamos, nada más… y nada menos, cuando el presente está atiborrado”. “Es curioso que la vida, cuanto más vacía, más pesa”. Son citas atribuidas a personajes más o menos importantes. ¡Fabuloso! Pero en unas circunstancias tan extremas o peligrosas, ¿cómo las llevamos a cabo?



Recordemos que lo único que tenemos es el momento presente. El pasado poco a poco se desdibuja en el olvido y el futuro es una esperanza sin fundamento, una entelequia, un viaje hacia el más allá, a lo desconocido, tal vez ¿a la nada? Dicha nada será un edén, un nirvana o un cielo para los creyentes que justifican los pesares del mundo perdido.

La felicidad es el significado y el propósito de la vida, la meta general y el final de la existencia humana. Asumamos una felicidad compartida en primera instancia con los seres queridos para poder saltar hasta el resto de los humanos.

Bajo esa dulzona capa de merengue se esconde la dura y amarga masa de contrariedades y problemas que configuran el pastelón de la realidad: un amplio sector de parados, cierre de empresas y largas colas de hambre.

Imaginando el futuro de la humanidad. “¿Que rumbo debemos tomar?” En El País, 75 expertos y pensadores ofrecen su visión de las claves de la nueva era. El variado mapa mundial que sombrean estos expertos (filósofos, economistas…..) intenta dibujar toda una gama de caminos por los que poder transitar. Los temas que tocan son diversos y dan para mucho.

En definitiva, ha cambiado la forma en que vamos a vivir a partir de ahora ¿Cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta etapa de obligado confinamiento? La pregunta es pertinente para pensar en un futuro en el que acabamos de entrar e impertinente por la cantidad de interrogantes y cambios que nos pronostica y, sobre todo, por la angustia que genera.

La etapa de encierro, como posible precaución de defensa ante la amenaza vírica, la hemos pasado, yo diría como si de un juego se tratase. La siguiente, puesto que ya sabemos el peligro que nos rodea, pasarla mejor o peor dependerá de nosotros.

Entramos en un sendero plagado de baches. Unos atañen a la salud, que en buena parte, repito, dependen de cada persona y otros afectan a lo económico-laboral. Este último es bastante serio. Es cierto que la economía está muy tocada y que sin trabajo estamos mal. Si la economía vuelve a funcionar, todo irá bien. Suena a perogrullada pero, en líneas generales, es así aunque las previsiones apuntan para lejos.

A veces aflora la impresión de que nos han abierto la rendija de la protección estatal y pienso que, si es así, depender del Estado supone perder iniciativas, conformarse con lo que nos den, incluso trampear.

El virus aleja del mundo feliz de Huxley siempre en permanente felicidad, sin pobreza ni guerra pero controlado. Algún político ya se mueve por esos derroteros con el tema del “necesario control”, o con la amenaza de hipotecar la información con la censura, contra la libertad de pensar, de decidir, de fomentar la capacidad de tener criterio propio.

“Verdad es que son muchos los jóvenes que parecen atribuir a la libertad muy poco valor. Pero algunos de nosotros todavía creemos que los seres humanos no pueden ser sin libertad completamente humanos y que, por tanto, la libertad es supremamente valiosa”, recoge en Nueva visita a un mundo feliz el escritor y filósofo británico Aldous Huxley.

Sin querer, sin darnos cuenta, volveremos la cabeza para mirar atrás con el riesgo de convertirnos en “estatuas de sal”. Caer en la trampa de dejarnos arrastrar por los mensajes y supuestas directrices que buscan nuestro sometimiento sería patético.

Pensemos. Es un privilegio estar vivos y el respirar nos otorga el disfrute de lo que nos rodea, sea mucho o poco. Estar vivos permite amar a los seres queridos y, sobre todo, pensar en cómo organizar la propia vida mientras dure, sin llegar a un conformismo irreparable y amargo.

Todo lo anterior parece un sermón laico que nos transporta a los grandes desafíos que nos esperan. El trabajo está bajo mínimos, todos estamos amenazados con su carencia pero, sobre todo, lo están los más jóvenes, al menos de cuarenta años para abajo.

Escudriñando en la prensa digital me topo con una información que puede alegrar la visión –no la realidad– que tenemos de nuestro país en este momento. “Es evidente que el país que quiere la inmensa mayoría es una España limpia y honesta”. Suena a desafío para avisarnos de que hay que empezar de nuevo, que “el futuro ya está aquí: entre el miedo y la esperanza”.

Pero el que la “utopía” entendida como “representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano” (sic) salte al campo de juego no significa que ganará por goleada.

No me cabe la menor duda de que es una manifestación que ilusiona y que cualquiera de nosotros haría lo imposible porque fuera verdad. En este caso, la ilusión se transforma en atractiva esperanza colmada de deseo como puerta abierta a un futuro lo más aceptable posible. Otro tema es que pueda convertirse en realidad pese a que siempre nos han vendido (dicho) que “la esperanza es lo último que se pierde”. Suena a “utopía”.

“Prevenir la corrupción también es reconstruir”, añade el titular referido. La corrupción es una realidad que ya parecía olvidada, al menos eso creíamos. Durante los meses de confinamiento solo hemos pensado en el mortífero peligro que nos rodeaba. Hemos tenido cercana –unos muy próxima, otros menos–, la muerte cargada de soledad.

Han sido meses confusos, rodeados de mentiras, sembrados de promesas que hoy son y mañana han cambiado o ya no me acuerdo. Hasta la corrupción como carcoma de la moralidad, como desvergüenza fatal, ha estado muy presente en el tejemaneje de oscuros intereses con el material sanitario, sobre todo con las mascarillas (mas-carillas). En esta situación el nombre viene que ni pintado.

A la confusión sanitaria hay que añadir la hecatombe laboral. Y el futuro se cargaba de nubarrones que solo presagian vendavales, tempestades. Incluso en el horizonte cada vez se pinta de forma clara la posible dependencia del Estado para todas aquellas personas que se quedaron sin nada… ¿Verdadero, falso? Confusión.

A un porcentaje bastante alto de ciudadanos, entre un 80 o un 90 por ciento, nos preocupa y mucho el posible avance o el rebrote del coronavirus porque los efectos económicos del susodicho serán peores que la misma posible infección. Ya se piensa que en otoño –cuando caen las hojas– se espera un rebrote fuerte. ¿Volveremos a las reclusiones con mensajes sonoros, azucarados de felicidad? De nosotros depende que el rebrote incida lo menos posible y obstaculice mínimamente la marcha del país.

Por eso, la citada información cuya intención, supongo, es dejar la puerta abierta a la esperanza como estado de ánimo alcanzable, en la medida de lo posible, deja un olor nada aceptable. La amargura y el miedo tampoco desaparecen. Si la economía vuelve a funcionar, todo irá bien. Suena a perogrullada pero, en líneas generales, es así.

Cierro con una cita de la novela 1984, publicada por G. Orwell en 1949. “Ahora te diré la respuesta a mi pregunta. Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro”.

PEPE CANTILLO

jueves, 4 de junio de 2020

  • 4.6.20
La publicidad, como no podía ser de otra manera, rápidamente ha enlazado los anuncios a la situación que estamos viviendo. En la primera etapa, resumida en la cita "cuarentena", insistía en la reclusión en el ambiente familiar. Jugar mayores con los hijos para hacerles la situación más llevadera; cocinar buscando lo más agradable para todos, etcétera. Todos los anuncios iban inscritos en dicho ambiente y contaban con la comprensión, con la iniciativa del producto en venta. "Quédate en casa"; "juntos venceremos al virus"; "aplaude en el minuto fijado"...



Digamos que nos ofrecieron el día a día organizado de cara al exterior; digamos que aplaudir en un determinado momento del día, antes de que se esconda el sol, era un aliciente para quedarse algo tranquilo, para ventilar la cabeza cansada de ordenador o de móvil donde los “guasap” recorrían el cerebro como meandros disponiendo el camino y calmando nuestro deseo de volar por los vericuetos del día a día y, de paso, ventilábamos la casa al abrir ventanas para que dichos aplausos refrescaran el ambiente, que era una de las ideas alimentadoras de tal acción.

Era algo bonito en la medida que se agradecía la noble y generosa entrega de todo un conjunto de profesionales. Por otros vericuetos, por desgracia, se deslizaban los muertos que el “bichito” se había llevado en su último suspiro sin poder decirle adiós a la vida y a la familia. Todo se realiza desde el corazón y, en definitiva, la generosidad de los profesionales hace que podamos salir adelante.

La solidaridad juega a favor de todos nosotros, reforzando los mensajes oficiales de unos y otros. Pero siempre hay alguien que “mea fuera del tiesto”, sobre todo en el ámbito político. Pero eso es otro cantar que, de momento, es preferible dejarlo de lado. Vale más el esfuerzo de los profesionales.

El miedo que se ha infiltrado en el cuerpo a todo el personal es algo serio: el encierro es más coercitivo de lo que parecía, hasta el punto de silenciar los gritos que la fobia a la reclusión emitía nuestra conciencia –o nuestro deseo, si lo preferimos–.

Curiosidad para no perder de vista: al levantar el retiro y hacer el aislamiento algo más suave suspiramos pensando que ya no pasaba nada. Pero el ansia de salir, en muchos de los casos, vencía hasta cierto punto el posible equilibrio del sentido común. Pero…

El deporte gana terreno en todas partes. Por doquier surgen corredores exagerados que, necesitados de desentumecer la adormilada musculatura, van destilando arrobas de sudor. Las bicicletas y patinetes inundan espacios públicos a toda velocidad. Es lógico aunque no sea recomendable.

Deporte, gimnasia, actividad física, predominan por doquier. Las normas higiénicas prescritas contra el virus, poco a poco se van relegando. Mascarillas, guantes, distancia de seguridad se desvanecen por momentos. La alegría de volar cuasi libres emborracha nuestro organismo.

¡Viva la libertad…! Solo que estamos ante una libertad controlada, estamos ante un rato –“espacio de tiempo, especialmente cuando es corto” (sic)– que de por sí es fugaz y aún se nos hará más breve, dejándonos con el sabor a flor de piel. Diría que en lugar de sosegar ha potenciado aun más nuestra necesidad de correr, de saltar...

Vivo a muy corta distancia del cauce del río Turia, en Valencia, convertido desde hace tiempo en un entorno ajardinado y desde luego muy utilizado por el personal. En esos días de asueto, de preapertura, dicho cauce ha sido desbordado por una gran afluencia de personas.

Hasta aquí nada que decir, salvo que como espacio para la actividad deportiva y lúdica es muy valioso. Pero parece que la mayoría nos hemos desmelenado deportivamente. Deporte (correr, bicicleta, patinetes) y el helicóptero de Tráfico, auxiliado por drones, se ve obligado a dar vueltas por la zona, recordando por los altavoces que hay unas normas para esos momentos de expansión que son obligatorias para todos. Difícil cometido.

A veces el helicóptero se resiste a marchar y permanece casi quieto, colgado en el aire, avisando insistentemente en despejar el terreno y a la espera de que acuda un coche patrulla a la zona que intentará primero avisar y después multar. Que si quieres arroz… El personal remolonea como niños saturados de caprichos.

Esta perorata me lleva a recordar que amén del daño físico, económico, laboral en el que estamos metidos, se hace necesario educar a esos retoños que completan el grupo familiar. La escuela está cerrada pero la necesidad de educar, en el amplio sentido de la palabra, cobra valor dentro del hogar.

Dentro de casa –dicen– parece que en general hemos sido educadores atendiéndolos y enseñándoles cómo pueden divertirse; cómo compartir espacios y quehaceres; cómo organizar el tiempo. No deshagamos el trabajo realizado. Asumamos que la familia es –siempre lo ha sido– un pilar fundamental, la base primordial desde la que se puede ir creciendo como personas.

Si durante la cuarentena hemos educado compartiendo juegos, leyendo, ayudando en posibles deberes escolares, amén de colaborar al mantenimiento limpio y aseo del espacio familiar porque es parte de la responsabilidad personal lo que están haciendo…

Ahora que empezamos a salir del encierro se hace necesario continuar la labor y es ineludible dejar unas huellas relacionadas con algunos valores morales que les permitan crecer como personas respetuosas, generosas, colaboradoras, honradas, capaces de desechar la mentira que tanto daño genera.

¿Y los quinceañeros? Personalmente creo que han quedado en el “limbo de los justos”, es decir “sin enterarse de lo que ocurre” (sic). Me refiero a los jovencitos que son o deben ser responsables por ellos mismos frente a las razones del encierro, a posibles contagios.

Puede –no afirmo, insinúo– que son más propensos a escurrir el bulto a la hora de participar en las tareas hogareñas y desde luego, esto es un supuesto, más nerviosos y rebeldes ante la tardanza de libertad de movimientos. La posible clave de botellones y saraos varios celebrados en ciudades o pueblos son muestra clara de las ansias de volar y de la gravedad de dichos eventos. ¿Hay peligro? A mí no me llega.

Y nos propusieron –más bien sugirieron– los diversos lemas que adornaban la mesa de cada día con la publicidad adaptada al momento. Eran anuncios suaves y fáciles de captar: atended a los pequeños para que pudieran extraer de dicha situación todo el jugo posible.

Se crea así una infrautilización del virus, minimizando el miedo e intentando valorar el buen hacer sobre todo de los más pequeños, a pesar de lo amarga que es la situación. Resulta curioso cómo ellos nos dicen: "cuidado, papi o mami, no toques eso, lávate las manos, que el bichito no se ve pero sí está".

¿Había y hay peligro de contagio? No dudemos que sí. Cito textualmente dos lacónicos mensajes. Uno de Sanidad: “O nos separamos o volveremos juntos para atrás". Otro de una especialista de UCI: “Todavía no hemos vencido”.

Es decir, estamos rodeados por el virus que no ha desaparecido y puede contagiarnos en cualquier momento. De las barreras que pongamos cada uno de nosotros dependerá, en el mejor de los casos, chafarlo o caer en sus garras. La broma es facilona pero peligrosa. La actitud defensiva nos resguardará. Al menos, eso esperamos.

Cito una iniciativa sugerente e interesante alrededor de los pequeños y el confinamiento. Y es que los pediatras de Atención Primaria han publicado un cuento para implicar a los más pequeños en la lucha contra el malvado y feo Covid. El cuento, que se puede descargar en este enlace, termina con esta esperanzadora frase: “Los niños y la Pequepanda hemos salvado al mundo del malvado coronavirus”. Salgamos con sentido común.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

jueves, 21 de mayo de 2020

  • 21.5.20
Seguimos abrumados tanto por el miedo que ha podido despertar entre nosotros el virus como por las dificultades que se plantean para dar merecida sepultura a los muchos fallecidos, víctimas del coronavirus. Por fin las familias podrán decir adiós a sus seres queridos.



A primeros de mayo, Sanidad anunció que los velatorios se podrán celebrar con 15 personas al aire libre y 10 en espacios cerrados en la fase 1. Se insiste, como es natural, en guardar lo más estrictamente las normas elementales de precaución para evitar más contagios.

El velatorio hace referencia al “acto de velar” a los muertos consiste en “pasar la noche al cuidado del difunto bien en su casa, en el hospital o modernamente en un tanatorio.” Pero ¿por qué hay que cuidar a un difunto? Si alguien está muerto carece de sentido cuidarlo… Por eso hay que retroceder en el tiempo para entender eso de “cuidar”.

La costumbre de “velar” a los difuntos no es una moda de la actualidad. Se dice que nos hicimos sedentarios cuando empezamos a enterrar a los muertos. Es posible que la sepultura de un miembro de la tribu nos atara a la tierra. Digamos que estamos ante un tipo de culto de trasfondo religioso. Ahora bien, más que velar deberíamos decir vigilar si el interfecto (coloquialmente, “persona de la que se está hablando”) efectivamente ha muerto.

No descubro nada nuevo afirmando que el culto a los muertos no es una novedad: está presente entre los humanos desde tiempo inmemorial. La Humanidad viene cumpliendo con dicho culto desde siempre y de diversas maneras, según las distintas religiones.

En referencia a los momentos presentes, sí que son novedad para nuestras sociedades actuales las circunstancias que han causado el alto número de muertos que quedaron depositados lejos de la familia y aun persiste la amenaza de un alto número de contagios que nos avisan de que seguimos en peligro.

El culto a los muertos se basa en la creencia de que hay otra vida después de la muerte, creencia que no es solo del cristianismo. Egipcios, judíos, griegos, romanos creían en esa otra vida. Dicho culto religioso va acompañado de oraciones a los dioses y ofrendas a los muertos para que favorezcan a los familiares vivos o medien ante los dioses por ellos.

Rendir homenaje al muerto no era el único criterio para dedicarle un adiós suntuoso. Digamos que el difunto ha logrado el respeto de los deudos si ha vivido una vida moral que le ha permitido ganarse la distinción social y el respeto de los demás.

Para griegos y romanos los ancestros actúan e influyen en la vida de las generaciones posteriores, bendiciendo o maldiciéndolas. En concreto, los romanos creen que los difuntos actuaban como dioses protectores con respecto a familiares y conocidos. Eran los dioses “penates”. Rendirles culto y ofrecerles oraciones y regalos se hacía para apaciguarlos y ganarse sus favores.

Para los griegos dar sepultura a los muertos era un deber. Si al muerto no se le enterraba quedaba condenado a vagar eternamente. Así rendían culto a los antepasados. Al difunto lo llevaban a hombros los familiares o los esclavos. Podía ser enterrado o quemado y las cenizas se guardaban en una urna. Los cementerios estaban situados al borde de los caminos.

Entre los romanos dicho culto también era muy importante. Los muertos se enterraban a orillas de la calzada, a la salida de la ciudad o se quemaban en los hornos crematorios. La tumba se decoraba con flores y le dejaban comida y vino. En el entierro participaban esclavos con música, portadores de antorchas, bailarines y plañideras y se pasaba el día comiendo alrededor de la tumba.

La presencia de plañideras en los funerales viene también del pasado. Por lo general eran mujeres a las que se les pagaba por llorar en los funerales (también solían estar presentes en los velatorios). A más importancia del difunto, más presencia de lloronas. Así se les llamó posteriormente en Latinoamérica.

Según diversas fuentes, dicha costumbre nace en el antiguo Egipto y está relacionada con el culto a los dioses, tradición que también siguen los hebreos y heredan tanto griegos como romanos. La costumbre llega hasta nuestros días. En América Latina aparece a partir del siglo XVII. La importancia del difunto elevaba tanto los llantos y gritos como el número de plañideras y el precio a pagar por su presencia.

El llanto es contagioso a la par que relajante (dicen) y, por tanto, sería una manera de provocarlo en los familiares para que se sientan mejor una vez desahogada la pena que les aflige por la pérdida del ser querido. A las plañideras se les contrataba para que lloraran e hicieran público el lamento y el dolor de la familia, ya que estos no debían llorar en dichos momentos.

En relación a la transmisión de condolencias, hay toda una serie de frases que suelen ser pronunciadas cuando se saluda a los familiares. Van desde las muy sentidas, que arrancan del corazón, hasta esas otras que suenan faltas de sentimiento. Una cuestión es acompañar a familiares y difunto por el dolor que brota del corazón y otra, acudir para cumplir.

Se sabe que fue en Europa, durante la Edad Media, cuando se comenzó a practicar la tradición de poner el cadáver sobre una mesa en la casa familiar. Los parientes y amigos vigilan a la persona “aparentemente” muerta por si despertaba, a la par que rinden honores y así se despiden dando el pésame a la familia. En la noche se alumbran con velas, no hay otra iluminación, y de ahí viene la palabra velatorio o velorio o vela…

Sobre la costumbre de velar a los muertos hay muchas razones que intentan dar una explicación. Plausible o no, eso es otra cuestión. Existe la creencia de que “si se dejaba solo un cadáver antes de enterrarlo, los espíritus malignos podían poseerlo”. Otra razón alude al miedo que generaba el tener un cadáver en la casa, lo que dio paso a que se reunieran amigos y vecinos para acompañar a la familia.

Son ideas cargadas de superstición que alimentaban toda una serie de ritos mortuorios. Muchas de dichas costumbres son anteriores al cristianismo. Reuniones que terminaban en fiesta consumiendo alcohol y alimentos, como en el caso de los romanos, ya citado.

Lo de despertarse el muerto tiene su explicación. Más de una vez, la persona que se presumía fallecida se reincorporaba a la vida después de unos días muerta. ¿Razón? Intoxicarse al beber alcohol solía ocurrir con frecuencia y, como consecuencia, el sujeto sufría una pérdida de movilidad y de conocimiento durante un periodo largo de tiempo. Es lo que se llama “catalepsia” consistente en un “accidente nervioso repentino (…) que suspende las sensaciones e inmoviliza el cuerpo en cualquier postura en que se le coloque” (sic).

Más de un fallecido pudo ser enterrado vivo sin que lo supieran y, por esta razón, había que velar al muerto al menos por tres días. Intoxicarse por estaño provoca ataques de catalepsia. Este accidente era frecuente.

Por razones varias, muchas personas, supuestamente muertas, no lo estaban. Enterrar vivo a alguien ha ocurrido bastantes veces. Por esta razón había que velar al supuesto muerto, y además solían poner una campana en las tumbas. De ahí la frase “salvado por la campana”. Actualmente se da sepultura a una persona fallecida sólo con un parte médico y máximo 48 horas después de su muerte.

En la actualidad, la costumbre de velar a los difuntos ha ido cambiando en relación a otros tiempos. El factor religión, en líneas generales, ha perdido terreno. Velatorios y entierros cada vez están más alejados del sentido religioso. Si hasta no hace mucho el cadáver se velaba en el domicilio, ahora son los tanatorios los que se encargan de ello.

Familiares, amigos y conocidos acuden a dicho tanatorio, dan el pésame a los familiares más próximos, comentan algunas incidencias que marcaron el final del difunto y se marchan. A la hora de enterrar el cadáver o incinerarlo solo suelen estar presentes los familiares más próximos (esposo o esposa, hijos, y algunas personas más).

Hemos perdido seres queridos y personas anónimas para muchos de nosotros y hemos perdido un gran número de sanitarios. De hecho, la cifra total se situaba este lunes en 51.090 afectados, según los datos notificados al Comité de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (Ccaes) por las comunidades autónomas.

Tener un detalle de adiós cuesta poco y podría ser un calmante emocional para los familiares. Me refiero al llamado luto como “signo exterior de pena y duelo manifestado en ropas, adornos y otros objetos, por la muerte de una persona. El color del luto en los pueblos europeos es el negro” (sic). Unos podrán decir que ocuparse de ello en estas circunstancia no ha lugar, otros que…, el llamado “duelo, pena, aflicción” (sic) ha quedado depositado en un rincón del corazón familiar. Sea como sea, descansen en paz.

PEPE CANTILLO

miércoles, 6 de mayo de 2020

  • 6.5.20
El pasado domingo, muchos de nosotros pudimos salir a pasear, con horario limitado y marcado por las circunstancias (autoridad “competente” ordena). En las calles del barrio había gente haciendo cola de distanciamiento para el pan o algo de dulce, por el Día de la Madre. No había flores para regalar.



Curiosamente la palabra propuesta por la RAE para ese día era “impacto” y uno de sus significados se refiere al “efecto producido en la opinión pública por un acontecimiento, una disposición de la autoridad, una noticia, una catástrofe…” (sic). Tal palabra encaja con el hilo de estas líneas y con el trasfondo de la alerta.

El significado de "impacto" en los momentos y circunstancias que estamos viviendo está cargado de un embotamiento físico y de agobio psicológico. La puerta de salida del mundo que hemos dejado atrás no se parece en nada a lo que nos deparará este otro mundo en el que nos espera una amplia cadena de obstáculos.

Unas trabas están relacionadas con la seguridad sanitaria y otras, no menos importantes, con el día a día en lo socioeconómico y en los derroteros oficiales de cara a un futuro inmediato. No olvidemos que en las altas esferas se está deshojando la margarita entre la desescalada o prorrogar el Estado de alarma. “Esta crisis se ha cargado más de medio millón de empleos en abril y el paro roza los 4 millones”.

Sigo con mi marcha. Durante la cincuentena, igual que otras tantas personas, había salido unas cuantas de veces a la compra del avituallamiento necesario. No había niños por la calle que nos pudieran arrancar una divertida sonrisa. Marchábamos con la cabeza baja y mirando de reojo por si se nos acercaba alguien. Éramos recelosos espectros en un mundo huidizo y solitarios acelerábamos el caminar.

El referido paseo del domingo se me hizo angustioso viendo cómo los viandantes nos esquivábamos unos a otros. El comentario de una niña pequeña que nos adelantó con la bici nos hizo reír. “Mira papá, esos abuelitos van muy despacio y juntos”. “No son abuelitos, son mayores”. La disculpa del padre me agradó. En efecto, circunstancias personales nos han convertido en un dúo dependiente.

La cuarentena que hemos dejado atrás, de momento, si miramos hacia adelante, al futuro representado en el mañana parece que no ha sido tan larga y hasta habrá personas que les haya parecido un suspiro del tiempo. Si volvemos la vista hacia el pasado ya han pasado –valga la redundancia– marzo y abril. ¡Dos meses!.

En el transcurrir de dicho tiempo, la muerte se ha paseado por nuestras calles, ha entrado en nuestras casas, se ha llevado por delante una buena cantidad de personas de distintas edades. El número de fallecidos está aun en el aire, dependiendo de los resultados que aporten las posibles autopsias. Hay dudas en esta parcela.

Los profesionales sanitarios han sido duramente castigados. Unos, con la muerte; otros se han contagiado y, de momento, están enfermos. La explicación es de perogrullo, es decir, evidente. Han trabajado en condiciones precarias, no sanitarias según diversas informaciones dadas por dicho colectivo. No entro en esta herida infectada.

Poco a poco se están abriendo las puertas que dan a la calle para que salgamos, eso sí en orden, sin aglomeraciones, sin presionar… ¡No empujen, por favor! Pero… si durante el obligado encierro alguna gente ha conseguido escapar pese a la Policía y a posibles multas, ahora y ante el confuso calendario de salidas puede que el guirigay sea aun mayor.

Cuando anteriormente hacía referencia a las flores para las madres me acordé de que estamos en primavera. Muchos capullos aun no han florecido, siguen en el macetón y algunos “meando fuera de tiesto”, como los integrantes de los treinta botellones que, repartidos por casi todos los distritos de Madrid, se celebraron en la noche del sábado pasado hasta bien entrada la madrugada. Han sido multados pero lo que se pueda pagar con dinero… La noticia ha salido en casi todos los periódicos.

¡Juventud, divino tesoro! No. Estamos ante una manada de irresponsables que es posible que piensen y crean que son inalcanzables por el virus. Que dicho bichejo solo ataca a la gente mayor. A estas alturas queda claro que ante más achaques hay más posibilidad de contagio, pero es arriesgado desafiar dicha calamidad.

Según Rafael Bengoa, experto en gestión sanitaria, “hemos infantilizado a la sociedad diciéndole no te preocupes, el sistema te va a curar”. Estoy de acuerdo en lo referente a la infantilización de la sociedad y como ejemplo nos puede valer la machada de los citados botellones. Vivíamos en “un mundo feliz” alejados del esfuerzo, en general desposeídos de toda responsabilidad.

Vivíamos amparados en el paraguas donde “mi verdad estaba contra la Verdad” de los hechos y de la misma realidad. La dicotomía entre verdad y Verdad se pone en marcha en el preciso instante en que yo (el burro delante), tú, nosotros, que somos los que te vamos a salvar, tergiversamos la realidad subiéndola al altar de lo incontestable, de lo indiscutible, de lo infalible.

A partir de ese momento solo vemos el proscenio en su conjunto, sin examinar detalles, y solo oímos los aplausos porque ya nos consideramos importantes ejerciendo dicha acción. Qué más da si el material protector de los sanitarios solo son unos míseros sacos de polietileno.

¿A dónde quiero ir a parar? Bastante simple. El encierro dicen que se está acabando. Aunque hay una cierta renuencia. Parece que la calamidad sembrada por el virus ha aflojado sus garras. Parece… A partir de ahora tendremos que prestar mucha atención a posibles focos de contagio. Todos juntos y revueltos somos un bocado suculento para contagiarnos, puesto que no sabemos quién sí o quién no puede estar “séptico”, es decir, quién “contiene gérmenes patógenos” (sic).

¿Negativo por mi parte? No, aunque seremos más vulnerables desde el momento en que empecemos a llevar una vida normalizada –habría que decir "nueva" porque van a cambiar muchas cosas, muchas costumbres, muchas formas de comportarnos–. Confieso que es para estar atentos ante cualquier posible síntoma personal o de los demás. El tema es algo preocupante.

De la peligrosidad que nos rodeará, a partir de ahora no se ha dicho mucho, pero existe y tendremos que contar con dicha presencia para relacionarnos con los demás. Somos un pueblo efusivo y cariñoso. Insisto a riesgo de ser pesado.

Abrazar, besar, envolver en nuestros brazos, estrechar manos… son gestos habituales de convivencia, son muestras de amistad, cariño, alegría… que están vedados por un posible contagio. Mañana, también. Porque, con ello, podemos o nos pueden transmitir ese asqueroso virus que ha asesinado el afecto que pudiéramos transmitir a las personas queridas con las que compartimos parte de nuestra vida.

Los titulares de prensa son poco alentadores (verdaderos/falsos) solo se me ocurre decir que “entre col y col, lechuga”. Es decir, hay informaciones múltiples sobre las secuelas de la enfermedad. Unas confusas, otras solo alarmantes y otras verdaderas. Que cada cual tome por donde crea conveniente. Se trata de buscar la Verdad para poder actuar lo más acertadamente posible.

Nos están avisando de una fuerte crisis económica, de una fuerte pérdida de empleos, de un fuerte cierre de comercios, bares, pequeñas tiendas… “En pocos meses se destruirá gran parte del empleo creado en los últimos años”. Dicen que la recuperación y volver a donde habíamos llegado será tarea dura y agobiante, pues la economía no se recuperará antes de finales del 2021.

¿En el nuevo mundo seremos capaces de insertar toda una gama de valores éticos que nos engarcen con los demás? Esa es una de las esperanzas. Cito textualmente a Adela Cortina (filósofa) en una entrevista de la revista 'Ethic': “Hay que intentar ser fuertes ante este tipo de adversidades, por cada uno de nosotros y por todos los demás, para poder ser responsable con respecto a otros y poder ayudar (...). Se han producido dos reacciones de la sociedad: el impulso del humanismo y la solidaridad y, por otro lado, el discurso de la división, el odio y la confrontación constante (...).

La enseñanza que tendríamos que sacar, si es que aprendemos algo -porque a veces parece que no aprendamos nada de las desgracias-, es que ya está bien de conflicto, ya está bien de polarización, de supremacismos y de luchas sectarias e ideológicas (...). Busquemos lo que nos une, que es mucho, porque creo que todos valoramos la libertad, la igualdad, la solidaridad, el diálogo y la construcción del futuro, busquemos eso que Aristóteles llamaba «la amistad cívica”.

Cierro con una cita de El País: “Cuando volvamos seremos distintos, pero ya somos mejores”. Quisiera creer todo lo que dice esta frase, pero dudo de la segunda parte. Estamos, en general, ante una solidaridad impuesta.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

jueves, 23 de abril de 2020

  • 23.4.20
La pandemia que estamos sufriendo nos ha cogido por sorpresa y con retraso. Somos uno de los países (descartando China) con más incidencia en los tres compartimentos cercados por el virus: Hospitales, depósitos de muertos y prisiones en las viviendas. De las múltiples parcelas que configuran los centros sanitarios ya recibimos información –digamos que suficiente– aunque, a veces, jueguen al escondite con los datos.



Hace ya más de un mes que vivimos prisioneros entre las reducidas paredes de un piso. Guisar para comer, dormir, limpiar, leer (a quien le guste), ver la tele, teclear en el ordenador o pasear por un universo digital es todo lo mas que podemos hacer. El paso del tiempo pesa en la terraza del cerebro. ¿Hasta cuándo? Buena pregunta. La respuesta, cada día que pasa, está más confusa.

Me centro en los fallecidos cuyo número es bastante significativo. En el momento de escribir estas líneas sobrepasamos con creces los 21.700 muertos que se han quedado en el rincón de nuestra memoria tras exhalar un ¡uff! impotente por nuestra parte. Me refiero a los vivos en general.

En las altas esferas quedan reducidos a un número más o menos limpio o manipulado, según intereses políticos. Tengo claro que dar inmediata sepultura a todos es difícil de realizar, por no decir imposible. Y complicaría aun más las posibles infecciones si son acompañados por sus familiares. ¿Entonces?

Pero ofrecer un detalle de adiós costaría poco y podría ser un calmante emocional para los familiares. Me refiero al llamado luto como “signo exterior de pena y duelo…, por la muerte de una persona” (sic). Unos podrán decir que ocuparse de ello en estas circunstancias no ha lugar; otros, que el llamado “duelo, pena, aflicción” (sic) ha quedado depositado en un rincón del corazón familiar y punto.

Parece ser que desde las altas esferas se pidió no guardar luto. En cierta manera se ha llegado a prohibir el duelo porque “se hace necesario deshumanizar a los muertos”, según dijo alguien. La frase en cuestión hiela todo tipo de sentimiento. La pena puede ser general y desde luego familiar, pero sin más montajes, creo que nos dice. ¡Ya está…! Nunca fue más verdad aquello de “que solos quedan los muertos”.

En España, en distintos momentos y por razones varias, se han declarado día o días de luto oficial empezando por la bandera a media asta y con un crespón negro, añadiendo unos minutos de silencio y terminando con acto oficial de entierro. No siempre, por no decir casi nunca, dichas ceremonias han tenido acatamiento general. Con cierto amargor me viene al recuerdo el atentado de Barcelona. Nosotros somos “asín”.

Oficialmente, en estas circunstancias que estamos atravesando, no hay manifestaciones de luto de ningún tipo. A lo más, aisladamente suele aparecer algún dato. Por no haber ni tan siquiera se usa la corbata negra entre quienes la llevan por el cargo. La orden es que se prohíbe el luto. Punto.

Parece ser que el jefe de Estado “homenajea a los fallecidos” a título personal, noticia a la que no se le ha prestado ninguna atención por aquello de "nada de luto". Punto. Aclaración para mentes agudas u obtusas: hago referencia al jefe de Estado al margen de cualquier planteamiento político. En estos momentos me importan los muertos y las circunstancias que nos coartan.

Politizar el dolor es una acción de mentes raquíticas y enfermizas. Incluso en Internet, ante la muerte de algún médico, se han babeado ofensas y desacatos en contra de dicha muerte. Somos un pueblo cainita. Desde nuestros balcones aplaudimos la labor de sanitarios y fuerzas de seguridad y, a renglón seguido, “expulsamos” de nuestro bloque de viviendas a ese vecino sanitario (médico, enfermera) porque nos pueden contagiar. No invento: esta información ha salido en prensa y televisión. Para más inri (“escarnio”), en Internet han saltado algunas voces escupiendo desacatos.

El presidente valenciano convoca un homenaje por las víctimas del coronavirus para el día 19 y se desmarca del Gobierno central. Hago referencia a la prensa local. “Ximo Puig… convoca luto oficial el domingo, banderas a media asta y tres minutos de silencio”.

El Gobierno de la Generalitat invita a los valencianos a salir en silencio al balcón, como muestra de pésame por los más de mil fallecidos. Políticos valencianos y el presidente de la Comunidad guardan tres minutos de silencio en recuerdo de las víctimas: “No os olvidaremos nunca”. La bandera ondeaba a media asta con un crespón negro.

A la decisión valenciana hay que unir Andalucía, que el próximo domingo homenajeará también a las víctimas con tres minutos de silencio antes del aplauso habitual que se viene realizando cada día desde que estalló esta debacle. Da un paso más invitando a colgar la bandera andaluza y de España con un crespón negro en señal de duelo.

El Gobierno sigue en sus trece y niega el recuerdo a los muertos, rechaza el crespón en la bandera o la corbata negra como señal de luto. Total los muertos, muertos están. ¿A quién le interesan? De paso hago justicia y creo recordar que el ministro Salvador Illa dio el pésame a la familia de los muertos el domingo pasado. El duelo oficial tendrá que esperar aunque, según parece, se empieza a tener en cuenta la necesidad psicoafectiva de prestar atención a  la declaración de luto oficial (minutos de silencio y bandera a media asta) para honrar a los muertos y mostrar condolencia con los familiares.

Prefiero usar la ironía antes que subir el tono de mis palabras. Quede claro que este tipo de cita-comentario no va contra la izquierda, el centro o la derecha. Va contra el ciego utilitarismo que nos rodea. Va contra unos políticos cuyos corazones están congelados. Es un compromiso con un pueblo, bastante castigado ya por las circunstancias y un deber hacia esas personas anónimas cuyos corazones lloran de pena por la muerte en soledad y ese adiós que no le pudieron dar.

Hemos perdido seres queridos (familiares, amigos, conocidos…) y personas anónimas para muchos de nosotros; hemos perdido sobre todo un racimo de sanitarios (todos necesarios) entre los que hay unas cuantas docenas de médicos. Hasta el momento, más de una veintena de sanitarios de distintos ámbitos han fallecido a causa de esta enfermedad en España.

Es decir, se han marchado para siempre ciudadanos de a pie y de a caballo, ricos y pobres. Hemos perdido personas mayores que desde residencias y hogares se han ido en silencio. Todo está ocurriendo a buen ritmo. Es como si estuviéramos en un barco zarandeado por aguas picadas, siempre a punto de naufragar.

Mañana está pintado de incertidumbre y amarrado a una seria crisis sanitaria que no anuncia nada nuevo. Por no anunciar nada nuevo ni tan siquiera puede predecir el final de esta hecatombe. Confieso que le tengo envidia a nuestros vecinos portugueses (su frontera con España tiene muchos kilómetros) y a Grecia, país que me encanta por muchas razones, y que creía estaba ya desaparecida.

El mañana augura nubarrones. Habrá subida de precios en distintos sectores, aumentará el paro cuando volvamos a una ansiada normalidad. Crecerá la deuda pública cuyo pago habrá que saldarlo a empujones y desde una fuerte subida de impuestos. ¿Cuántos pequeños comercios tendrán que cerrar? Mejor no pensarlo.

¿Cómo afrontar la muerte de un ser querido? Con la pandemia, las defunciones se disparan. Los psicólogos explican que “el dolor queda en pausa hasta que el encierro deje paso al choque con la realidad...” ¡Cuan largo me lo fiáis, don Juan…!

Con estas líneas quiero dar mi pésame a tantos familiares hundidos por sus tragedias particulares. Y un reconocimiento a aquellos profesionales que arriesgan sus vidas por salvar las de otros. Nuestro encierro, a su lado, es una minucia, una insignificancia.

PEPE CANTILLO

jueves, 9 de abril de 2020

  • 9.4.20
Vulgarmente, por solidaridad se entiende “estar próximo al otro, identificarse con su problema, su postura o su situación”. Solidaridad vendría a significar algo así como “estoy contigo”, hago mía tu situación desde una empatía sentimental. Me adhiero a tu causa porque, en definitiva, quiero compartir contigo.



En el caso que nos ocupa, es de justicia hacer una matización de la solidaridad desde dos frentes: uno de entrega absoluta al trabajo asignado y, el otro, de empatía con el personal. Es decir, sanitarios, colaboradores, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el pueblo encerrado.

Las actitudes solidarias no aparecen espontáneamente, sino que precisan de toda una cultura de educación y asimilación de actitudes por parte de cada uno de nosotros. La solidaridad requiere ante todo sensibilidad, pero alejada del individualismo en pro de acciones colectivas y compartidas. La solidaridad hace referencia a entrega, a justicia, ayuda para un determinado colectivo necesitado de ella, por eso significa cooperación, tolerancia, darse antes que dar, compartir, respetar...

Se es solidario respecto a algo, a alguien que me importa y por quien estoy dispuesto a una actitud de sacrificio, a darme para conseguir solucionar el problema. La solidaridad es ser capaces de pasar del yo al nosotros con todas las consecuencias que comporta. En ese frente está el personal sanitario y en los múltiples frentes que nos ha abierto la guerra vírica.

Pero también están la disponibilidad de empresas que aportan materiales de primera necesidad para frenar esta debacle, y la entrega de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, los militares, sin olvidar el ofrecimiento generoso de particulares. Son importantes esos aplausos enviados desde el encierro familiar que traspasan los balcones, dirigidos a nuestros abnegados héroes que luchan para dar seguridad y salvar nuestras vidas.

Estamos inmersos en un problema serio, global y desde luego mortal. Un enemigo destructor, un virus mortífero, que se ha materializado en la aldea global. El problema viral que nos ha cercado nos mantiene aislados, a la par que está deshaciendo las columnas del templo de la felicidad que teníamos construido y en el que hasta ahora hemos vivido. La alarma ha saltado en todo el planeta. Casi de golpe y porrazo, en unos países más que en otros, el mundo ha parado su actividad.

La autoridad competente ha ordenado el encierro por seguridad. Psíquicamente nos sentimos y somos libres de volar por un cielo a veces soleado; en otros momentos aparece cargado de sombrías nubes prietas de agua que cae arbitrariamente cuando quiere.

El lema es muy simple: “me quedo en casa”. Dicho argumento pretende darme la libertad de pensamiento, que no de movimiento. Asumida la situación seré libre –triste contradicción– para hacer lo que quiera dentro de las paredes de mi vivienda. Tengo derecho a no aburrirme para que el encierro no se haga insoportable. A estas alturas la prisión ya se nos hace penosa. Y lo que te rondaré, morena.

El trance que nos aísla es sumamente agobiante a todos los niveles. Estamos encerrados físicamente por una calamidad mundial que envuelve el aire que respiramos. Nos hemos convertido, de la noche a la mañana, en rehenes de un monstruo invisible que ahoga inmisericorde a quien se le ponga a tiro. Uso la palabra "ahogar" porque creo que define bien el peligro que se cierne sobre nuestras cabezas. La insuficiencia respiratoria, dicen, es la que asfixia nuestro vivir.

Otra plataforma imprescindible como base de la realización de la persona nos adentra en la responsabilidad que cada sujeto debe adoptar, primero para crecer como persona en sentido individual, y en segundo lugar buscando la integración en el colectivo donde con-vivimos. Ello implica asumir nuestra responsabilidad como miembros de una sociedad democrática junto con la tolerancia y el respeto a los demás.

En estos días de confusión, inseguridad, miedo a caer en las garras del monstruo, circulan entre nosotros muchos bulos, es decir, “noticias falsas propaladas con algún fin” (sic). Asustarnos puede ser una razón de dicho “buleo”. El bulo es una mentira sembrada con toda intencionalidad. También puede ser una de las razones para controlar una sociedad que tiembla ante un porvenir incierto. Vamos, que dichos bulos son algo así como un saco de porquería.

En nuestra sociedad somos muy propensos a manifestar sentimientos de afecto ante las personas queridas. Pues bien, dichos sentimientos están vetados en la medida en que nos aproximan al otro. El contacto con el otro que hasta ayer era –y en el fondo de nuestro corazón sigue siéndolo– la miel que endulzaba diversos momentos del día a día, se ha transmutado como si fuera un vil enemigo al que no podemos, no ya tocar, sino de quien tenemos que alejarnos.

Abrazar, besar, envolver en nuestros brazos, estrechar manos… son gestos de convivencia, son muestras de solidaridad, de amistad, cariño, alegría, que ahora están vedados por un posible contagio. Porque con ello podemos o nos pueden transmitir ese asqueroso virus que ha asesinado el afecto que pudiéramos transmitir a esas personas queridas con las que compartimos parte de nuestra vida.

Curiosamente, las circunstancias críticas de la pandemia que estamos sufriendo, de la epidemia en la que nos ha metido el destino, están produciendo unos daños colaterales que no podíamos, ni por asomo, imaginar. De momento, solo aludo a los humanos.

Aléjate del otro, sea quien sea; guarda para otro día los brotes de afecto, de efusividad, enciérrate en casa hasta que diga la autoridad competente. Serio problema. Dicho planteamiento nos abruma con creces. Es duro vivir en una isla solitaria rodeado de todos los demás.

Sumamente importante son las víctimas que se quedan en la cuneta. El número de muertes que deja la plaga crece a buena velocidad. Alguien dijo que gracias al confinamiento, el número de muertos por accidente de tráfico había descendido significativamente. Quizás comparando ambas cifras se pueda entender lo cretino de esta afirmación. Este carril nos lleva a diferenciar entre muertos directamente por el virus, ya sean jóvenes o viejos. Lógicamente los primeros suelen tener las defensas bien pertrechadas. Los segundos están más indefensos, más cuarteados.

El dilema que se plantea es de órdago: salvar a las personas que aún tienen vida por delante o a esos decrépitos sujetos que ya han vivido, poco o mucho. Morir por falta de aire (falta de respiradores) debe ser todo un drama si a ello añadimos la ausencia de seres queridos que puedan acompañarnos hasta que nos recoja Caronte con su barca para cruzar el río.

Hablo de dilema porque es duro dejar en la cuneta a unos y ayudar a salir del agujero a otros. Cuando he trabajado los dilemas morales en clase siempre fue difícil decidir por “A” frente a “B”. En el fondo del asunto que nos ocupa, creo que se ¿antepone? una opción frente a la otra. ¿Estamos ante un tipo de eugenesia selectiva?

La eugenesia dice que la practicaban entre los espartanos allá por los años de Maricastaña y consistía en despeñar a los mal-nacidos (nacidos con defecto) porque suponían una carga frente a los sanos (saludables) que serían magníficos soldados para defender al pueblo. Ya más modernamente, en determinados sitios se optó también por dicha eugenesia.

La eugenesia ha pretendido seguir diversas lineas: una de ellas, obtener mas calidad genética de las especies, humanos más sanos por selección artificial. Francis Galton, Darwin, Mendel son nombres conocidos dentro del campo de la eugenesia. El tema es amplio y complicado.

Frente a este dilema, la televisión pronto nos ha bombardeado con imágenes en las que se ve a nuestros mayores saliendo de las UCI, después de haber ganado la batalla al virus. La mano que mece la televisión pronto se ha esforzado en resolver dicho dilema. La sociedad cuida de sus mayores.

Educar en valores se hace ineludible, pero ¿en cuáles? La pregunta nos lleva a buscar esos valores que podríamos llamar universales en tanto en cuanto nos competen a todos los ciudadanos. Se hace estrictamente necesario concatenar determinados valores donde esté presente la libertad de la persona. Estos valores son imprescindibles para formar humanos capaces de dar, darse y compartir con los demás….

Estamos aludiendo a respeto, responsabilidad, compromiso, transparencia, honestidad, para conseguir renovar nuestra futura sociedad. Porque no nos engañemos: cuando acabe el encierro entraremos en una sociedad cambiada. Me atrevo a decir nueva o renovada.

PEPE CANTILLO

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