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Rafael Soto | Humano, amigo mío

¿A qué lugar llamas paraíso, amigo mío? Soy demasiado joven, y demasiado incauto, como para definir un cielo en el que no creo. Quizá sea la materia pura, de celeste sustancia, donde las almas alcanzan el reposo que no alcanzaron como huella viva. A lo mejor, como se nos promete, sea el lugar donde tornamos en pureza, previa resurrección de la carne y liberación de las prisiones de la incertidumbre.


Amigo mío, tal vez tengas por cielo el lugar donde pecar, que es vivir, esté permitido por la revelación más esquiva. Sería el lugar donde los pecados capitales tendrían plaza legítima, y donde no haya que preocuparse por un mañana que no será ayer.

Más aún. Quizá llames paraíso al sádico lugar donde tornas en lo revelado, y ejerces a voluntad el reparto de los dones y las ausencias. Una apoteosis que ahuyente los complejos de la conciencia.

Tal vez, amigo mío, aspires a una suerte de santidad, como la supresión de los deseos. Un paraíso estático sin historia ni relatos. Un paraíso puritano, un cielo muerto. Pues vivir es pecar, y pecar es movimiento de aquelarre. Y el aquelarre nunca es celeste, por mucho que purifique en ardores.

Olor a bosque virgen, respiración pura, sonido de arroyo. Un mundo sereno puede ser también otro paraíso, mas no humano. Porque la serenidad permanente es un ideal y lo ideal nace de lo humano, concebido por los desvelos de la conciencia.

En fin, amigo mío. Hay tantos paraísos como fugitivos de los sinsabores de la vigilia. Te admito que no sé en qué consiste el cielo, ni si lo hallaremos en movimiento o reposo. Si somos materia impura, lo desconozco.

En cambio, sí me hago una ligera idea de lo que debe de ser el infierno. Dudo que sea de azufre y fuego. Tampoco el castigo eterno, cabrones tenebrosos, ni pesadillas sin despertar. No es puchero hirviente en la Córdoba estival o un mal concierto sin final. El averno no consiste en imágenes lúgubres, silencios o monstruos seductores.

Quizá, amigo mío, el infierno consista en vivir con miedo. Miedo de no poder pagar una factura o, peor, la certeza de no poder hacerlo. Puede ser la angustia de los padres de familia sin recursos, la amenaza de la bomba, las ausencias del solitario, la incertidumbre del desempleado o la lucidez del descreído

Tal vez el infierno se sustente más en los monstruos de la conciencia que en las torturas de la carne. Poco importa el origen de la creencia o el destino de la ensoñación: los paraísos pueden tener dimensiones mortales o divinas, pero el ser humano es la medida de todos los sufrimientos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO