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Aureliano Sáinz | En USA matan niños

Cuesta mucho entenderlo. No cabe en la cabeza ni en el corazón de una persona con los mínimos sentimientos humanos. Es el horror total. No podemos imaginar el reguero de sangre, espanto y dolor que surge cuando alguien se acerca a un centro escolar de Primaria y, con un fusil de asalto, empieza a disparar contra los niños y las niñas que pudiera encontrar, dejando tras de sí a 19 inocentes criaturas yacentes en el suelo, junto a dos profesoras que acudieron a auxiliarles.


Y sin embargo, en Estados Unidos, o el orgullosamente denominado a sí mismo como el “País más poderoso de la Tierra”, todo es posible, incluso que se repitan las terribles masacres que cada cierto tiempo se suceden unas a otras como si fueran una maldición bíblica.

No solo se producen en las grandes superficies comerciales, o en templos, o en lugares de trabajo, o en zonas de aparcamiento… Alcanzan también a los lugares en los que se inician los más pequeños en eso que solemos llamar como centros de educación, en los que tienen que aprender no solo los conocimientos y las actitudes que, paso a paso, les proporcionen los hábitos necesarios para que sepan desenvolverse en la sociedad. Allí también aprenden a conocer a otros de su edad, a saber lo que es la amistad, a participar colectivamente, a disfrutar y a ser felices jugando con otros de sus edades.

Lo triste es que, en la sociedad de los medios de información acelerados en la que vivimos, esta reciente matanza acabará convirtiéndose en una lamentable noticia más que quedará sepultada por otras que ocuparán los titulares de las pantallas, grandes o pequeñas. Será sustituida por aquellas que acaparen la mente de los ‘consumidores’ de la crónica negra, de modo que la aniquilación de escolares que recientemente se ha producido en una escuela de Primaria en Uvalde, una localidad de apenas 22.000 habitantes en el Estado de Texas, pasará pronto al olvido, en espera de que otra matanza vuelva –como el eterno retorno nietzscheano– a convertirse en noticia destacada.

Y para colmo de cinismo, frivolidad y de estupidez congénita, nos llegó la información que a los pocos días de la masacre de niños, en el mismo Texas, se celebraba una feria de armas con gran asistencia de público. Allí, los fanáticos de las armas, que en ese enorme país superan ampliamente los 300 millones que están en manos particulares, asistían acompañados de su prole y, embelesados, contemplaban los últimos modelos que podían coger con sus propias manos y gesticular con ellas como si estuvieran apuntando a las potenciales víctimas.

Pero este no es un problema fácil de resolver. Tengamos en cuenta que en Estados Unidos hay más tiendas en las que se venden armas que gasolineras en las que los vehículos pueden repostar. Y es que la muy poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) vende todavía la idea de que en ese país, tal como apunta la Segunda Enmienda de la Constitución, el que todos los ciudadanos fueran campesinos que, como los del siglo XIX, viven en granjas aisladas del Medio Oeste, esos que necesitaban tener un arma para defenderse en su aislada casa de madera de posibles robos o de ataques de animales salvajes.

Romper esta idea tan extendida, y los hábitos a los que ha conducido, tal como apuntaba Albert Einstein refiriéndose a los prejuicios de la gente, “resultan más difíciles de romper que a un átomo”. Y es que, junto al inmenso negocio de las armas, dos de los prejuicios asumidos por una gran parte significativa de la población estadounidense son, por un lado, que portar armas resulta ser un derecho inalienable, casi divino, y, por otro, que la razón está de su parte ya que viven en el país más poderoso del mundo.


Lo anterior queda bien plasmado en los dos carteles que acabamos de ver. En el primero de ellos, el diseñador estadounidense John Yates hace referencia al sector más conservador de la población que rinde un auténtico culto a las armas, tal como lo expresa en el diseño de su cartel, en el que vemos, en blanco y negro, la cintura de un personaje, algo entrado en carnes, con su revólver y la correspondiente munición. El título lo deja bastante claro: American Bible Belt o Cinturón de la Biblia americana.

Para estos sectores, que se consideran descendientes directos aquellos puritanos europeos que arribaron a Nueva Inglaterra en el Mayflower, en el año 1620, buscan también en la Biblia todo tipo de argumento religioso para justificar el “derecho a portar armas”.

Una pregunta que podríamos hacernos –y que ellos podrían hacerse– es la siguiente: ¿Por qué no miran a otros países en los que solo tienen armas las fuerzas de seguridad y, en casos especiales, algunos particulares, lo que evita que no se produzcan esas terribles matanzas?

Quizás, esta pregunta nos la hacemos porque se nos olvida el lema con el que ese sujeto llamado Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos: America first, es decir, América primero, reflejando la prepotencia y arrogancia que habitan en lo más hondo de cualquiera de sus seguidores, que, por cierto, y aunque nos parezca mentira, son millones.

Ellos no tienen nada que aprender de nadie, pues como dice este individuo que defiende sin ninguna duda la posesión de armas, la solución para las matanzas en escuelas es, nada menos, que: ¡Armar al profesorado! Es decir, transformar los centros educativos en espacios en los que de vez en cuando se conviertan en campos de tiro.

Esa imbecilidad, esa arrogancia, esa creencia en su superioridad sobre el resto del mundo las refleja bastante bien otro diseñador, Nicholas Blechman. Vemos que en su cartel ha dibujado a un personaje voluminoso vestido con los colores de la bandera estadounidense, portando dos pistolas a punto de desenfundarlas y caminando por el planeta como si fuera un campo petrolífero.

Ante tanto fanatismo, la solución que encuentra Blechman la concentra en el lema Stop the Arrogance… Y es que, por suerte, todavía en el propio Estados Unidos hay gente esperanzada que con sus escritos, sus palabras o sus diseños combaten con diversos modos la simpleza y la estupidez mentales tan extendidas en ese enorme territorio.

AURELIANO SÁINZ