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Moi Palmero | Pescadores a la orilla de la playa

Cada uno disfruta de la mar según sus gustos y, como son tantos como colores, es imposible no entrar en conflicto en algún momento con el vecino de toalla. Para eso existen las leyes: para que tengamos la fiesta en paz y todos podamos sentirnos realizados y protegidos.


El problema es que la normativa es ambigua y diferente para cada rincón de España, porque además de la estatal, hay que tener en cuenta la Comunidad Autónoma, la provincia y la localidad en la que te encuentres. Un galimatías que las autoridades no saben solucionar y, ante preguntas concretas, suelen responder con un “depende” porque tienen más supuestos que el nuevo contrato de Messi.

Cada verano, los pescadores a la orilla de la playa representan algunos de nuestros quebraderos de cabeza, porque ya no entra en juego el gusto de cada cual sino que son un peligro para los bañistas. Aplicando el sentido común debería valer para evitar discusiones y accidentes pero, como dijo Voltaire, éste es el menos común de los sentidos.

Por normativa, al menos en Andalucía, para pescar desde la orilla de la playa, Clase 1, solo necesitas ser mayor de edad, o de 14 años con autorización paterna, y pagar unos 20 euros. Ni examen ni nada, algo que me parece curioso porque para pescar en ríos y embalses sí te hacen una prueba en el que, entre otras cosas, te preguntan biología y hábitats de las especies pescables; mantenimiento de la cadena trófica y de los ecosistemas; normativa de pesca vigente; y los medios y artes utilizados en la pesca. Pero para la orilla de la playa, nada de nada.

Según la normativa, ese carnet, tan fácil de conseguir como el de la biblioteca, te autoriza durante tres años a usar dos cañas y seis anzuelos por licencia, y sólo puedes pescar cinco kilos de peces con escamas al día, descontando el peso de una de las piezas capturadas.

También te indican que, en la temporada de baño, el horario es de 21.00 a 9.00 horas del día siguiente y hay que respetarlo si hay bañistas, que siempre tienen prioridad. Además, debes mantenerte a cien metros de distancia de ellos para evitar accidentes. No vale el “yo llegué primero”, que suele ser el origen de la discusión.

Nada tengo contra los que conocen sus limitaciones, las restricciones y que son respetuosos cuando le dices las cosas. Yo estoy en contra de esos que se creen que, por tener licencia, que se la dan a cualquiera que pague, ocupan la playa como si fuese suya, a lo Toni Cantó, con su chiringuito propio y mirándote mal si pasas andando entre sus cañas.

Estoy en contra de los que para llegar a la zona en la que quieren pescar rompen barreras de madera, atraviesan dunas como las de Punta Entinas Sabinar, y circulan por la playa para llegar al sitio elegido y descargar sus bártulos, que no son pocos.

Estoy en contra de esos que, cuando se van, dejan todo lleno de basura, bandejas de cebos incluidas. De los que le sacan la licencia a toda la familia para llenar toda la orilla de cañas. De los que van a los espigones a esquilmarlos de lapas o cangrejos para usarlas como cebos. De los que no saben, o no quieren saber, que los pulpos, las jibias y los calamares no son peces con escamas: son cefalópodos y no se pueden pescar ningún día del año.

Estoy en contra de los que utilizan drones para alejar el anzuelo todo lo que puedan de la costa, aunque sea sobre las Praderas de Posidonia a las que van porque saben que hay más pesca. De los que culpan a los ecologistas de no poder hacer algo que llevan haciendo toda la vida con sus padres y se justifican con “por uno que pesque no va a pasar nada”.

No, no todos son iguales, no se puede generalizar, y probablemente la mayoría de las infracciones que cometen son por desconocimiento, porque ni siquiera se habrán leído la normativa, ni sabrán las especies que están en veda, ni las tallas mínimas, ni las que son objeto de repoblación.

No sabrán qué es una zona de reserva de pesca, o si hay arrecifes artificiales, ni si la playa donde pescan tiene alguna restricción. Y no lo saben porque nadie les ha pedido que, al menos, se lean estas cosas para hacerles una prueba, que ya sé que no garantiza nada, pero serviría para que no se creyesen los más listos de la clase.

Así que si este verano tienes la mala suerte de encontrarte con uno de estos que se creen dueños y señores de la playa, no discutas: llama a la Guardia Civil y, si quieren hacer su trabajo, que le pidan al menos que le enseñen la maravillosa licencia tras la que se escudan, que les controlen lo pescado y los aparejos que están utilizando. Discutir con ellos es perder el tiempo porque en este país cuanto más ignorante eres, más pecho sacas.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO