Ir al contenido principal

Rafael Soto | Pervertirse es cosa de hombres

De acuerdo con la mitología clásica, Calipso era hija de Atlante, también conocido como Atlas, y de la oceánide Pléyane –aunque de esto último hay varias versiones. Cosa curiosa, porque lo normal es que suela ser al revés–. Por tanto, era una deidad, aunque no gozara de los dones del Olimpo.


En concreto, la dama había sido desterrada a las islas Ogigias por ser hija de su padre, castigado a sostener el Mundo en sus hombros por rebelarse contra la autoridad. Por alguna razón, Zeus no le otorgó el tercer grado. ¡Qué cosas!

Hoy, estas islas son conocidas como Islas Calipso en su honor, en los territorios que hoy se identifican con los territorios de Malta. Vivía con sus sirvientas, sin molestar, ni ser molestada, si bien lamentaba su soltería.

Un buen día, un náufrago llegó a su isla. Por lo que cuentan los mitos, el señor era experimentado y tenía buen parecer. Se trataba del rey de un territorio miserable llamado Ítaca, que ganó la gloria luchando en la terrible Guerra de Troya. Es más, el astuto Odiseo tenía fama de haber ideado la estratagema que dio la victoria a los griegos: un caballo de madera. Se contaba, además, que estaba de malas con Poseidón por haber cegado a su hijo, el cíclope Polifemo. Algo lógico, si lo pensamos bien.

Guapo, afamado y desvalido. No necesitó mucho para meterse en la cama de la pobre Calipso. De acuerdo con los relatos homéricos, ella lo cuidó y le ofreció la inmortalidad si se quedaba con ella, cosa que no aceptó, supuestamente, por recuerdo de su esposa, su hijo Telémaco y su tierra. Muy bonito todo.

Los relatos afirman que Calipso lo mantuvo preso en la isla durante siete años. Zeus se acabó apiadando de él y decidió ante los dioses olímpicos que retornase a casa. Y como ya entonces había disciplina de partido, Poseidón se tuvo que tragar el tridente y a Hermes le tocó hacerle una visita a Calipso en lo que, en la mentalidad griega, era el culo del Mundo.

Un inciso. Como ya hemos señalado, los relatos homéricos señalan que Odiseo estuvo aprisionado siete años. Hesíodo, autor cercano en el tiempo a los relatos homéricos y poco sospechoso de trabajar para el Ministerio de Igualdad, señala en su Teogonía que: “Calipso, la divina entre las diosas, habiendo tenido agradable consorcio con Odiseo, fue madre de Nausítoo y Nausínoo”.

Un “agradable consorcio” que ya había mantenido con otro de sus ligues, Circe. Al igual que ocurre con la Atlántida, la Odisea nos relata los amores del héroe con Circe, pero no nos da detalles de los hijos habidos en aquel escarceo amoroso. De acuerdo con Hesíodo, de la unión nacieron dos retoños, el “irreprochable y fuerte Latino y también a Telégono, merced a la dorada Afrodita” –me reconozco como fan de los eufemismos de Hesíodo–

Apolodoro da una versión ligeramente diferente en su Biblioteca Mitológica, afirmando que Circe fue madre de Telégono. Sobre Calipso señala escuetamente: “Allí lo acoge Calipso, hija de Atlante, y de sus amores pare a Latino. Permanece con ella cinco años, al cabo de los cuales fabrica una almadía y zarpa”–lo lamento, sigo prefiriendo los eufemismos de Hesíodo–

Por aportar un último testimonio, Cayo Julio Higino, ya en época romana, señala en sus Fábulas que Circe fue madre de Telégono y Nausítoo. No reconoce hijo alguno a Calipso, de la que dice que solo retuvo un año al astuto Odiseo.

Por tanto, Odiseo se paseó por el Mediterráneo, aceptando “agradables consorcios” con mujeres que le dieron sustento durante años, y dejándoles retoños que, por necesidad, hubo de conocer. Eso sí, según los relatos homéricos, el buen hombre fornicaba con deidades con gran pesar y recuerdo de su casa, por supuesto.

Hecho este inciso, volvemos al relato homérico. Hermes llega a las Islas Ogigias y se presenta ante Calipso para informarle de la decisión de Zeus. Le dice que le tiene que ayudar a embarcar, y que pobre de ella si se opone. Vamos, como suele decirse, encima de puta, ahora le tocaba poner la cama. Las palabras de Calipso no pueden ser más dignas de lástima:

Sois crueles, dioses, y envidiosos más que nadie, ya que os irritáis contra las diosas que duermen abiertamente con un hombre si lo han hecho su amante. Así, cuando Eos, de rosados dedos, arrebató a Orión, os irritasteis los dioses que vivís con facilidad, hasta que la casta Artemis de trono de oro lo mató en Ortigia, atacándole con dulces dardos. Así, cuando Deméter, de hermosas trenzas, cediendo a su impulso, se unió en amor y lecho con Jasión en campo tres veces labrado. No tardó mucho Zeus en enterarse, y lo mató alcanzándolo con el resplandeciente rayo. 

Así ahora os irritáis contra mí, dioses, porque está conmigo un mortal. Yo lo salvé, que Zeus le destrozó la rápida nave arrojándole el brillante rayo en medio del ponto rojo como el vino. Allí murieron todos sus nobles compañeros, pero a él el viento y las olas lo acercaron aquí. Yo lo traté como amigo y lo alimenté y le prometí hacerlo inmortal y sin vejez para siempre.

Pero puesto que no es posible a ningún dios rebasar ni dejar sin cumplir la voluntad de Zeus, el que lleva la égida, que se vaya por el mar estéril si aquél lo impulsa y se lo manda. Mas yo no te despediré de cualquier manera, pues no tiene naves provistas de remos ni compañeros que lo acompañen sobre el ancho lomo del mar. Sin embargo, le aconsejaré benévola y nada le ocultaré para que llegue a su tierra sano y salvo
.

En un último acto desesperado, Calipso decide dar una última oportunidad a Odiseo, que rechaza seguir con ella, aunque no ir “al interior de la cóncava cueva a deleitarse con el amor en mutua compañía”– sigo prefiriendo los eufemismos de Hesíodo–

Higino nos describe la misma escena, pero con otros matices: “[…] la ninfa Calipso, seducida por la belleza de Ulises [Odiseo], lo retuvo durante un año entero y no quiso dejarlo partir hasta que Mercurio [Hermes], siguiendo un mandato de Júpiter [Zeus], se lo ordenó a la Ninfa”. No nos ofrece los lamentos de la Atalante, pero nos cuenta que acabó suicidándose por amor a Odiseo. Cosa curiosa, si tenemos en cuenta su naturaleza divina.

Sea cual sea la versión que aceptemos, Calipso es abandonada por Odiseo, vividor y follador por excelencia de la mitología grecolatina, dejando atrás al hijo o a los hijos que quizá tuvo con ella. Y por segunda vez, pues ya había abandonado a Circe. Y no sería la última, al parecer. Todo ello, a pesar de que Calipso se arrastrase de todas las maneras posibles ante aquel vividor.

De acuerdo con los relatos homéricos, su esposa Penélope le fue fiel durante los casi veinte años de su ausencia, haciéndola objeto de proverbios vinculados con la fidelidad marital. Apolodoro es más realista y ofrece otras versiones alternativas a la versión oficial, que también recoge. Así, nos cuenta que había sido “pervertida” por el pretendiente Antínoo, o bien por Anfínomo. Tras tal deshonra a su casa, no se sabe con seguridad si Odiseo “la devolvió” a su padre Icario, como si de un objeto se tratase, o bien la mató allí mismo.

O sea, que las versiones alternativas vienen a señalar que Penélope, tras casi veinte años de ausencia marital entre la guerra y la vuelta –los sabios no se ponen de acuerdo con las fechas, como hemos comprobado–, tuvo un par de noches locas con alguno de sus pretendientes. Y el buen señor, a su vuelta, la mata o la “devuelve” a su padre por “pervertirse”, después de dejar no se sabe cuántos hijos ilegítimos a lo largo y ancho del Mediterráneo. Para el pensamiento grecolatino, “pervertirse” era cosa de hombres. Aunque no hay que irse a la mitología para encontrar casos análogos.

Todos los días nos encontramos con desaprensivos que maltratan física o psicológicamente a sus mujeres, y a mujeres que se arrastran por miedo a la soledad o por amor, desde la creencia de que éste todo lo puede. O por los hijos, que no es poca cosa. Ya sea por imposiciones sociales, miedos, deudas, hijos y otros hechos, son muchas las parejas que no pueden separarse, ni siquiera de quienes los o las maltratan física y/o psicológicamente.

Hoy no pude evitar recordar las historias de Calipso, Circe y Penélope. Historias de mujeres que no merecían el abandono, el desprecio, ni la violencia de sus parejas. Mujeres que fueron juguetes de hombres sin escrúpulos.

Según la mitología griega, Odiseo muere a manos de Telégono, hijo de Circe. Lo mató sin saber que se trataba de su padre. No puedo dejar de pensar que hay cierta justicia en ello. Y, quizá, los griegos también lo pensaron. Quizá se le ocurriera a un hijo abandonado. Porque cabrones ha habido siempre, en diferente grado y con diferente aceptación social. La diferencia es que hoy ya no pasamos ni una. O no deberíamos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO