Los antiguos romanos fueron tan cuadriculados que necesitaron ponerle fecha, incluso, a la fundación de su ciudad. Aunque no había evidencia sólida para ello, establecieron que la fundación y el mitológico fratricidio se produjeron el 21 de abril de 753 a. C. En esa misma fecha del año 2779 “ab urbe condita”, el papa Francisco I muere en Roma, lo que no deja de ser una simpática (o macabra) casualidad.
La Roma de la que quiero hablar hoy es una más desconocida que la del Imperio o el Vaticano. Se trata de la capital de los Estados Pontificios. Y queremos hacerlo de la mano de un español: Baltasar del Río (ca. 1480-1541), obispo de Scala. Figura clave del humanismo hispalense y pionero del periodismo español, fue por breve tiempo gobernador de Roma.
Del Río publicó en diciembre de 1504 un breve libro titulado Tractado dela corte romana compuesto en lenguage castellano, que dedicó al Duque de Alba. El libro está en acceso abierto y se puede consultar aquí.
Siguiendo las prácticas humanísticas de la época, usó el diálogo y el tono moralizante para describir los males morales de aquella Roma decadente en diez capítulos. En el primero, presenta a Silvino y a Cristino, un hombre que llega a Roma y otro que le advierte de sus miserias y, en especial, de la codicia generalizada [transcripción modernizada]:
No hay en el mundo tantos aposentamientos, cuantos con la llave de la codicia se cierran: no es lleno el cajón cuando querríades la caja. No la caja, cuando la cámara. No la Cámara, cuando la sala. No la sala, cuando el corral. No el corral, cuando la plaza y ciudad. Y así de grado en grado subiendo hasta que pensando estar en el extremo fin del laberinto os hallaríades en el primer principio por donde livianamente entraste y dificilísima se podríades hallar la salida.
En esta línea sigue Cristino en el segundo capítulo, donde lamenta que pasaran los tiempos de Julio II y critica la inseguridad de la ciudad, la falta de liberalidad de los grandes señores, y la ausencia de espacio para las personas honradas [transcripción modernizada]: “Siempre hombres de honra que no lo callan, siempre locos y malvados los que los descubren, siempre maliciosos que los murmuran”.
En el tercer capítulo, Cristino describe la manera en la que las personas tienen que medrar bajo señores mediocres:
[…] lo primero que pregunta es no si sabéis bien leer y escribir, no si bien bailar y danzar, no se hizo muy docto en poesía, y filosofía, o teología, o música, o en otra cualquier ciencia virtuoso […]. Pero si sois muy rico, si de muchos beneficios y renta, si de buenos atavíos, sí sois algo dispuesto y aún para esto siempre los hacen pasear como a bestia.
El quinto capítulo reincide en la crítica a los señores romanos. En este caso, se centra en la manera tan miserable en que compensan a sus servidores, hasta el punto de adquirir relaciones parasitarias para con quienes tendrían que beneficiar. Así, advierte Cristino a Silvano [transcripción modernizada]: “[…] cada día crecéis en años lo que menguáis en renta”.
Los capítulos sexto, séptimo, octavo y noveno los dedica a la “vicia” de las romanas, cualquiera que sea su condición, aunque describiendo las artes de unas y de otras según su estatus social. Pero no solo carga contra las mujeres, sino que aprovecha para atacar a los hombres que se prestan a sus malas artes —entre ellos, incluye incluso a cardenales—. También hace una crítica a la picaresca y a la capacidad de unos y otros de rascar el bolsillo ajeno [transcripción modernizada]:
Después de esto gastáis cuanto ellos y vos tenéis en pagar el correo porque vos seáis el primero avisado y si os guarda Dios, que el negocio no vaya a la [¿ylan?] a quien da más, como muchas veces hemos visto. Nunca bien os faltará que en sin gastar lo que vos a vuestra costa, con su malicia y diligencia sobrada.
Así, Cristino concluye con recomendaciones para sobrevivir en Roma, así como consejos para alcanzar “la gloria celestial”. De este modo, el futuro obispo de Scala ofrece una conclusión positiva a tan amargo tratado.
Quizá, lo más valioso de la obra es su capacidad de describir las prácticas habituales en la Corte en todos los estratos sociales. Sin embargo, a pesar de su tono crítico y moralista, también se observa que el autor es moderado: no acusa a nadie por su nombre. Hace referencia a señores, cardenales, cortesanas… Sin embargo, se cuida de proferir palabras que nadie pueda asumir de manera personal.
Baltasar del Río ofreció una descripción de las costumbres y la moral del “caput mundi” de su época. Hoy, lejos de ello, la Roma papal se ha reducido a un Vaticano fuera de lugar, y a una capital de Estado cuya primera ministra necesita reivindicar a la “fascia” manera.
Haereticus dixit
La Roma de la que quiero hablar hoy es una más desconocida que la del Imperio o el Vaticano. Se trata de la capital de los Estados Pontificios. Y queremos hacerlo de la mano de un español: Baltasar del Río (ca. 1480-1541), obispo de Scala. Figura clave del humanismo hispalense y pionero del periodismo español, fue por breve tiempo gobernador de Roma.
Del Río publicó en diciembre de 1504 un breve libro titulado Tractado dela corte romana compuesto en lenguage castellano, que dedicó al Duque de Alba. El libro está en acceso abierto y se puede consultar aquí.
Siguiendo las prácticas humanísticas de la época, usó el diálogo y el tono moralizante para describir los males morales de aquella Roma decadente en diez capítulos. En el primero, presenta a Silvino y a Cristino, un hombre que llega a Roma y otro que le advierte de sus miserias y, en especial, de la codicia generalizada [transcripción modernizada]:

No hay en el mundo tantos aposentamientos, cuantos con la llave de la codicia se cierran: no es lleno el cajón cuando querríades la caja. No la caja, cuando la cámara. No la Cámara, cuando la sala. No la sala, cuando el corral. No el corral, cuando la plaza y ciudad. Y así de grado en grado subiendo hasta que pensando estar en el extremo fin del laberinto os hallaríades en el primer principio por donde livianamente entraste y dificilísima se podríades hallar la salida.
En esta línea sigue Cristino en el segundo capítulo, donde lamenta que pasaran los tiempos de Julio II y critica la inseguridad de la ciudad, la falta de liberalidad de los grandes señores, y la ausencia de espacio para las personas honradas [transcripción modernizada]: “Siempre hombres de honra que no lo callan, siempre locos y malvados los que los descubren, siempre maliciosos que los murmuran”.
En el tercer capítulo, Cristino describe la manera en la que las personas tienen que medrar bajo señores mediocres:
[…] lo primero que pregunta es no si sabéis bien leer y escribir, no si bien bailar y danzar, no se hizo muy docto en poesía, y filosofía, o teología, o música, o en otra cualquier ciencia virtuoso […]. Pero si sois muy rico, si de muchos beneficios y renta, si de buenos atavíos, sí sois algo dispuesto y aún para esto siempre los hacen pasear como a bestia.

El quinto capítulo reincide en la crítica a los señores romanos. En este caso, se centra en la manera tan miserable en que compensan a sus servidores, hasta el punto de adquirir relaciones parasitarias para con quienes tendrían que beneficiar. Así, advierte Cristino a Silvano [transcripción modernizada]: “[…] cada día crecéis en años lo que menguáis en renta”.
Los capítulos sexto, séptimo, octavo y noveno los dedica a la “vicia” de las romanas, cualquiera que sea su condición, aunque describiendo las artes de unas y de otras según su estatus social. Pero no solo carga contra las mujeres, sino que aprovecha para atacar a los hombres que se prestan a sus malas artes —entre ellos, incluye incluso a cardenales—. También hace una crítica a la picaresca y a la capacidad de unos y otros de rascar el bolsillo ajeno [transcripción modernizada]:
Después de esto gastáis cuanto ellos y vos tenéis en pagar el correo porque vos seáis el primero avisado y si os guarda Dios, que el negocio no vaya a la [¿ylan?] a quien da más, como muchas veces hemos visto. Nunca bien os faltará que en sin gastar lo que vos a vuestra costa, con su malicia y diligencia sobrada.
Así, Cristino concluye con recomendaciones para sobrevivir en Roma, así como consejos para alcanzar “la gloria celestial”. De este modo, el futuro obispo de Scala ofrece una conclusión positiva a tan amargo tratado.

Quizá, lo más valioso de la obra es su capacidad de describir las prácticas habituales en la Corte en todos los estratos sociales. Sin embargo, a pesar de su tono crítico y moralista, también se observa que el autor es moderado: no acusa a nadie por su nombre. Hace referencia a señores, cardenales, cortesanas… Sin embargo, se cuida de proferir palabras que nadie pueda asumir de manera personal.
Baltasar del Río ofreció una descripción de las costumbres y la moral del “caput mundi” de su época. Hoy, lejos de ello, la Roma papal se ha reducido a un Vaticano fuera de lugar, y a una capital de Estado cuya primera ministra necesita reivindicar a la “fascia” manera.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO ESCOBAR
FOTOGRAFÍA: JUAN PABLO BELLIDO
FOTOGRAFÍA: JUAN PABLO BELLIDO

