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Aureliano Sáinz | El pensamiento animista

En los debates que tengo habitualmente con los alumnos, en ocasiones sale la idea que tienen acerca de la naturaleza y del universo. Compruebo que una parte de ellos no ha reflexionado sobre la inmensidad espacial en la que se encuentra el pequeño planeta en el que vivimos, por lo que siguen pensando que la realidad física está configurada por “la tierra y el cielo”, tal como la entienden los escolares.


Podríamos decir que es una comprensión subjetiva de la realidad externa, aunque, a fin de cuentas, en cierto modo, es la pervivencia del animismo con el que durante la infancia se interpreta el mundo que nos rodea, y que aún pervive en los adultos de ciertas culturas.

Aunque ya he hablado de este fenómeno psicológico que nos afecta a todos los seres humanos en nuestro proceso de desarrollo, me parece oportuno mostrar cómo los escolares manifiestan en sus dibujos el animismo de los objetos, al tiempo que hacen referencia a los postulados del psicólogo suizo Jean Piaget, que estudió el animismo de manera detenida. Para ello, he seleccionado algunos dibujos que expliquen cómo expresan visualmente sus conceptos animistas.

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Así, el dibujo de la portada, de un chico de 11 años que vive en un entorno rural, a la hora de plasmar la naturaleza representa a un campesino que, con la azada en la mano, va diciendo “Viva el Sol”. Pero lo más curioso es que el caballo que le sigue y los pájaros en los árboles también dicen esta misma frase.

Tal como he indicado, Piaget estudió, de forma sistemática y rigurosa, las concepciones animistas infantiles, de modo que, según el autor suizo, el origen del animismo se debe a que “el niño no distingue el mundo psíquico del físico; si, aún en los comienzos de su evolución, no observa límites precisos entre su yo y el mundo exterior, hay que esperar que considere como vivos y conscientes un gran número de cuerpos que, para nosotros, son inertes”.


Lo indicado podemos comprobarlo en el dibujo de Alejandro, un niño de 5 años, que ha plasmado una escena familiar en la que aparece no solo un sonriente sol animista, sino también que en la parte inferior de la lámina aparece una larga línea de flores, de modo que cada una de ellas en su parte central se muestra con un rostro. De este modo, el pequeño entiende que todo lo que nos rodea tiene vida de modo similar a las personas.

Esto tiene bastante semejanza con lo que nos dicen los antropólogos que al estudiar las culturas primitivas comprueban que sus miembros no distinguían entre materia y espíritu, de modo que quienes se encuentran en estas culturas creen que todas las cosas que rodean al ser humano tienen pensamientos, sentimientos y voluntad, a semejanza nuestra.


Es lo que a fin de cuentas es lo que manifiesta en el dibujo que acabamos de ver su pequeña autora, que se encuentra en un día de lluvia al lado de su padre y su madre, mientras que el Sol sorprendido los contempla. Esto es lo que manifestaba Jean Piaget cuando nos decía que el niño, a semejanza del hombre primitivo, interpreta que los objetos que percibe de la realidad visible tienen vida en el doble sentido de que ‘saben’ y ‘sienten’, a semejanza de lo que le sucede a él.


El habitual en los dibujos de los escolares encontrar el dibujo del Sol con ojos y boca, como expresión del animismo que se atribuye a los cuerpos celestes. Pero no es solamente que la estrella que nos ilumina y calienta aparezca de este modo, sino que también la Luna podemos verla con una silueta que recuerda a un rostro humano. Es lo que ha realizado esta niña de 9 años cuando se representa en una barbacoa al lado de su madre, al tiempo que su hermana pequeña está al otro lado de la casa.


El animismo infantil, según el psicólogo suizo, evoluciona en cuatro fases. En la primera, para el niño todo lo que existe posee vida, aunque sea un objeto inmóvil. Más tarde, atribuye conciencia a los cuerpos en movimiento. En el tercer estadio, se produce una diferencia entre aquellos cuerpos y elementos que tienen movimiento propio de aquellos otros que su movimiento tiene un origen externo. Finalmente, el pensar y sentir quedan reservados a las personas y los animales. En el caso del dibujo anterior, su autor se encuentra en la segunda fase, de modo que dibuja con criterios animistas no solo el Sol sino también una nube y, curiosamente, un árbol.

Entre los adultos existe la creencia de que los niños dibujos con rostros los elementos de la naturaleza porque lo ven en los cuentos y los dibujos animados, cuando es al revés: estos cuentos y películas se basan en el animismo infantil para poder realizarlos y que los pequeños los sigan con tanto entusiasmo. Así, por ejemplo, La patrulla canina es tan bien recibida por ellos precisamente porque creen que esos animales que protagonizan la serie piensan como nosotros.


Con el fin de que veamos hasta qué nivel se puede dar el animismo, acabamos de ver el dibujo de un niño que se ha dibujado junto a su madre, debajo de un sol y una nube animistas, al tiempo que la casa que ha trazado le ha dibujado ojos, nariz y boca como si fuera una persona.

Para cerrar, quisiera apuntar que lo que he expuesto es cosa de niños y que una vez que uno crece ya utiliza la razón para entender a la sociedad y los fenómenos de la naturaleza. Pero esto no es así: una parte significativa acepta lo que llamamos ‘relatos’ como si fueran verdades inamovibles, sin que se apoyen en la razón y lo que los avances del conocimiento que nos proporcionan las ciencias, ya que prefieren vivir en ese nivel infantil en el que la duda no tiene lugar, puesto que les provoca gran inseguridad y prefieren la comodidad de no reflexionar y continuar con soluciones que llamaríamos ‘mágicas’ ante los problemas complejos que nos presenta la realidad.

AURELIANO SÁINZ

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