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María Jesús Sánchez | Hablar con los niños

Emerjo tras la resaca del vapuleo que mi mente ha provocado en mi cuerpo en estos últimos días. !Qué difícil aceptar que el enemigo está dentro de la cabeza y que trata de sabotearte cualquier momento dulce! Pero, como dice el doctor y divulgador científico Mario Alonso Puig, nuestra mente está enferma, no para de divagar, provocándonos sufrimiento.


Menos mal que este especialista nos da un antídoto: enfocar nuestra atención en el presente, en el ahora. Claro, que esto no se consigue por arte de magia: supone un esfuerzo, un trabajo diario, como cuando quieres ver músculos en tus brazos. Con ir al gimnasio un día al mes no sirve. "La loca de la casa", como la llamaba santa Teresa de Jesús, necesita adiestramiento con cariño, pero con firmeza. La teoría ya me la sé: ahora solo queda la práctica...

He descubierto que algo que te lleva al presente es hablar con los niños. En mi caso tengo a Alma y a sus amigos del cole para anclarme. Cuando cuidas a una niña de 3 años, todos tus sentidos tienen que estar pendientes de ella. Porque en su maravilloso mundo solo existe el juego y no hay ni rastro de peligro. Ver la vida a través de sus ojos es esclarecedor y nos ayuda a entender cómo somos antes de que nos socialicen y nos aborreguen.

Mi muñeca es superasertiva: si tiene hambre, te lo dice; si está cansada, te mira a la cara para decirte que lo está. Y, si se aburre o quiere hacer otra cosa, también te lo hace saber. Está en contacto con su pequeño cuerpecito siempre.

Cuando está cansada al final del día empieza a hacer tonterías o a portarse regular. Y es que está en esa fase, que tenemos todos, en la que no se aguante ni ella: solo quiere recibir la cena e irse a la camita. Cuando crecemos dejamos de escuchar a nuestro cuerpo: lo forzamos con estrés, llenando el día de miles de cosas, sin tiempo para respirar, quitándole horas al sueño para estar delante de la pantalla tonta, ya sea grande o pequeña.

Y mientras, nuestros músculos y su cansancio aguantan y van tirando cansados todo el día. Pero a Alma no le pasa: "Tita, yo estoy cansada y me quiero ir a casa". E, inmediatamente, abandonamos el parque. No se queda allí desoyendo sus necesidades vitales.

Una de sus amigas me dijo un día, de repente, mientras empujaba el columpio: "A mí me gusta el queso". No estábamos hablando de nada, ni de comida, solamente lo pensó y lo hizo saber a los demás. Ella disfruta comiendo queso. Acto seguido, corrigió a mi novio, que es madrileño.

Soltó otra frase espontáneamente: "Mi tío se llama Álvaro", a lo que él respondió "qué bien que tengas un tío que se llama Álvaro". Lo dijo con su acento castellano, por lo que ella respondió: "No, se llama 'Árvaro'". Y es que la niña es sevillana y se dio cuenta que él no dominaba el dialecto andaluz.

Alma ya me ha corregido a mí en tres ocasiones y me han hecho replantearme mi forma de hablar. La primera vez fue en el supermercado. Estábamos paseando por la zona de aseo, cogió un bote y me preguntaba que qué ponía en la etiqueta. Como aún no lee, me pregunta constantemente qué dicen esas letras escritas.

Le contesté que era un gel como el que ella tenía en casa para que la bañara mamá. "Y papá", me dijo mirándome a la cara. Y aquel mico de 3 años me hizo ver que por muy feminista que me crea, aún tengo ramalazos micromachistas en mi lenguaje. Y es que a ella la bañan tanto mamá como papá.

Las dos siguientes correcciones fueron porque volví a tropezar dos veces en la misma piedra ante su pregunta desde el autobús: "Tita, ¿eso qué es?". "Es un parque para niños". Y, de nuevo, me mira y puntualiza: "Y para niñas".

Ella no lo ha aprendido en ningún sitio: solo observa el mundo y ve que hay hombres y mujeres en armonía. Es como una esponjita que todo lo retiene y ahora está en ese momento que quiere conocer el porqué de todo y ahí está la tita tratando de darle respuestas lo mejor que sabe...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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