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Aureliano Sáinz | Tiene que llover a cántaros

Ya estamos en septiembre. De todos modos, todavía pervive en nosotros el enorme calor de este verano y la acusada falta de lluvias que sufrimos. Eso sí, las lluvias torrenciales y los granizos han hecho acto de presencia, incluso de forma violenta, por el centro-norte y el levante de la Península. Sin embargo, pareciera que la naturaleza se ha olvidado de los pobladores del sur; o es que, quizás, quisiera hermanarnos con los del desierto del Sáhara para que sepamos las penurias que pasan los saharauis en los campos de refugiados de la provincia argelina de Tinduf.


Por cierto, niños y niñas saharauis felizmente reanudaron el programa de las denominadas Vacaciones en Paz después de un tiempo suspendido por la pandemia. Han venido otra vez, desbordados alegría, para estar con nosotros. No hay más que fijarse en el rostro del niño saharaui que muestra orgulloso la bandera de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), una bandera que coindice en forma y colores con la del pueblo palestino, aunque en la de la RASD se incluyen una estrella y una media luna rojas.

Saharauis y palestinos. Hablamos de dos pueblos parias, dos pueblos olvidados y condenados al sufrimiento por intereses geoestratégicos de las grandes potencias, aunque también, hay que decirlo, por la indiferencia o la cobardía de los gobiernos españoles que, finalmente, ha dejado en manos del sátrapa marroquí el destino de los saharauis.


Regresemos al tema del calor y la sequía, ya que, a pesar de estas tormentas y granizos que asoman en este septiembre que nos enuncia el final del verano, acuden a mi mente algunas preguntas: ¿Qué fue de aquellas lluvias intensas, plenas de agua, que uno conoció de pequeño y de las que solíamos decir que “llovía a cántaros”?

¿Saben aquellos que están todo el día conectados a los vídeos en TikTok lo que son los cántaros? ¿Acaso han visto alguna vez, aunque sean en imágenes, a gráciles figuras femeninas caminando y portando cántaros en la cabeza, con un rodete como apoyo y equilibrio de esa carga?

“Tiene que llover a cántaros…”. Esto es lo que nos cantaba el extremeño Pablo Guerrero, allá por 1972, cuando publicó su primer elepé, en el que aparecía la que siempre ha sido su canción más emblemática: A cántaros.

Pero la lluvia que reclamaba Pablo Guerrero era más bien simbólica y reivindicativa, dado que estábamos todavía en el franquismo, que, aunque agónico, se resistía a desaparecer. Es por lo que en su canción más conocida reclamaba una libertad que años después lograríamos conquistar para nuestro país.

Para los que en su momento conocimos y nos emocionamos con esta hermosa canción (también para las más jóvenes de ahora) viene bien recordar sus primeros versos, que decían: Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes / Pero ¿quién nos ata? / Dame la mano y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua / Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer / Tiene que llover… / Tiene que llover a cántaros.


La lluvia como metáfora de la vida, de los sueños y de las esperanzas, que, a pesar de las múltiples adversidades, nunca desaparecen de nuestras existencias. Pero también la lluvia que en estos días añoramos para estas tierras sedientas. Aquella que cae con fuerza desde las oscuras nubes cargadas de agua, la que nos llega de pronto cuando caminamos por la calle y aligeramos el paso con el fin de evitar empaparnos, la misma que milagrosamente riega los campos y llena los pantanos y que nos puede hacer regresar a esa frase tan olvidada de “llueve a cántaros”.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ ANTONIO AGUILAR