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Moi Palmero | Sombras de las Ferias del Libro

Hace unos años, las Ferias del Libro eran para mí motivo de alegría, de celebración, de oportunidades, de compartir, de crear, de intercambiar ideas. Ahora, como Sabina, me pregunto "¿quién me ha robado el mes de abril?" y su existencia me es cada vez más indiferente porque he descubierto, a base de tropezones, zancadillas y puñaladas, que no son sinónimo de cultura, de colaboración, sino que son el reflejo de esta sociedad decadente en la que nos ha tocado vivir, donde prima la economía por encima de todo y las triquiñuelas para beneficiar a los amigotes.


Es verdad que cualquier Feria del Libro –cogiendo solo la parte positiva, lo que ve el gran público, lo humano– al final es entretenida porque hablas con compañeros, con lectores, con los niños, conociendo nuevas obras, autores y proyectos editoriales.

Pero cuando se rasca un poquito, entre bambalinas, cuando todas esas luces se apagan y las casetas se cierran –y las sonrisas de los vendedores se desdibujan por el cansancio–, la sensación de podredumbre, de incultura, flota en el ambiente y los lamentos se acumulan año tras año, como los posos en una taza de café.

A diferencia de Loquillo, aunque no lo parezca, "yo vine aquí para hacer amigos". Reconozco que, quizás, esta vez, recordando a Rosendo, "mi exceso de valoración, la sensación de merecer, me hayan podido llegar a confundir", pero los que me conocen saben que ofrecí ideas, que estuve cuando hubo que estar y que, cuando me fallaron, cuando me mintieron, señalé públicamente a quien tuve que señalar y dije las cosas como las pienso –que, al fin y al cabo, son como las comenta la mayoría en petit comité pero luego callan, tragan y asienten para no molestar a nadie, para permitir que los errores se perpetúen y para no aparecer en ninguna lista negra–.

Cuando uno se pronuncia en solitario, al final todo suena a rabieta, a frustración personal, a ambición insatisfecha, y es fácil que te consideren una fruta podrida, un elemento discordante, un tumor que hay que extirpar para intentar evitar el contagio generalizado. Aunque sepan que lo que dices es cierto; aunque algunas de las ideas que propusieses se pongan en marcha. "Pero como ni se paga con dinero, ni se vende libertad, me harto de reír".

"Me podría abandonar y olvidar que estoy aquí, pero como me resisto a ser la presa", vuelvo a señalar a las concejalías de Cultura y, por tanto, a los concejales de los ayuntamientos de Almería y de Roquetas de Mar por permitir que una fiesta que debe ensalzar el libro, el conocimiento, la razón, nazca manchada otra vez por la polémica, por las líneas rojas, por los vetos a escritores, libreros y editores. No hay mayor incultura, infamia o despropósito que prohibir el diálogo, la competencia y la crítica.

Ellos no lo llaman "veto" porque lo adornan como normativa, pero eso demuestra que se planea con antelación, que hay inquina contra gente que no quieren ver por la feria y que, como no tienen pantalones para decírselo a la cara, porque irían de cabeza al juzgado, se esconden detrás de unas bases reguladoras redactadas unipersonalmente por el personaje de turno, que sonríe vengativo mientras piensa en la reacción de algunos.

En la Feria del Libro de Almería se ha prohibido que las librerías y editoriales de menos de dos años puedan solicitar una caseta. Así que si con las crisis económica te has tenido que reinventar y has decidido poner alguno de estos negocios, no puedes participar. Pero lo más fuerte ha sido que han vetado a todas las asociaciones –entre ellas, a las culturales y literarias que, curiosamente, han sido las más críticas con la gestión en los últimos eventos–.

Si eso es escandaloso, lo de Roquetas lo es aún más. Esa feria la organiza una editorial de autoedición muy conocida por, supuestamente, inflar las cifras de libros editados; por publicar manuscritos con faltas de ortografía; por advertir a todos los que no opinan como ella, de la mano de abogados; y por granjearse voluntades a cambio de premios inventados.

Ya de partida es un error dejar todo en manos de una empresa privada, dando síntomas de que los técnicos culturales del Ayuntamiento no tienen capacidad para elaborar un programa, pero permitir que se incluyan puntos en las bases para dejar a su competencia sin la oportunidad de poner una caseta, e intentar controlar a todos los escritores que puedan ir a firmar a las otras, me parece que es un error monumental.

Estos concejales deben tener cuidado, aunque solo sea por su imagen, por su credibilidad, tanto la personal, como la de la institución, porque con este tipo de decisiones es normal que la ciudadanía pensemos, como Rosendo, "majete, no todo el que saca, mete".

MOI PALMERO