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Aureliano Sáinz | Huyendo del horror de la guerra

Vivimos en un mundo en el que todo tipo de noticias, también las del horror, se hacen presentes de modo habitual en nuestros hogares. Esto, por un lado, presenta la ventaja de ofrecernos lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, por lo que, en gran medida, estamos informados de situaciones dramáticas que, si no fuera por la diversidad de los medios de comunicación, nuestro conocimiento estaría más sesgado y en manos de quienes detentan el control y la posibilidad de manipulación de los relatos sobre los conflictos bélicos.


Sin embargo, y en sentido contrario, nos encontramos como sujetos pasivos de actuaciones, caso de las guerras, que quedan fuera de nuestro alcance, dando lugar a que los sentimientos de angustia se apoderen de nosotros al vernos impotentes ante lo que se nos muestra como decisiones muy alejadas de nuestras posibilidades de intervención.

También, conviene apuntar que hay algo de dolor psicológico de las guerras, como acontece en la que ha iniciado la Rusia de Putin contra Ucrania, que no es posible conocer por las informaciones que nos llegan por distintos medios. Se trata del sufrimiento que alcanza a los más débiles de la sociedad, es decir, a los niños y niñas que son las víctimas más inocentes de algo que les es ajeno, pero que lo padecen sin llegar a entender las razones de hechos crueles que, quizás, los vieran en películas, pero que, de ningún modo, podían pensar que se verían afectados por este tipo de violencia.

Aunque lo imaginemos, desconocemos lo que pasa por sus mentes o los sentimientos que ellos albergan en los momentos que viven esas dramáticas situaciones; no obstante, una vez finalizadas las guerras, o alejados de los lugares en los que se desarrollan los conflictos bélicos, es posible averiguar aquello que les marcó de modo especial cuando se les invita a que dibujen lo que recuerdan de lo vivido.

En esta línea se enmarcan las investigaciones y publicaciones realizadas por distintos autores, lo que ha conducido a que hoy tengamos excelentes libros que recogen los dibujos realizados por niños y adolescentes que conocieron de primera mano el espanto de la guerra. Es lo que sucede con tres en los que me apoyaré para realizar este trabajo.

El primero de ellos pertenece al autor francés Didier Guyvarc’h. Lleva por título Moi Marie Rocher, écolière en guerre. Dessins d’enfants - 1914/1919. En él se muestran dibujos de escolares franceses que representaron escenas de la Primera Guerra Mundial.

Otro de enorme interés es El dibujo infantil de la evacuación durante la Guerra Civil española (1936-1939) de José Antonio Gallardo, profesor jubilado de la Universidad de Málaga.

Lamentablemente, el continente africano es un lugar en el que los conflictos interétnicos son frecuentes. Esta fue la razón por la investigadora de ACNUR Sybella Wilkes llevó a cabo un trabajo con adolescentes y jóvenes en los campos de refugiados de Kenia. Una vez finalizada la experiencia, los recopiló en el libro que lleva por título Un día tuvieron que huir.


Comenzando por el tercero de los libros, en la portada del artículo he mostrado el dibujo de un chico de Sudán del Sur que huía de las fuerzas sudanesas que perseguían a los miembros de su etnia disparándoles a matar. Finalmente, pudo llegar extenuado al campamento de Kakuma en Kenia. Tras la petición de Sybella Wilkes, realizó ese dibujo al tiempo que en su lengua nativa escribió lo siguiente:

“Fue terrible. La gente estaba gritando y chillando: ¡Corre, nada, huye, huye! ¿Dónde estaba mi amigo? El río se lo llevó. Nadie era amigo de nadie. ¿Cómo puedes ser amigo de alguien cuando hay gente que te está disparando? La corriente del río era rápida y tienes que meterte dentro de ella. El bang-bang y el fuerte ruido enloquecieron mi mente y no recuerdo quién estaba allí, quién murió y qué sucedió”.

Algo similar le aconteció a David, compatriota del anterior, que tuvo también que huir con su familia de las luchas interétnicas hasta alcanzar el campo de refugiados keniata de Kakuma. El hambre y la muerte le acompañaron en su terrible experiencia. David lo describe en el siguiente comentario:

“Queríamos correr porque nos perseguían, pero teníamos que andar ya que estábamos cansados. Hacía mucho calor y estábamos hambrientos. En mi dibujo la gente está vestida, pero, por supuesto, no teníamos nada de ropa. Veíamos a la gente morir y a los buitres que se acercaban. Eran siempre los jóvenes los que tenían hambre y también los más mayores”.


Del apasionante libro de Didier Guyvarc’h, he extraído tres dibujos de los numerosos que aparecen en sus páginas, entre los que se encuentran los dos que acabamos de ver. Son relatos visuales de los escolares franceses que conocieron la Primera Guerra Mundial y que han llegado hasta nosotros como manifestación de que el miedo y la angustia quedaron anclados en sus memorias. Son recuerdos plasmados en dibujos que, a pesar de la pérdida de calidad por el paso del tiempo, no han perdido su valor de auténticos documentos.

Los dos precedentes pertenecían a un alumno del colegio Bohéas de París. En el primer dibujo vemos a un niño que va a ser fusilado y, en el segundo, aparece ya muerto yaciendo en el suelo. Traduzco del francés lo que su autor escribió:

“Al comienzo de la guerra actual, una columna prusiana pasa por un arbolado y allí ven a un chico de unos doce años. El oficial le pregunta dónde se encuentran los franceses. Mutismo del chico que lo sabe. Un poco después, los prusianos son atacados con fusiles. Vuelven a encontrar al chico de nuevo y se le considera como culpable, por lo que es fusilado después de haber sido tratado como arrogante”.

Lógicamente, el pequeño autor de estos dos dibujos no conoció directamente estos acontecimientos; lo recibió como relato y modelo de una conducta ejemplar por parte de sus mayores, pues él no pudo presenciar los hechos.


Dos de los temas que aparecen con mayor frecuencia en los dibujos de los escolares franceses vienen referidos a las visitas a las tumbas de los familiares que habían fallecido en la guerra, así como escenas de los refugiados que tenían que encerrarse en diversos lugares, caso de los colegios, ya que estos también se destinaban a la protección de las familias.

El dibujo que acabamos de ver pertenecía a un niño de 12 años. En él nos muestra a dos personajes masculinos, con los gorros en sus manos, mirando a una simple tumba realizada en la tierra y en que el chico ha trazado una cruz con dos palos y un par de arbustos. Al fondo, un campesino sigue arando en el campo, pues el trabajo debe continuar, incluso en las situaciones más adversas. Era la experiencia que había vivido con su padre y su hermano mayor, aunque él mismo no se representa. En la parte inferior de la lámina había escrito “Visite à une tombe”.


No hace mucho publiqué en este mismo medio un artículo que llevaba por título Evacuaciones de guerra vistas por niños. Por aquellas fechas se estaban produciendo las huidas desesperadas de una parte de la población de Afganistán que sabía del terrible destino que le esperaba con el gobierno de los talibanes.

Bien es cierto, que los dibujos que comentaba en esa ocasión estaban referidos a las evacuaciones niños y niñas, junto a familias, que se produjeron durante la Guerra Civil española. De ese artículo, que puede consultarse, he seleccionado tres escenas como muestra de la tragedia que viven los más pequeños en las guerras que se desatan a lo largo del tiempo y en cualquier lugar del mundo.

Por entonces, no podíamos intuir lo que acontecería con la ocupación y agresión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. La huida masiva de población, por una acción abiertamente planificada por el gobierno que dirige Vladimir Putin, cae dentro de los ‘crímenes de lesa humanidad’ que un día deberían ser juzgados por la Corte Penal Internacional. También, como ya sabemos, de los horribles ‘crímenes de guerra’ que de ningún modo pueden ser olvidados.

El problema reside en que hay diez países (Estados Unidos, Rusia y China, también India, Israel, Cuba, Irak, Libia, Qatar y Yemen) que no reconocen a este organismo con sede en La Haya. Y si las tres grandes potencias quieren quedar impunes de posibles crímenes de guerras en las que han participado o puedan hacerlo en el futuro resulta muy difícil que se puedan juzgar a militares o políticos de esos países. Esta es una de las grandes hipocresías que se vive en el orden internacional.

AURELIANO SÁINZ
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