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María Jesús Sánchez | Dejar de ser madre

No tengo hijos pero me comporto como una madre gallina con un montón de pollitos a los que proteger y cuidar. Mis amigos y la gente a la que quiero son mis pollitos: los llamo, trato de hacerles ver una realidad que, a lo mejor, es solo la mía. Doy instrucciones, consejos y quedo agotada tratando de controlar vidas que no son las mías.


"La manzana solo cae del árbol cuando está madura" y así pasa con nosotros. No se pueden forzar ni acelerar los cambios, todo tiene un proceso. Si hay una realidad universal es que todo nuestro mundo está continuamente cambiando, nada es igual que ayer, ni mañana será igual a hoy.

Sin embargo, necesitamos sensación de control. O al menos yo la necesito: creer que depende solo de nosotros nuestra existencia, nuestro día a día. Y mira que la realidad me contradice, pero hay pensamientos estúpidos agarrados en mi cabeza que lo único que consiguen es que mi cuerpo zozobre.

Una pandemia, un volcán, una guerra, una crisis económica provocada por la energía... Sin comerlo ni beberlo, un día escuchas las noticias y tu mundo se ha puesto patas arriba y ocurre lo que tu cerebro no se atrevía a pensar.

Pero en esta ecuación no hay una solo incógnita: hay miles. Y por eso es irresoluble. El tiempo, los otros, nuestro sistema endocrino... Todo nos afecta. Y la única verdad es que los claveles que compré ahora mismo aún siguen conservando su aroma.

Control sobre mi vida y sobre la vida de los demás para que vivamos una estabilidad inexistente. No estoy siendo fuerte según Darwin, no me estoy adaptando a los cambios. Vas a la universidad y encuentras un trabajo para toda la vida: falso. Encontrar el amor y ya todo es perfecto: falso.

Los axiomas ya no valen, el pasado regresa a los pueblos que no aprenden de la historia. Los humanos son humanos y, por tanto, imperfectos, llenos de ego y de prepotencia escondida que, un día, puede estallar sin apenas mecha. La testosterona no ayuda a la paz.

Y yo queriendo una vida plana, estable, sin sobresaltos. Y pidiendo proezas a mis amigos. No hay carros de los que tirar: somos personas frágiles a las que no se puede arrastrar, ni dar con un palo como si fueran bestias de campo. Necesitamos procesos y yo necesito dejar de decir "No lo entiendo".

¿Qué voy a entender si no sé ni de dónde venimos, ni a dónde vamos? Solo me queda este momento y dejarme acunar por las voces femeninas que cantan un jazz suave, que acompaña sin incordiar. Acompañar es, sin duda, la palabra mágica.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ