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Pepe Cantillo | Crecer como personas

Los momentos que hemos vivido desde que nos circunvaló el virus han sido y están siéndolo confusos, complicados. La libertad de ir cada cual por donde quiera –y, sobre todo, como le dé la gana– está aprisionando el día a día. El verano ha supuesto un hipotético relax para parte del personal. ¿Estamos fuera de peligro? Creo que todos sospechamos que no, pero hay que vivir.


Posiblemente, el recorrido del volcán, que no deja de ser una angustia para los isleños, ha desplazado el virus a un segundo plano. Pero no nos engañemos: los dos están presentes por distintas razones en el conjunto de la población. Con respecto al volcán y a su ruina, la mayoría de nosotros solo podemos ofrecer nuestra solidaridad y cariño ante tanto destrozo.

Entro en materia. Con bastante frecuencia oímos hablar de "valores", un término muy amplio que no es fácil de asimilar dada su complejidad y la amplia gama de significados que contiene. Los valores políticos, religiosos, económicos, artísticos o culturales están presentes en nuestra sociedad pero no bastan para hacer crecer nuestro mundo. La idea que debemos tener clara es que los valores morales están presentes y son más importantes de lo que podamos creer para vivir realizándonos como personas integras.

Hemos de pensar qué elección permitirá que nos sintamos mejor con nosotros mismos, más satisfechos, mejores personas. Ello conllevaría hablar de “moralidad”. La moral está presente en casi todas las acciones que los humanos realizamos en nuestras relaciones con los demás. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de "moralidad"?

Educar en valores implica reconocer y aceptar una serie de normas morales. Para podernos entender, acoto qué supone ser "moral", "inmoral", "amoral" y añado "desmoralizado" aunque, en estricto sentido, tal término se desgaje de los anteriores en un plano más amplio.

El concepto "moral" se define como “doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican”. "Moral" también se entiende como “perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva”. Las personas morales actúan razonando sus decisiones para justificar su comportamiento.

"Inmoral" es aquella persona “que se opone a la moral o a las buenas costumbres”. Por el contrario, la persona inmoral conoce las normas y valores sociales, pero solo los cumple si le conviene. Es decir, vive de espaldas a dichas normas y las infringe buscando solo el interés personal. Recordemos que es más fácil saltarse las normas que cumplirlas.

La persona amoral no considera necesario justificar sus acciones, por lo que vive al margen de las normas por creerlas “desprovistas de sentido moral”. Y desde luego le es indiferente cualquier tipo de actuación moral.

La persona desmoralizada es aquella que ha perdido o ha renegado del valor de las normas por contagio con otros intereses o por falta de coraje; razón por la que ha errado –en principio, voluntariamente- el camino que orientaría su vivir. Desmoralizar subsume la presencia de un tercero capaz de “corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas”.

En términos vulgares, entendemos que alguien está desmoralizado cuando se produce en la persona un malestar, una caída de ánimo, un desinterés, un “abandono de sí mismo o de las cosas propias” porque ha perdido todo tipo de interés por circunstancias varias.

Doy paso a la importancia de los valores tanto para la persona como para la sociedad en la que vivimos. Los valores son referentes de actuación moral dentro de cada sociedad. Dichos valores los “incorporamos a la propia manera de ser, de pensar y sentir” desde la familia, que es la base de todo comportamiento (positivo o negativo), pasando por la escuela (afirmación que, en este momento, está en franco descoloque). Son interiorizados principalmente por mímesis (imitación) del modelo parental.

Los valores morales se refieren al conjunto de normas (y costumbres) propias de una sociedad. Dichos valores establecen la diferencia entre la actuación correcta y la incorrecta o negativa. Honradez, respeto, responsabilidad nos dan pista de entrada para ser morales, es decir para intentar ser personas íntegras moralmente.

Los valores sociales regulan las relaciones interpersonales dentro de cada comunidad. En su conjunto, son aquellos que perfilan por dónde debe discurrir el recto proceder social que se espera de las personas pertenecientes a una comunidad. Su finalidad es mantener el equilibrio en el conjunto de individuos que integran dicha colectividad. Como ejemplo pueden valer la lealtad, la tolerancia, la solidaridad y el pacifismo.

En resumen, los valores nos ayudan a construirnos y realizarnos como personas. Frente a los valores positivos están los negativos o contravalores que nos restan parte de nuestra dignidad como personas…

El territorio de los valores es amplio. Englobando los campos citados, valores básicos serían los siguientes: libertad, amor, paz, justicia, responsabilidad, honestidad, equidad, respeto, generosidad, gratitud, empatía, amistad, verdad…, entre otros muchos. Éste es el desafío. ¡Uf!, demasiado para mi body.

La importancia de educarse y dejarse educar es el desafío del siglo XXI. ¿Por qué? Hemos perdido una cierta valoración del yo personal y del tú social, lo que nos lleva a una situación de manga ancha (laxitud moral) que nos impide ser personas completas. El desafío es reponer y reparar parte de todo ese conjunto de valores que hemos dejado de lado por comodidad, porque nadie nos dijo por dónde y hacia dónde caminar.

La moderna sociedad subrepticiamente nos prepara para no pensar y así vivir en rebaño. Partido político que sube a gobernar quiere dejar constancia de su paso, razón por la que tenemos leyes educativas que no les dio tiempo, no ya a madurar, incluso ni a dejar huella de su paso.

Hay crisis de valores provocada por una serie de factores, desde que nos dejamos llevar por la manga ancha pensando que todo el monte es orégano, es decir, creyendo a pie juntillas (firmemente) que todo nos está permitido, que la vida es un suspiro y hay que vivirla a tope, caiga quien caiga.

Frente a este tipo de planteamientos, los valores son asumidos (deberían) como un bien para la realización y desarrollo personal y se identifican con lo bueno, lo perfecto, lo valioso. En la otra cara está lo malo entendido como ausencia de bien y que, a la postre, reporta maldad contra los demás y contra uno mismo.

Valga de ejemplo la sociedad en la que vivimos. A estas alturas no es un secreto para nadie que el tablero de lo público lo tenemos revuelto y convulso en lo referente a una serie de valores que hasta no hace mucho creíamos que estaban a salvo de la carcoma.

Honradez, veracidad, responsabilidad o cumplir con la palabra dada eran referentes éticos en nuestro entorno. Efectivamente, se trata de ser personas íntegras, lo cual no es sendero ni fácil ni cómodo. Dichos valores los admirábamos, a la par que eran imitábamos, desde los modelos ofrecidos y transmitidos por el entorno social.

Por contra, en los tiempos que corren solo oímos hablar de corrupción, fraude, falsedad, mentiras gordas como piedras de molino que, poco a poco, van oscureciendo el panorama. No solo oímos hablar de dichos dislates sino que se están instalando a la carrera entre nosotros. El desafío, aun lejano, nos lleva a ser personas íntegras.

En resumen, los valores positivos ayudan a construirnos y realizarnos como personas. Frente a dichos valores positivos están los negativos o contravalores que nos restan parte de nuestra dignidad como personas y nos masifican en una amplia manada fácil de gobernar y dirigir ¿Negro panorama? Desgraciadamente, es lo que hay.

PEPE CANTILLO
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