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Moi Palmero | Rociíto, Irene y las audiencias

El testimonio de Rociíto me tiene atrapado. Reconozco que soy uno de los 10 millones de españoles que la vieron. En otro tiempo lo hubiese negado para proteger mi imagen, pero ahora no me avergüenza, sobre todo, cuando descubrí que muchos políticos estuvieron enganchados a la televisión.


Unos lo evidencian a través de sus tuits y sus declaraciones, y otros aún mantienen la distancia, intentando no verse envueltos en estos temas del papel couché, no vaya a ser que se fijen en ellos y comiencen a destapar sus vergüenzas.

Los que se han manifestado en las redes sociales son los nuevos políticos, los jóvenes, los que tienen títulos universitarios reales, los que saben idiomas, los que han viajado, los que se han formado gracias a la educación pública y han crecido denunciando el poder que han ejercido los medios para cambiar el sentido del voto. Algo que siempre tuvieron muy claro, en lo que han trabajado desde el principio y a lo que deben gran parte de su éxito.

Comprendieron que los medios eran la clave para ganar posiciones. Aprendieron, por sus experiencias personales, que los debates políticos en televisión tienen un público muy concreto con su voto prácticamente decidido, y que la polémica, el insulto fácil, la provocación, lo soez y lo vulgar los colocaba delante de las cámaras, que no entienden de verdades o mentiras pero sí de audiencias.

Lo que nos queda claro es que esta nueva generación de políticos quiere controlar los medios para influir en el votante y no se esconden. Nada nuevo: por desgracia lo han hecho todos los gobiernos, desde municipales a estatales.

Si hace falta crear nuevos y afines los crean; si hay que amenazar con cerrar algunos de los clásicos, lo hacen; si deben prometer prebendas, las prometen. Pero saben que llegar al gran público. Y en un mundo tan diverso y plural, es la clave para sobrevivir y crecer. El marketing, la imagen, es más importante que el programa electoral ya que éste, si hace falta, se puede romper, falsear y cambiar según las necesidades.

Algo evidente, y parece que algunos partidos aún no lo han asimilado, es que los votos de los eruditos, los que saben de economía, de políticas sociales, los de chalet, traje y corbata valen igual que el de los jóvenes sin futuro, los consumidores de cotilleos y los poco informados y ninguneados ciudadanos. Esos son igual de influenciables y manejables que el resto, pero hay que buscarlos en otro sitio y llegar a ellos por las emociones, no por la razón.

Por eso a los nuevos políticos no les avergüenza basar su campaña de recaudación de impuestos en un influencer con sentido común, o conectar con programas de televisión a los que han denunciado una y otra vez por su falta de escrúpulos a la hora de buscar lo que ellos llaman “noticias”.

Lo que hizo Irene Montero el otro día al entrar en el debate, además de devolver el apoyo de sus presentadores a su partido, es legitimizar este tipo de programas que no dudan en hundir a una persona para ganar audiencia.

No podemos negar que el mensaje contra la violencia de género es muy positivo, pero no podemos olvidar que fue ese programa, esa cadena y esos colaboradores los que permitieron que el presunto maltratador se lucrase, provocando la caída a los infiernos de esa mujer y de otros muchos.

No vale con las disculpas, con el “nos hemos equivocado”, porque el mensaje es claro y evidente: por la audiencia, por el voto, por la economía, todo está permitido. Como no se puede permitir, por mucha libertad de expresión y periodismo de investigación que nos quieran vender, que una delincuente negocie desde la cárcel un documental para contar cómo asesinó a un niño y que no se pueda hacer nada para salvaguardar su memoria y el dolor de sus padres.

No han infringido ninguna ley. Podríamos incluso decir que son los más listos de la clase porque se han adelantado a los demás partidos al buscar el voto en otros lugares donde antes no se hacía; que lo único que hacen es utilizar el mismo sistema que otros crearon. Pero, a mi juicio, hay líneas éticas que no se deberían cruzar. Y favorecer este tipo de programas es una de ellas.

La cuestión que ronda en mi cabeza es si la ministra y, hasta ahora, el vicepresidente, vieron el testimonio sentados en su sofá y lo del tuit fue un impulso, o ya sabían lo que se iba a contar y los equipos de imagen de su partido habían preparado la campaña con antelación. Tanto una opción como la otra me dan mucho miedo.

MOI PALMERO