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Aureliano Sáinz | La fama no lo es todo

Entramos en un nuevo año y ya se han apagado los ecos del fallecimiento de Diego Armando Maradona, quien el 25 de noviembre pasado y a los sesenta años, nos dejó definitivamente. No voy a repetir la repercusión que tuvo su trayectoria futbolística, puesto que de difundirla se encargaron los medios de diferentes países, alcanzando un auténtico paroxismo en Argentina, su lugar de origen. Allí su figura es idolatrada como si la reencarnación de una nueva y poderosa divinidad hubiera llegado a la Tierra para salvarnos a través del fútbol.


Y es que la fama y la ambición de poder, dos de las pasiones que anidan en el alma humana, parecen darse la mano en aquellas figuras que han alcanzado cierta notoriedad, sea por destacar en cualquiera de los deportes de masas, en los distintos espectáculos, en el ámbito empresarial o en el político.

Esto no es de extrañar, dado que vivimos en una cultura en la que la fama o el éxito que da cierto poder parecen que se encuentran en la cumbre de los valores a los que, supuestamente, todo el mundo debería aspirar. Tanto es así que Andy Warhol, uno de los más conocidos artistas del pop-art estadounidense del siglo pasado, hizo muy popular la siguiente frase: “En el futuro todo individuo tendrá sus quince minutos de gloria”.

Para comprender el verdadero significado de la frase hay que entender que Warhol ensalzaba las marcas y los productos de la sociedad del consumo elevándolos a la categoría de objetos artísticos. Por otro lado, convirtió en verdaderos iconos de la pintura a divas del cine, caso de Marilyn Monroe, Liz Taylor o Audrey Hepburn.

De este modo, el éxito en los medios de comunicación y el aparecer en las pantallas, grandes o pequeñas, parecía que era una de las grandes metas a alcanzar en una sociedad ávida de popularidad. Ahora cualquier ciudadano del siglo XXI puede alcanzar la “gloria”: basta con darse a conocer a través de la realidad virtual que hoy domina de una forma apabullante.

Así pues, visto el poder de seducción que han alcanzado las redes sociales en todos los estratos de la sociedad, cabe preguntarse: ¿Es el éxito social uno de los estímulos o motores más poderosos que mueven a los individuos a actuar? ¿Es sinónimo de plenitud y felicidad el triunfo en actividades reconocidas como lo han logrado, por ejemplo, Pau Gasol, Messi, Rafa Nadal o Pedro Almodóvar?


Ante esas interrogantes, creo conveniente hacer una breve reflexión acerca de lo que entendemos por la fama o el triunfo y la relación que tienen con otros valores humanos como es el caso de la idea de felicidad. Sobre esto, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino nos decía lo siguiente:

No hay triunfo si no lo hay también en nuestro interior. El triunfo sólo en lo exterior, ese que uno no ha parado en medios para lograrlo, no lo es; acaso, pudiera ser para los demás, los cuales, en cuanto puedan, le echarán en cara los medios utilizados”. 

En esta interesante reflexión nos encontramos con que el éxito puede ser entendido desde dos vertientes: la pública, en la que el reconocimiento y la admiración social a través de la fama suele ser sinónimo de triunfo y de haber alcanzado la gloria; pero hay otra, la íntima, esa que no es visible, dado que es el propio sujeto el único que sabe si ha logrado las metas que se había propuesto como realización personal, las mismas que pudieran conducirle a cierto estado de dicha o felicidad.

Con respecto al primer significado, me viene a la mente el eslogan con el que una agencia publicitaria se promocionaba en grandes carteles y en los que aparecía la arrogante figura del emperador Julio César acompañado del siguiente eslogan: “Si no te recuerdan, no importa lo bueno que seas”.

Quizás, quienes realizaron esta campaña pensaban en el momento de esplendor de Julio César, es decir, cuando acaparaba el máximo poder en el imperio romano; no cuando fue asesinado en el Senado, en el año 44 a.C., víctima de una conspiración. 


Si echamos una mirada hacia la historia, comprobamos que está atravesada de personajes que alcanzaron la fama y el poder; sin embargo, años después, de un modo u otro, sucumbieron a sus ambiciones.

Quizás este declive no lo tuvo en cuenta la citada campaña publicitaria, que iba dirigida a las empresas o a ensalzar las marcas de la sociedad de consumo en la que vivimos. Aunque también aludía a las personas, como si la muy extendida frase “Si nadie te ve es como si no existieras” fuera el axioma de nuestro tiempo, de modo que si no eres conocido y popular no eres nadie.

Hemos de ser conscientes que la ecuación que se forma entre fama, poder y felicidad no es nada fácil de resolver, puesto que la contradicción que gravita entre lo público y lo personal, entre el aplauso y el fracaso, entre la imagen como apariencia y la realidad íntima, suele abrir un foso difícil de sortear.

De ello se habla con toda claridad en las líneas de un hermoso poema, aunque profundamente cargado de melancolía, de uno de los poetas españoles más relevantes del siglo pasado: Jaime Gil de Biedma. Así, en No volveré a ser joven nos dice lo siguiente:

Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde 
como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería y marcharme entre aplausos 
envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. 
Pero ha pasado el tiempo 
y la verdad desagradable asoma: 
envejecer, morir, es el único argumento de la obra. 

Como apunta el poeta, cuando somos jóvenes “queremos llevarnos la vida por delante”, pero a medida que transcurre y cuando ya apenas tiene uno tiempo de cambiar el rumbo de las cosas, asoma la duda de si no es “la vida la que nos ha llevado por delante” y hemos fracasado en lo más importante, porque nos sedujeron las falsas promesas de las luces de neón que iluminan todos los rincones de esta sociedad sin rumbo.

Antes de cerrar, vuelvo a Castilla del Pino, dado que son muy sabias estas palabras suyas sobre el éxito y el poder vistos desde otra perspectiva:

Saberse querido, saberse respetado cuando no se tiene poder: ése es el éxito (moral, no social), en el que se cae en la cuenta cuando ya no tiene remedio, cuando uno es presa del escepticismo del otro tipo de éxito”.

Efectivamente, cuando uno llega a darse cuenta de la fugacidad de la fama, de la trivialidad del éxito en las redes sociales, de la necesidad de aparentar para mantenerse en el candelero, de no haber aprendido a usar bien el poder o los logros alcanzados, es cuando sobreviene la sensación de vacío ya que, en el fondo, no se es respetado ni querido, como les sucede a muchos juguetes rotos que son arrinconados al desván de los trastos viejos una vez que ya no sirven a quienes antes les aplaudían.

AURELIANO SÁINZ