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Aureliano Sáinz | Viejos y nuevos timos

“¡Hay que ver cómo cambian los tiempos!” Esta frase tan socorrida viene desde épocas inmemoriales, puesto que es una obviedad que la sociedad se transforma de manera constante, que no se mantiene tal como cada cual la conoció en su juventud y, de algún modo, a los más mayores, que son los que más suelen utilizar esta expresión, les gustaría no encontrarse desplazados por las nuevas costumbres que implacablemente se imponen.



Efectivamente, cambian los tiempos y cambiamos las personas, más aún ahora en los que la digitalización arrasa llevándose para siempre gran parte del mundo analógico en el que muchos nos hemos formado. Hay pues que adaptarse al que se ha generado a partir de la reciente revolución digital, dado que si no lo hacemos quedaríamos situados, en gran medida, en los márgenes de la convivencia.

La adaptación es tan generalizada que hasta los clásicos timos se han puesto a la orden del día, de modo que aquellos tan ‘artesanales’ que conocimos los que tenemos bastantes años, fuera de manera directa o a través de algunas películas que nos hacían reír por la caradura que desplegaban los timadores y la ingenuidad de los timados que, en el fondo, nos movían a lástima, se han reciclado hacia nuevas modalidades.

Recordemos que varias décadas atrás en nuestro país había timos típicamente españoles, caso del timo de la estampita o el del tocomocho. El primero de los citados lo pudimos ver en la pantalla en la película Los tramposos (cinta de 1959 de la que más abajo muestro un fotograma). En ella que aparecían Tony Leblanc, José Luis López Vázquez, Antonio Ozores y Concha Velasco. Grandes actores al servicio, entonces, de una cinta que hoy nos hace sonreír o sonrojar, depende de cómo la miremos, al ver tanta ingenuidad en una sociedad con muy escasas expectativas como era la del pleno franquismo.

Otro de los timos clásicos era el del tocomocho, que se producía (o se produce, pues aunque parezca mentira se resiste a desaparecer) en la calle a plena luz del día, aunque en sitios pocos concurridos. En esta estafa a la víctima se le aborda haciéndole creer que el billete de la lotería premiado que porta quien ha contactado con ella no lo puede cobrar por alguna causa que ha surgido de forma imprevista.

El estafador le ofrece la venta del boleto por menos dinero del que supuestamente le corresponde al premio. Para reforzar la credibilidad, aparece el ayudante o el ‘gancho’ del embaucador afirmando que es cierto lo que le indican, al tiempo que le muestra un listado de números premiados de un periódico, que, lógicamente, es falso. Cuando la incauta víctima va a cobrar el boleto se dará cuenta que ha sido engañada como a un idiota, por lo que ni siquiera se acerca a alguna comisaría a denunciar el hecho por miedo al ridículo.



Otro timo muy popular es el de los trileros, que en nuestro país lo podíamos ver con relativa frecuencia, aunque también se ha practicado fuera de nuestras fronteras. Su uso se alarga siglos hacia atrás, por lo que me ha parecido oportuno presentar como ilustración de este escrito el lienzo titulado El prestidigitador y el ratero, salido del taller de El Bosco. En este caso, y a diferencia de la versión que nosotros hemos conocido, el raterillo que acompañaba al trilero se las apañaba para sacarle unas monedas al personaje que contemplaba asombrado la bola mostrada por el trilero que hábilmente la manejaba para engañar a los embobados espectadores.

¿Y a cuento de qué traigo ahora estas estafas que en la actualidad parecen destinadas a embaucar a ciertos jubilados y a viejecitas incautas? Sencillamente, porque como apuntaba al comienzo, los timos no han desaparecido, sino que se han adaptado a los nuevos tiempos que vivimos, por lo que ahora todos somos todos potenciales víctimas.

Estos tiempos digitales han traído, entre otras cosas, el que nuestros datos personales y también bancarios se encuentren, en gran medida, fuera de nuestro control, por lo que pueden llegar a manos indeseadas y nos veamos como posibles víctimas de los nuevos timos que en la actualidad funcionan. Pongo, pues, dos ejemplos personales recientes.

Hace poco recibí una llamada al móvil. Aunque soy un poco reacio a coger aquellas llamadas de números que no tengo anotados en la agenda del teléfono, ya que nos suelen inundar de ofertas publicitarias, finalmente lo hago.

“¿Es casa del señor Aurelio Sáinz…?”, escucho nada más preguntar. “¿De parte de quién?”, respondo con la mosca tras la oreja, pues mi nombre es Aureliano.

“Somos de la compañía de electricidad ‘fulanita’ y necesitaría que me abriera la puerta del bloque en el que usted reside para acceder al contador para tomar los datos…”. Me quedo un poco pensativo, y le respondo: “Vamos a ver, yo no he realizado ningún contrato con esa compañía, pues desde hace bastantes años lo mantengo con la compañía ‘menganita’ y no tengo intenciones de modificar mi contrato…”.

La voz femenina con la que hablo insiste en que ella tiene constancia de que en la compañía ‘fulanita’ se encuentran mis datos como cliente. “Lo siento, señorita”, le indico con un tono de mosqueo, “además yo no me llamo Aurelio, como dice, sino que mi nombre es Aureliano, que, aunque parezcan iguales, resultan distintos”. Poco a poco, comienza la retirada de la voz femenina al darse cuenta de que no soy precisamente un iluso al que se le puede embaucar fácilmente.

Otra forma, más grave, es aquella que busca obtener tus datos bancarios enviándote un correo electrónico apremiándote, con el mensaje encabezado con el siguiente aviso: “Alerta para su seguridad hemos desactivado su cuenta”.

Inmediatamente llega el mensaje escrito: “Apartir del 09/09/2019 No puedes utilizar su cuenta. Tienes que activar la nueva sistema de seguridad web. / Una vez que actualice la información de su cuenta, su cuenta comenzará a funcionar normalmente una vez más. / El proceso completo tomará solo 5 minutos. Debería tomar medidas ahora para solucionar el problema lo antes posible. / La nueva sistema garantizará la mejor seguridad en sus operaciones”.

Lo curioso es que el mensaje viene con faltas gramaticales, tales como ‘Apartir’ (todo junto); ‘la nueva sistema’ (mezcla el masculino y el femenino); al tiempo que por un lado te tutea (cuando dice: ‘No puedes…’), para pasar al tratamiento de usted (cuando aparece escrito: ‘Una vez que actualice…’). Y todo ello enviado desde un correo electrónico totalmente increíble.

Me imagino que algún incauto o despistado picará en este fraude digital y entregue sus datos personales y bancarios creyendo en ese apremio de su banco, pues, tal como apuntaba al principio, los timos se adaptan a los nuevos tiempos, por lo que en la actualidad no nos queda más remedio que espabilarnos pues corremos el riesgo de convertirnos todos en víctimas de los nuevos tocomochos digitales.

AURELIANO SÁINZ