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Pepe Cantillo | El cabrero poeta

Miguel Hernández nace en Orihuela (1910) en el seno de una familia de pocos posibles y morirá en Alicante (1942) después de vivir un vía crucis de contrariedades. Terminado el Bachillerato, y aunque le conceden una beca para seguir estudiando, su padre no quiso que continuara porque debía cuidar el rebaño familiar de cabras y repartir la leche.



Era un apasionado de la lectura y ello le costó más de un bofetón paterno cada vez que le cogía con un libro entre las manos. Para el padre, los libros significaban una pérdida de tiempo y “mañana hay que madrugar para salir al campo”.

Aunque suene raro lo que voy a decir, muchos de los nacidos después de la guerra y hasta muy entrados los años sesenta hemos oído el reproche y la bronca por “perder el tiempo leyendo” pues “no sirve para nada”. Hay que trabajar para arrimar “unos cuartos” a los enjutos ingresos familiares. Recordemos que por las fechas en las que estamos el analfabetismo era abundante y la lectura, un lujo de ricos.

Pese a la oposición paterna, Miguel adora los libros y a escondidas lee todo lo que cae en sus manos, lo que le permite desarrollar su capacidad para la poesía. Leerá tanto a los clásicos como a los poetas del momento. Se relacionará con Luis Cernuda, con Rafael Alberti o Pablo Neruda, también con Lorca y María Zambrano, entre otros.

Su primera tertulia literaria será en Orihuela, donde nace su amistad con Ramón Sijé que le “da alas” para seguir escribiendo. Sijé fue escritor, ensayista, periodista y abogado. Su corta vida le dio para mucho. Eran amigos del alma pese a diferencias económicas y de ideas.

Sijé muere en la flor de la vida, con 22 años. Miguel le seguirá diez años después. En su recuerdo escribe “Elegía a Ramón Sijé. En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”. Es toda una sentida oda a la amistad que merece darle un repaso.



A partir de 1930 comienza a publicar poesía en revistas de la zona como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. Leía con emocionada avidez y comenzaba a escribir con diligencia como si sospechara que se le escapaba el tiempo. Libros y un cuadernillo para escribir eran su gran obsesión.

La Guerra Civil prendió fuego irremisiblemente en el verano de 1936. Con anterioridad el clima “convivencial” había empezado a calentarse hasta llegar a un grado intolerable de temperatura. ¿Culpables? Todos y ninguno. En 1937 viaja a Valencia donde asiste al Congreso Internacional de Intelectuales antifascistas.

Toda guerra es nociva y, si es “incivil” aun más, dado que enfrenta a padres, hermanos, amigos; lo pone todo “patas arriba”. Lo más grave está en que dicho enfrentamiento es una llaga “cuyo daño causa pena, dolor y pesadumbre” en ambos bandos. Es una herida que perdura en el tiempo y, como la mala hierba, brota a la mínima oportunidad. Basta que caigan cuatro gotas de pensamiento tormentoso para que dicha herida supure.

A partir de 1930 marcha a Madrid para dejar las cabras y convertirse en escritor. Se relaciona con los poetas del momento y colabora en distintas publicaciones. Vuelve a Orihuela, redacta Perito en Lunas (1933), donde se refleja la influencia de los autores que lee en su infancia y los que conoce en su viaje a la capital.



De vuelta a Madrid colabora en importantes revistas poéticas, trabaja como redactor en el diccionario taurino El Cossío y en las Misiones Pedagógicas, cuya labor será llevar la cultura a la España rural. En esos años escribe El silbo vulnerado, Imagen de tu huella y El Rayo que no cesa.

Un inciso. Tanto Lorca como Hernández serán destacados “misioneros pedagógicos”. A este respecto dice Miguel: “en los pueblos nos recibían recelosos (…) era cosa de ver a los labradores sentados sobre arados y carretas volcadas, la cigüeña de la torre asustada, los candiles con que alumbrarnos en la vara levantada de un carro, las estrellas tiemblan de frío por mí, y yo envuelto en mi capa parda de un labrador”.

Toma parte activa en la Guerra Civil como comisario de Cultura y al terminar ésta intenta salir del país después de haber recorrido distintas ciudades buscando refugio, pero la policía de Salazar lo caza en la frontera de Portugal el 15 de mayo de 1939.

Condenado a muerte, se la conmutan por una pena de treinta años que no los cumplirá porque muere de tuberculosis y tifus en marzo de 1942 en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Sobre la muerte de su primer hijo escribía “murió con los ojos abiertos como dos golondrinas”. Él tampoco cerrará los ojos al morir por tener el mismo síndrome.

De la llamada “poesía de guerra” sobresale Viento del pueblo y El hombre acecha. En la cárcel escribe Cancionero y romancero de ausencias. La guerra poco a poco va eliminando a personas que sobran porque no se fían de ellas, porque piensan de manera distinta, porque… ¿Progresismo frente a regresismo? Odio ante odio, envidias, celos, mal de ojo de unos contra otros.



¿Por qué? La guerra es una herida que está en el corazón de muchos de nosotros, tanto de quienes van de “progres” y braman contra aquellos que por otras razones válidas o inventadas se les llama carcas. Algunos y algunas se les atragantarán los calificativos que les impiden ver más allá de sus narices.

Estos pensamientos van para las llamadas por Machado “dos Españas” que, al final, quedarán en una “Apaña” futura que no será ni grande –la hemos deshuesado– ni mucho menos libre. Libertaria puede que sí, pero ambos términos no son iguales.

Vamos a terminar lo que quedó en el aire a medio olvidar y profundizó aún mas entre guerra y dictadura. Luego vino la llamada Transición que, aparentemente, nos dio un descanso pero ha brotado tanta progresía falsa y fabuladora en los últimos años que parece dar la impresión de que estamos otra vez al borde del precipicio.

Mientras tanto, crece la inquietud, se nos torea con ideas baladíes y, poco a poco, se nos está llevando al huerto de “nunca jamás”. Nos entran en el redil del odio, el desprecio, el mal vivir, el hambre intelectual, cuestión esta última que no tiene importancia pues no sé qué comer del pensamiento crítico porque no sé ni lo que es.



En la entrega anterior, Lorca ocupó todas las líneas de trabajo. Corto me quedé. Hoy me he centrado en Miguel Hernández, otro misionero cultural e importante poeta de aquellos momentos aunque, terminada la guerra, quedará relegado al rincón del olvido. Era poco importante un pobre cabrero que, se supone, casi no sabría leer.

Cabrero por mandato paterno, no pertenece oficialmente al mundo de los “leídos” que se las pueden dar, y con razón, de cultos. Pienso en tantos otros escritores importantes entre los cuales Miguel logró asomarse a sus cielos de cultura y pronto brilló entre ellos con luz propia. No solo consigue destacar entre estos sino que también será admirado e impulsado por algunos de ellos. En Madrid pondrán su mirada sobre él Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, dos grandes voces de la poesía que no tardarán en descubrir en el pastor cabrero talento y pasión por el verso.

Como podremos deducir, su afición a los libros le costará cara durante toda su corta vida. Primero en la niñez y juventud y, después, cuando en su pensamiento toman forma racimos de poemas que reflejan la realidad de su caminar, la cárcel le espera por haber tenido el atrevimiento de plasmar en sus versos sentimientos, deseos, esperanzas e ilusiones, nostalgia de hombre cargado de amor y cariño hacia los suyos que están alejados; que pinta sus sueños de tristeza en papel de estraza. Y, sobre todo, por derramar pensamientos críticos contra la opresión.

En este huerto de sinsabores solo cultivará palabras de derrota y deseos de esperanza. El hambre y la miseria de la prisión se empapan con el llanto lejano del hijo acuchillando aun más las paredes carcelarias. Hambre y cebolla es la hiel que envenena su dolor.



En su soledad carcelaria florece el Cancionero y romancero de ausencias, poesía para arrancar sus soledades y sacia su sed con los cuentos para el hijo ausente y desconocido. Soñar para no rendirse. Ensanchar el horizonte más allá de los hierros carcelarios para soñar despierto en un abrazo infantil. Se trata de vivir sin morir de ausencias. El hijo solo llegará a abrazar al padre por los versos y cuentos que le ha legado.

Poco después de muerto nacía (renacía) de la mano de Joan Manuel Serrat, un “comadrón”, poeta y músico donde los haya, que traía el alma enredada en los versos que reflejan momentos claves del poeta ahora resucitado en la música. Mi respeto y agradecimiento al trovador pues, gracias a su esmerado hacer, perviven en el pentagrama otros poetas casi olvidados.

Aquí concluyo este recorrido que, sin duda, es breve y pobre por mi parte. Hay mucha poesía por leer u oír. Solo Nanas de la cebolla merecería un monográfico detallado.

PEPE CANTILLO