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Rafael Soto | El Kennedy español

Existe una línea muy fina entre la incompetencia y la negligencia, si bien ambas situaciones son causa o consecuencia de la mediocridad. El incompetente es el que no tiene capacidad para hacer algo. En cambio, el negligente es aquel que no cumple con corrección sus funciones por falta de cuidado o aplicación.



En el caso del actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no podemos saber con seguridad si es una persona competente o no para sus funciones. En cambio, tenemos argumentos suficientes para considerarlo como un absoluto negligente, irresponsable, cobarde y, por ende, mediocre. Y lo argumentamos.

A Pedro Sánchez le gustaría ser un Kennedy a lo español, pero con más arte y salero. Es un deseo razonable en política. Por desgracia, apenas llega al nivel de un delegado de clase de la ESO. Y ni eso, porque los chavales suelen tomarse sus funciones en serio. Al Kennedy español, ni eso. Y de los dos, sus compañeros se ríen igual.

Su última negligencia (si de aquí a que se publique este artículo no hace otra de las suyas, pues vamos a varias por día), ha sido la elección del presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Nada extraño si no fuera por el hecho de que este presidente ha sido escogido antes que los vocales que, conforme a Derecho, deberían haberlo elegido. Todo ello, en un momento en que la Justicia española está en el punto de mira de la prensa internacional por obra y gracia del independentismo catalán.

Sánchez es un negligente y todos lo sabemos. No sería el primero en Política. Lo peor es que ni siquiera trata de disimularlo. Así como su ambición y su cobardía. Se le suele alabar por su supuesto valor cuando quisieron defenestrarlo en 2016. Mucho valor, teniendo en cuenta que no se decidió a buscar el apoyo de Podemos hasta que, perdidas varias elecciones, vio que le quitaban el cargo. ¿Implica valor el tomar decisiones arriesgadas cuando no tienes nada que perder?

¿Dónde estuvo el valor del Kennedy español cuando se arrastró ante el Comité Federal de su propio partido? No lo vamos a acusar de haber destrozado el Partido Socialista. En un suicidio colectivo, la responsabilidad es de todos. No le reprocharemos siquiera su golpe al Gobierno, pues mucho se había tardado en tumbar a un partido tan corrompido.

Sin embargo, si su insistencia en volver a la Secretaría General del PSOE no demostró de manera suficiente su desmedida ambición, pudo demostrar lo que era una vez más cuando, en vez de convocar elecciones tras defenestrar a Rajoy, decidió mantenerse en La Moncloa; así como demostró su falta de luces apoyándose en los golpistas catalanes, los herederos de ETA, los extremistas de Podemos y el PNV que, con todo, es el único partido medio digno que queda en el Congreso de los Diputados.

¿Es de cuerdos pactar para gobernar un país con aquellos que quieren destruirlo? Fue un acto cobarde, pues era consciente de que con los resultados que le auguraban las encuestas a duras penas podría llegar a líder de la oposición. Poco le importó, a pesar de saber que, tarde o temprano, los golpistas catalanes le pedirían algo que no podría otorgar. Ni una amnistía gratis les vale. Le ha dado igual, hasta el punto de convertir a un radical como Pablo Iglesias en su vicepresidente de facto y mandarlo a negociar los Presupuestos Generales del Estado en una cárcel.

Su falta de decoro (o de seso) a la hora de ocultar su ambición lo ha llevado a tomar decisiones polémicas para aparentar que puede hacer algo con su minoría parlamentaria y, de paso, poner en evidencia a los demás partidos por no seguirle el juego.

Hablamos de cambiar a Franco de sitio, creando más problemas que los que solucionaría con la medida (junto al cachondeo catalán, la medida detonante del regreso de la extrema derecha a este país); de medidas que levantan mucho polvo, pero que no puede aprobar, como la nueva Ley de Educación; de gestos baratos sin contenido, como ha demostrado con los autónomos. Despropósitos y dislates varios que socavan la dignidad de la Jefatura del Gobierno y de España como país.

El Kennedy español es el responsable principal del regreso de la extrema derecha a este país, del enquistamiento del dislate catalán (corresponsable junto a Rajoy y su 155 blando), de la degradación de la imagen de este país y de sus instituciones, y de profundizar en la división y radicalización de la población.

Esperamos no tener que acusarlo también, algún día, de sentar las bases de un largo gobierno de partidos de derecha. Pero largo se lo fiamos al Kennedy español, que bastante tiene con vivir al día en un país con necesidad urgente de medidas para asegurar el largo y el medio plazo. Y es que al hombre le gusta vivir al límite. Mientras se puedan prorrogar los Presupuestos, hay vida. Y después... Ya se lo resolverá alguien.

RAFAEL SOTO