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Pepe Cantillo | Cara y cruz de la memoria

Tomando como pretexto para estas líneas la carta abierta que Umberto Eco escribía a su nieto adolescente en 2014 y en la que hace una reflexión sobre la tecnología, a la par que le daba algunos consejos en relación con la memoria, resumo algunas ideas de dicha misiva como punto de partida para una serie de ideas que deseo compartir con los lectores de este periódico.



“Querido nieto, usa la memoria. No quiero que esta carta te suene a sentimentalismo y a algo moralizante… Quiero hablarte de un mal que afecta a tu generación e incluso a chicos mayores que tú que ya están en la universidad: la pérdida de la memoria. Cultiva pues la memoria y aprende de memoria”, le dice al nieto.

“La memoria es un músculo que si no lo ejercitas se atrofiará y te convertirás (desde el punto de vista mental) en un discapacitado, o sea (hablando claro) en un idiota”. Con lo que él llama “la dieta de la memoria” anima a que “cada mañana memoriza algo. Leer es básico para aprender. Lo que ocurrió antes de que nacieras también cuenta”, porque es importante conocer la historia para saber qué pasó en otros tiempos, lejanos y cercanos.

En dicha misiva constata que la memoria está en desuso porque es más cómodo y fácil buscar en Google: “Internet te dará información al momento pero intenta retener parte de la misma para no depender de él”. En conclusión, insiste en que la realidad no es como la pinta la red, que Internet no le impida aprender y sobre todo que se informe.

La facultad de la memoria ha estado muy denostada en los últimos tiempos. Las críticas vienen de distintos frentes. La más chusca procede de quienes creen que gastar energías en aprender algo carece de sentido pues tenemos a mano –como el Avecrem– multitud de aparatos que proporcionan datos al momento. Sigo pensando que una pastillita mágica no puede sustituir a un buen caldo con tocinito, huesos y demás aditamentos.

Información rápida, al minuto, a un toque de tecla y, lo más maravilloso, sin esfuerzo alguno. Con dichos datos hasta me puedo marcar faroles ante mis amistades fardando de cuánto sé y cuán listo soy. Memoria y esfuerzo son dos conceptos demonizados que no están de moda. Craso error, porque prescindir de ellos crea dificultades.

Otro de los frentes contra la memoria procede de voces –unas autorizadas, otras no tanto– relacionadas con la educación por aquello de que censuran el aprender de memoria, sin comprender. Llevan toda la razón si lo que rechazan es la “memorieta” mecánica que vale para bien poco o para nada. Pero en este terreno ni todo es blanco y, mucho menos, negro. La memoria es necesaria para aprender.



No deja de ser una paradójica contradicción que, en referencia al contexto escolar, se la demonice y sin embargo se potencie al máximo en el ámbito de los mayores, ofreciendo actividades de entrenamiento de la misma. ¿En qué quedamos? ¿Aprender de memoria es bueno o malo? La pregunta es suficientemente clara y se presta a toda una discusión.

No pretendo dar una clase magistral sobre un tema que, a buen seguro, sería muy complicado de abordar. Solo intento trazar unas pinceladas sobre esta facultad que poseemos para podernos orientar en el escenario en el que nos movemos.

La facultad de la memoria es de vital importancia para los seres vivos. Si partimos de que, como capacidad psíquica, nos permite retener información y perpetuar momentos, situaciones, experiencias pasadas –eso que llamamos "los recuerdos"– no creo que podamos prescindir de ella. Otro cantar es cómo alimentarla para tenerla en condiciones

Gracias a la memoria disponemos de una gran base de datos, unos adquiridos de forma consciente e intencionada y la mayoría de ellos se recopilan casi sin percatarnos de ello. Son los recuerdos: unos quedan en el cajón de la nostalgia y otros disponibles para usar. Por eso es importante retener información.

Para ello tiene que ponerse en marcha la motivación, que establece unos objetivos que se deben conseguir por parte del sujeto. Sin motivación (significa "movimiento", "motivo") no vamos a ningún sitio. La motivación establece una meta determinada. Aprendizaje y memoria van de la mano. La memoria nos permite relacionar el presente con el pasado para, a continuación, proyectarnos al futuro.

Los especialistas dicen que tenemos varios tipos de memoria. A corto y a largo plazo; mecánica o significativa; memoria de pez o de elefante, según la cantidad de datos que recordemos. Olfativa, gustativa, auditiva, visual, táctil... En cada persona primará uno de los sentidos sobre los demás. El que menos abunda es el sentido común (¿!?).

Si por memorizar entendemos fijar mecánicamente unos contenidos, sin comprenderlos, pero que debemos aprender, está claro que dicha memoria lorito no vale para nada pues obligará al sujeto a repetir sin entender lo que dice. Partamos de un principio básico y elemental: lo que no se comprende no se aprende. Comprender conlleva poder retener la información para servirse de ella.



La facultad humana de la memoria la estamos usando como un bumerán que termina por darnos en la cabeza con el paso del tiempo. En el día a día es como el desodorante que nos abandona cuando más los necesitamos. En la etapa escolar se la critica porque sólo aprender algo de memoria –"de carrerilla", se dice– no tiene valor si queda claro que no se aprende si no se comprende.

La mente es una tabla rasa –limpia, decía Aristóteles– en la que se va imprimiendo todo aquello que vamos viviendo. Por tanto, la memoria juega un papel importante en nuestro día a día. El aprendizaje conlleva guardar lo aprendido pues, en caso contrario, se perderá y el esfuerzo no valdrá para nada.

Claro que si partimos de presupuestos tan simplistas y simplones como decir y defender que la memoria no sirve para nada, que si preciso de información, de unos datos basta con “pinchar” (¿se dice así?) en determinadas páginas webs y ¡chachán! todo resuelto. ¿Hasta que vuelva a tener necesidad y vuelta a buscar datos?

Los fallos de memoria se acentúan con el paso de los años y será en la vejez cuando más se note su deficiencia, lo que no quita que dicho problema nos afecte a todos porque, en definitiva, todos tenemos una memoria resbaladiza. Cuántas veces hemos dicho "lo tengo en la punta de la lengua pero no me acuerdo ahora".

No reconocer a una persona suele ser más común de lo que nos creemos, situación que resumimos en un “te conozco pero no sé de qué” o "ahora mismo no me acuerdo dónde te he visto". Digamos que nos falla el contexto en el que situar a dicha persona. Estamos ante uno de tantos problemas de distorsión de la memoria –paramnesia es el nombre técnico– que no tiene mayor importancia si no va a más.

Hacemos un sinfín de actividades de forma automática y rutinaria, sin prestar mayor atención. Como ejemplo valga el acto de dejar las llaves, la cartera, el móvil… siempre en el mismo sitio y por inercia. Costumbre que, sin ser mala, puede hacernos sudar tinta cuando no aparecen.



El día que fortuitamente depositamos dichos objetos en otro lugar cualquiera, saltan las alarmas y nos recorre un sudor frío, pensando que hemos perdido la cartera con toda la documentación y ¡los donuts! Alarma… Hay que llamar al banco para anular la tarjeta (¿!). Normalmente, no llega la sangre al río. Simplemente no lo hemos dejado en el lugar de costumbre. Comportamiento rutinario.

La memoria es una de las facultades más maravillosas que poseemos. Permite guardar todo tipo de información, sentimientos, sueños por conseguir, ilusiones… Cierto que tiene su cara menos amable, el olvido, que si bien es verdad que consigue barrernos momentos felices, no es menos cierto que también limpia los malos tragos.

La memoria solo la echamos de menos –mejor dicho, nos compadecen los demás– cuando la perdemos, porque nos desubica y hace que vayamos descolocados y, lo que es más grave, que no sepamos quiénes somos por haber perdido el reconocimiento de la propia identidad. La amnesia es un serio problema en la vejez.

Hay que forzar la memoria y ponerla en situación de recordar para evitar funcionar sólo con el automático. Memorizar algo cada día puede mitigar esas lagunas que solemos tener. Pensar sobre lo que estamos haciendo o leyendo ayuda a retener mejor. Así, por ejemplo, si estamos leyendo una novela que acapara nuestra atención no está de más buscar esa palabra de cuyo significado no estoy seguro. "¡Vaya coñazo!", podremos estar pensando, pero ello permitirá retener mejor.

Reflexionar sobre lo que hemos hecho, amén de fijar mejor lo aprendido, ayuda a archivar mejor. Otra manera de retener información con ciertas garantías consiste en escribir a mano lo que nos han dicho o hemos leído. ¿Por qué a mano estando los modernos artilugios que son más cómodos? Es más eficaz la escritura –acto personal consciente– porque ayuda a recordar mejor en la medida que lo vamos escribiendo.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
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