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Un país abierto en canal

Trasmitía el presidente Rajoy esperanzas a los suyos y pretendía insuflárselas al conjunto del país con un mensaje alentador en lo económico. Y hasta puede que se lo compren, porque es indudable que de alguna nos hemos librado. Por ejemplo, de un rescate que tuvimos encima, que pareció inevitable tal y como le habían dejado el patio.

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Y eso no hay por qué olvidarlo pues, con harto dolor y sacrificio, hemos rebajado el maldito déficit y la confianza exterior se ha recuperado en buena medida. Y esa es una evidencia que hasta los diarios alemanes que hace un año lo ponían a él y a todos a caer de un burro, reconocen hoy y asombrosamente piden que se nos afloje el dogal para que podamos respirar un poco e intentar crecer un algo. Que de ajuste y austeridad sólo no se vive.

Quería trasmitir eso Rajoy y bueno. Pero él mismo sabe que todo es agua de borrajas si no se logra darle la vuelta al paro. Si lo consigue, y eso se ve mucho menos y más lejano, pues bueno, absuelto. Pero si fracasa, mejor que ni se presente. Y, además, esa de la economía ahora es una de las dos.

Porque la otra es que el país, España, está abierto en canal y sentado en el banquillo. Desde la Casa Real a varios centenares de concejales, pasando por ministros, exministros, presidentes de comunidades, alcaldes variados y variopintos de toda edad, condición, color y gobierno.

Su mensaje ahí es escaso y defensivo. Con lo de Bárcenas a cuestas, es lógica esa postura, pero no es la adecuada. No es la que puede recuperar la confianza interna y restañar en un algo la percepción de la política. No es la del cirujano dispuesto a sajar el quiste aunque se tenga que amputar el brazo.

Porque de ambas cosas –de la crisis económica y del cáncer y síndrome de la corrupción que nos corroe- se puede salir y estamos obligados a salir con algo en positivo. De la atroz crisis no vendría mal que lo hiciéramos, aunque hubiera sido con dolor y lágrimas, escarmentados del despilfarro y recuperando la cultura del trabajo y del esfuerzo.

De la corrupción, con una vacuna y un impulso regenerativo que nos dejara en todo lo posible inmunizados contra el virus, que la lección fuera de tal calibre –y eso supone ver castigados a los culpables sin distingos- que la política (“la cosa publica”) fuera el lugar donde la limpieza y la transparencia fueran impolutas.

Y pueden suceder ambas cosas y en ellas hemos de creer. Porque yo no deseo –otros tal vez sueñen con una hecatombe telúrica- cosa diferente a salir cuanto antes y lo mejor posible de este pozo. En lo económico y en lo ético. Amanecer algún día, lo más pronto posible, algo más delgados pero con un cuerpo sano que haya se depurado de los despilfarros, de las comilonas inmobiliarias, de los atracones bancarios, de las orgías enladrilladas, de los contubernios políticos y de la clase política como casta privilegiada y cuyo objetivo era el medro puro y duro a través del cargo.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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