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José Antonio Hernández | Maldad líquida

La maldad humana –los comportamientos destructivos, inmorales y dolorosos– adquiere en cada época de nuestra historia unos caracteres diferentes. ¿Y cómo es en la actualidad? A esta pregunta nos responden de manera profunda, detallada y clara dos pensadores: el sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman y el filósofo lituano Leonidas Donskis.


En esta obra, titulada Maldad líquida, trazan un amplio y detallado mapa de las fuentes políticas de las que surge, y describen sus trayectorias amenazantes y traicioneras. A su juicio, esta maldad es más peligrosa que las de otros momentos porque se presenta fracturada, pulverizada, desarticulada y dispersa, en contraste con la versión inmediatamente anterior que los autores denominan “sólida”.

“El mal actual es líquido y especialmente peligroso –afirman– porque queda oculto a simple vista y porque posee la capacidad de adoptar disfraces, de seducir y de generar deseos”. Sus análisis detallados nos descubren los fondos tenebrosos de esa maldad en amplios sectores de nuestro mundo contemporáneo y los charcos encenagados en rincones oscuros de nuestra sociedad avanzada.

Es cierto que la humanidad, globalmente considerada, ha progresado de manera ininterrumpida en los ámbitos científico, técnico, económico, sociológico, jurídico e, incluso, moral. A pesar de los graves problemas que padecemos en la actualidad, una consideración histórica desapasionada pone de manifiesto que hemos superado trágicas situaciones de mortandad, de enfermedad, de esclavitud, de injusticias y de guerras.

También podemos constatar cómo, en muchas partes de nuestro mundo, gracias al progresivo imperio del Derecho, las relaciones sociales son más justas y más equitativas las reglas económicas, al menos para algunos pocos. De manera progresiva –y, a veces a costa de sangre y de vidas– se va extendiendo la democracia apoyada en la valoración real de los ideales de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad.

Pero este reconocimiento de los progresos logrados no debería impedirnos que consideráramos las características y el funcionamiento de la maldad actual que, como afirman los autores de esta oportuna obra, se caracteriza por su forma líquida, por sus maneras de adaptarse a las diferentes situaciones económicas, sociales y políticas como ocurre con la actual sociedad “desregulada, desorganizada, atomizada e individualizada, fragmentada, desarticulada y privatizada”.

Nos advierten cómo, en la actualidad, nuestra libertad se localiza en el consumo y cómo los profetas, los teóricos, los ideólogos y los escritores han perdido la creencia de que es posible cambiar el mundo. Explican cómo se han desvanecido las grandes utopías, y nuestra dependencia de mercados distantes potencia la falsa ilusión de que los individuos somos capaces de cambiar la situación solo mediante reacciones espontáneas y con palabras amables.

Tras la introducción, en la que ambos pensadores nos detallan cómo “la naturaleza líquida de la maldad actual” está infestada de creencias fatalistas que no ofrece alternativas a la política, a la economía, a la ciencia y a la técnica, a la relación entre la naturaleza y la humanidad, y, cómo, en consecuencia, vivimos un mundo infestado de creencias fatalistas y deterministas.

Como ejemplo ilustrativo nos proponen que consideremos la continua propagación de las malas noticias que nos están provocando, además de miedo, un creciente desinterés por los valores éticos y una generalizada superficialidad en los análisis críticos de los creadores de opinión e, incluso, en las universidades “posacadémicas” que “progresivamente” se van adaptando a las pautas políticas, a las élites directivas y a los encargos de los mercados. “La maldad líquida –afirman textualmente- surge acompañada de la lógica de la seducción y de los mecanismos para desentenderse de las cosas”.

En mi opinión, estos análisis, además de descifrar, de interpretar y de valorar la situación actual de nuestra sociedad, nos proporcionan unos principios válidos, unos criterios orientadores y unas pautas concretas para que reaccionemos de forma razonable y esperanzadora al proceso de deterioro de nuestra convivencia.

Este libro es, puede ser, una guía y un estímulo para que los políticos, los profesores, los educadores, los animadores sociales y los creadores de opinión recuperemos nuestra capacidad de generar sueños y proyectos de una vida individual más digna y más humana, y de una convivencia universal más razonable, más justa y más solidaria.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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