Ir al contenido principal

Remedios Fariñas | Coco

Yo sé que, para él, soy la única. Sé que, en el mundo –y, en particular, en su mundo– no existe nadie a quien quiera más que a mí. A veces me lo encuentro observándome fijamente, con esos ojos grandes –como su alegría–, pensando que no hay nadie en su vida como yo. Lo sé.


Su lealtad es a prueba de bombas: no hay criatura que se ponga más contenta cuando me ve aparecer. Si estoy despierta, él está atento a cada uno de mis movimientos, siempre a mi lado. Si estoy dormida, vela mis sueños.

No hay momento del día o de la noche que no quiera estar a mi lado. Si canto o río, le miro y veo esos ojazos rebosantes de alegría. En cambio, cuando la vida me da tristezas, él, sigiloso, sin hacer el más mínimo ruido, viene y pone en mi falda su cabeza para que la acaricie.

No tengo mejor amigo que él en este mundo desdibujado ya por tantas injusticias. Es fiel, obediente, me comprende... ¿Qué más se puede pedir? Cuando le hablo parece que entiende cada una de mis palabras a la perfección.

Mi pequeño tesoro es un perro que no llega a los tres kilos de puro amor. Las alegrías y el cariño que me brinda ese cuerpecito todo peludo son impagables. No pide nada: solo se conforma y es feliz con mi compañía.

Las personas que no saben cómo es ese amor totalmente desinteresado pueden creer que es una obligación y una atadura más. Sin embargo, yo disfruto cuidando a mi perro porque nada –y digo bien: nada– en este mundo pagaría ese amor que ves en esos ojos cuando te miran.

Mi gran amigo se llama Coco. Tiene catorce años de intensa vida junto a mí y sé que puede quedarle poco tiempo a mi lado. Le he visto envejecer día a día. Su pelo negro y fuego se ha convertido poco a poco en gris y blanco. Por eso he querido compartir mi alegría de vivir con la criatura más especial y cariñosa del mundo. Va por él.

REMEDIOS FARIÑAS