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Pobre inocente

Jean Claude Juncker ha sido proclamado recientemente candidato del Partido Popular Europeo como cabeza de lista y posible presidente de la Comisión si ganan las próximas elecciones a los socialistas. El ex primer ministro de Luxemburgo obtuvo la nominación gracias al apoyo de la CDU alemana de Angela Merkel y del Partido Popular de Mariano Rajoy. Sin duda, el que fuera alto cargo del gobierno luxemburgués durante 30 años dispone de una larga experiencia comunitaria.

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Lo que no se ha recordado sobre su pasado político son los motivos que le llevaron hace unos meses a abandonar el Gobierno de su país, que son, nada más y nada menos, sus problemas con los servicios secretos: el Servicio de Información del Estado de Luxemburgo (SREL).

El espionaje de cualquier país tiene a veces la peligrosa tendencia a actuar por su cuenta y los gobernantes son los encargados de ponerles coto. Para ello tienen que ejercer un estricto control sobre sus actividades, algo que no hizo Juncker.

Una investigación parlamentaria le consideró responsable político de las irregularidades que se habían detectado en el SREL, destacando las escuchas ilegales y la malversación de fondos. Los trapos sucios, como ocurre por desgracia en la mayor parte de los países del mundo –incluido España-, fueron de conocimiento público gracias al periodismo de investigación.

Frente a las acusaciones de la oposición política, que le exigía asumir responsabilidad, Juncker inicialmente se negó. Adujo que desconocía esas actuaciones de sus espías, que había intentado durante mucho tiempo reformar el SREL y que –ojo al dato, que diría José María García- "no fue nunca mi prioridad política". Un comentario fuera de lugar –iba a escribir "impresentable"- procediendo de tan experimentado político.

Hace seis meses que tuvo que dejar el cargo por ese escándalo. Algo curioso cuando él había sido uno de los políticos a los que habían espiado. Tenía razón cuando adujo que él no podía dedicar tiempo a supervisar a los espías, razón por la cual los jefes de gobierno suelen delegar en un vicepresidente –como ocurre ahora en España- o en un ministro. Aunque, justo es decirlo, la razón principal para que lo hagan no es por exceso de trabajo, sino precisamente para que si hay un escándalo las salpicaduras no les alcancen a ellos. Pobre inocente.

FERNANDO RUEDA
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