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Nacionalismo de pobres

De la crisis económica no solamente ha emergido la verdadera cara de la derecha europea, llena de maldad hacia los que ellos consideran perdedores de su modelo de ganadores y derrotados. La crisis está siendo un escaparate de valores que parecían haber sido enterrados por el hormigón durante los años del boom inmobiliario. Gente anónima que usa la sencillez de su trabajo diario para amortiguar el golpe a tantísimo dolor social.

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Maestros, docentes universitarios, enfermeras, médicos, empleados de banca, voluntarios, activistas sociales, ecologistas, abogados, economistas y hasta dependientes de supermercados han hecho de su trabajo diario un militancia política. Si la derecha ha querido enfrentar a los que no tienen nada con los que tienen poco, lo que ha conseguido es reforzar el nosotros.

Existen médicos que atienden en su consulta a los inmigrantes que la derecha ha condenado a muerte al excluirlos de la sanidad pública. Jugándose el tipo. Docentes que desafían la política clasista y malévola que persigue vaciar las universidades de alumnos que no pueden pagar. Si Wert ha subido hasta el 6,5 la nota para acceder a una beca, muchos docentes universitarios han convertido, por arte de magia, un 5 en un 6,5 para que nadie se quede fuera del sistema universitario por pertenecer al club de víctimas de esta estafa a gran escala.

Cientos de jóvenes, y no tan jóvenes, se han organizado para parar desahucios y enfrentarse a la Policía que desahucia la vida y esperanza de las familias que no pueden pagar su hipoteca tras perder su empleo. En algunos casos, estos jóvenes han realojado a familias desahuciadas en viviendas vacías que son propiedad de los mismos bancos rescatados con el dinero de las víctimas. Y a estas corralas les han puesto de nombre "Alegría", "Esperanza" o "Utopía".

La competencia del neoliberalismo convertida en cooperación, única manera de derribar un sistema que llama "libertad individual" al egoísmo. Esto fue lo que hicieron los trabajadores de las cafeterías del Aeropuerto de Sevilla: estuvieron 45 días de huelga –sin cobrar- para evitar el despido de uno de sus compañeros. Aceptaron la reducción en sus salarios a cambio de la readmisión de su compañero. Lo consiguieron.

A los habitantes de las corralas también les ofrecieron individualmente una vivienda social para que abandonaran la lucha. Y dijeron que no si esa vivienda no era ofrecida igualmente al resto de desahuciados que, como ellos, malviven sin agua, sin luz y sin esperanza.

Hay una forma de solidaridad en tiempos de crisis más invisible aún. No sale en los grandes medios, pero se percibe en el día a día de los pueblos y barrios andaluces. Pensionistas que, con su pensión de 600 euros, llenan carros en el supermercado para la familia que vive pared con pared y que ni se acuerda de la última prestación o sueldo que entró en casa.

Hombres y mujeres de campo que llenan cajas y cubos de patatas, tomates, pimientos y calabacines para llevarlas al vecino que vive cuatro puertas debajo de su vivienda. O trabajadores mileuristas que se hacen cargo del recibo de la luz y agua y de las matrículas universitarias de los hijos de sus hermanos o de la vecina del cuarto.

Son los amortiguadores sin nombre de esta estafa. Sólo así se entiende que con casi un 30 por ciento de paro en Andalucía no haya estallado una revuelta social. Nacionalismo de pobres contra nacionalismo de ricos. Es la identidad del pueblo andaluz convertida en una declaración soberanista que desobedece leyes injustas en silencio. Héroes y heroínas anónimos que hacen que la crisis y la vida valgan la pena.

RAÚL SOLÍS
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