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Privatizaciones, S.A.

Aunque me ha costado no escribir esta semana sobre la apabullante escalada de corrupción generalizada a la que nos estamos acostumbrando de manera peligrosa, tenía pendiente terminar el razonamiento que iniciamos la semana pasada a modo de relato sobre las consecuencias que el exceso de privatizaciones de los servicios básicos tendrá para la ciudadanía en general.

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Ahora, de repente, ni Sanidad ni Educación son rentables. Oiga, ¿rentables? Es que resulta que usted no está ahí para obtener beneficios –que sería lo que haría de estos servicios algo rentable- sino para gestionarlos de manera eficiente. En el momento en el que confundimos servicios básicos para la sociedad con negocio rentable empezó a desmoronarse un Estado del Bienestar del que cada vez más gente habla en pasado.

El afán privatizador con la excusa de la rentabilidad no hace sino dejar en evidencia la capacidad de gestión de lo público de aquellos que elegimos para tal propósito. Porque aplicando el mismo criterio, ¿cómo es que la Comunidad Valenciana no fue privatizada ipso facto hace unos meses?

Si un hospital cuyas pérdidas económicas no son comparables, por irrisorias, con las de una Comunidad Autónoma es privatizado por falta de rentabilidad, no quiero imaginar lo que harían algunos con un país que hace aguas por doquier.

Y para rematar la sinrazón, cuando no es, incluso, el propio privatizador, resulta que no hay marido, sobrino, cuñado o primo segundo que se libre de pertenecer a alguna de esas empresas que, casualidades del destino, termina haciéndose con los servicios públicos recién externalizados, cerrando este círculo hipócrita en el que unos pocos se lucran a cambio del interés colectivo.

PABLO POÓ
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