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Los padres y el Consejo Escolar

He querido compartir con todos ustedes un avance de mi próximo libro, en el que trato de analizar la situación actual por la que atraviesa el Sistema Educativo Español. El 13 de noviembre se celebran las elecciones en las que profesores, padres y alumnos optan a un puesto en los consejos escolares de los institutos andaluces y, en esta ocasión, he centrado mi atención en el papel de los padres dentro del mismo.

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El ejercicio de la labor docente tiene dos características que lo hacen diferente del resto de profesiones. Una de ellas es el grupo al que va dirigido tu trabajo: los jóvenes (entendamos, por tanto, Secundaria y Universidad). Otra es la delgada línea que separa los conceptos "enseñanza" y "educación". ¿Se puede enseñar sin educar? Son conceptos, hoy día, tan próximos entre sí, que más que estar separados por una línea casi imperceptible, podría decirse que forman una simbiosis indisoluble.

Estas dos peculiaridades hacen que todo lo relacionado con la docencia tenga una estrecha relación con el colectivo más numeroso de la población española (y me atrevería a decir mundial): los padres.

Los padres son el cuarto pilar sobre el que descansa el peso del sistema educativo (padres, alumnos, políticos y profesores). En los Consejos Escolares, órganos consultivos y decisorios de los centros de enseñanza, los padres cuentan con su representación correspondiente y tienen el derecho a decidir sobre las acciones docentes, metodológicas, disciplinarias y de cualquier índole que se desarrollen en el centro. Sin ser docentes.

¿Se imagina usted tener derecho a asistir al comité de dirección del Hospital Universitario Reina Sofía o del Hospital Comarcal de Montilla sólo porque su hijo (o su marido, o su padre) haya sido operado de apendicitis?

El hecho de ser destinatario de la labor determinada que desarrolla un colectivo laboral no es motivo suficiente para tener derecho propio (o delegado en un familiar) para participar en las decisiones que tome esa institución. Dicho de otra manera: que me hayan operado de cataratas o que lo hayan hecho con mi padre, mi hijo o mi hermano no me da pie a participar como miembro de pleno derecho en los órganos consultivos y decisorios de los hospitales. Y por una sencilla razón: porque no tengo ni idea ni de cómo funciona un Hospital ni de Medicina.

Poner una tirita no te convierte en enfermero, y darle un paracetamol a tu hijo cuando le duele la cabeza no te hace neurólogo. ¿Por qué, entonces, padres que no son docentes tienen derecho a participar de las decisiones de un instituto?

Ayudar a tu hijo a hacer los deberes no te convierte en profesor, y para entender el funcionamiento de un instituto no basta con pasarse el día de la recogida de notas o el de reunión del Consejo Escolar. Hay que trabajar allí, comprender el día a día, conocer a los alumnos y al resto de profesores.

Sin embargo, personas que nunca se han dedicado a la docencia, que no tienen conocimientos de didáctica de ninguna materia y que no saben cómo funciona un instituto (porque nunca han trabajado en uno) cuentan con el derecho a tumbar una decisión que el claustro de profesores haya tomado.

Por esa misma regla de tres, exijo mi derecho a participar de las decisiones del Consejo Ejecutivo del Reina Sofía, porque me quedó una cicatriz muy fea. Y es que el tema de los límites entre enseñanza y educación es muy escabroso, ya que es muy difícil enseñar a un joven sin introducir pequeñas dosis de educación.

Una cosa que muchos padres no entienden es que sus hijos se comportan de manera diferente en el instituto que en casa. La razón es bien sencilla: en clase se ven rodeados por su grupo de amigos, en el que desempeñan un papel y tienen un estatus que mantener; en casa, con los padres delante, es otro cantar.

Aunque insistimos en que esta premisa es válida para la mayoría de casos, no debemos olvidar el régimen tiránico al que muchos hijos someten a sus padres y que se ve también reflejado en las aulas.

En un instituto te encuentras con que muchos alumnos no saben que en las papeleras no se escupe; que no son, realmente, el sitio para depositar sus excreciones mucosalivosas, sino los envoltorios de plástico y papeles de plata de sus desayunos que pueblan el suelo de patios y pasillos.

Los hay, también, que no saben que los pies no se ponen encima de la mesa, no porque vayan a pisar los libros, que no los han sacado, sino porque es una falta de respeto y educación hacia los demás.

Otros, sin embargo, no saben que no se debe humillar, menospreciar o insultar a un compañero o a un profesor... En definitiva, podríamos decir que es prácticamente imposible deslindar la tarea docente de la inculcación de unas mínimas nociones de educación a los alumnos, de ahí que, como decimos, la frontera entre educación y enseñanza prácticamente no exista y que se produzcan injerencias entre la labor de los padres y de los profesores.

¿Pero esto justifica, realmente, el peso de los padres en el Consejo Escolar? No desde nuestro punto de vista. Deberían formar un colectivo con derecho a voz, pero sin voto, por las razones que hemos argumentado.

Partamos de la base de que un alumno debería venir educado desde casa. El que se tengan que suplir ciertas carencias educacionales no hace del instituto un lugar dedicado a la educación del personal, sino a su enseñanza aunque, como hemos visto, son conceptos muy difíciles de diferenciar.

PABLO POÓ
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