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La demagogia siempre se supera

Marché de vacaciones pensando que, durante el verano, la gente buscaría las respuestas precisas para salir de la crisis económica. Sé que soy un ingenuo pero realmente pensé que los españoles aprovecharían el periodo estival para leer y sacudirse de las cansinas soflamas demagógicas que no difieren en nada de los discursos de barra de bar.

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Quise pensar que, a la vuelta de mi descanso veraniego, los usuarios de redes sociales dejarían de publicar y/o compartir falacias contra la clase política, las instituciones democráticas o juicios sumarísimos contra los popularmente enjuiciados como culpables de la crisis.

También quise creer que la gente buscaría fundamentos económicos para salir de una crisis económica sistémica de la que sólo podremos salir de ella desde fundamentos económicos y no desde la persecución contra todo lo que huela a democracia.

De verdad, pensé que Toni Cantó aprendería de Economía y que Alberto Garzón, el joven diputado y economista de Izquierda Unida, dejaría de publicar discursos de 140 caracteres con más ánimo de incendiar que de proponer una alternativa real de la izquierda a esta crisis de conciencia, moral, ética y, sobre todo, de populistas 2.0.

A la vista de los resultados, me equivoqué en mis predicciones y en mi deseo de salir de la crisis por la vía del debate democrático. Al encender el ordenador, me sorprendí al ver a un Robin Hood que pide regenerar la democracia y da lecciones de cómo salir de la crisis “señalando a los culpables”.

Como si no supiéramos quiénes son los culpables y cuáles son las verdaderas intenciones de Sánchez Gordillo: que no olvidemos que prefirió que en Andalucía gobernara Javier Arenas o que permitió que Cayetano de Alba lavara su imagen pública a cambio de cinco minutos en televisión en la que el señorito se arrepentía de sus ataques contra la muy noble casta jornalera.

Equivocadamente, pensé que a la vuelta del verano no se utilizaría la extrema necesidad del pueblo para sacar réditos políticos manchados de indignidad y que la ciudadanía centraría el debate en desmentir con cifras la patraña de que de la crisis no son culpables los coches oficiales, los políticos, los parlamentos, los ayuntamientos, el pluralismo ideológico o las comunidades autónomas.

Creí que nunca escribiría este artículo porque la sociedad que habito transformaría la indignación en honestidad intelectual para plantear una salida a la crisis desde las ideas y no desde las tripas inquisitoriales. Erré en mi sospecha de que nadie atentaría nunca más contra la inteligencia colectiva.

Tanto me equivoqué que nunca supuse que un ladrón de guante blanco, como Mario Conde, podría ser el portavoz natural de la demagogia indigna e indignada que circula por las redes sociales y obligaría a UPyD a presentar un Expediente de Regulación de Empleo.

La demagogia siempre se supera a sí misma y los libros de Economía siguen esperando caer en manos de ciudadanos deseosos de cambiar el debate político de barra de bar por la dignidad intelectual de que ni todos políticos son culpables ni todos los ciudadanos somos inocentes de esta crisis económica a la que le sobran comentarios de 140 caracteres: incapaces de poner fin al sufrimiento social que ya conoce quiénes son los culpables pero desconoce quién tiene la solución.

RAÚL SOLÍS
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