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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Aprendiendo a mirar [Moi Palmero]. Mostrar todas las entradas
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martes, 22 de febrero de 2022

  • 22.2.22
Dos hundimientos han coincidido en nuestras vidas en los últimos días. El primero, una gran tragedia en las costas de Terranova, donde el Villa de Pitanxo se enfrentó a un temporal con el motor estropeado, por lo que el barco no pudo encarar las olas de proa y quedó a su merced.


Sus tripulantes se repartieron en cuatro botes salvavidas, pero la fortuna fue esquiva con la mayoría y solo tres sobrevivieron. A los demás, nueve fallecidos y doce desaparecidos, solo nos queda llorarles e intentar traerlos de vuelta a casa, pero no será fácil. Descansen en paz.

El segundo hundimiento, lejos de ser un accidente, es una negligencia de su capitán –o, mejor dicho, de su segundo de a bordo– que, queriendo amedrentar a su mejor –pero rebelde– oficial de cubierta, la ha empujado a un motín de consecuencias impredecibles.

Opinar sobre un barco que el mar está zarandeando es un poco atrevido, porque cualquier ola, por pequeña que sea, o cualquier decisión de la tripulación, lo pueden hacer volcar o estabilizar. Sería más fácil opinar a toro pasado, pero no hay que ser muy avispado para adelantar que se masca la tragedia y que, cuando vuelva la calma tras la tempestad, habrá un crespón sobre la bandera del patriótico charrán.

Días después de iniciado el temporal, Casado se la tuvo que envainar. Pensaba en la espada –siguiendo la metáfora–, pero si le preguntamos a Esperanza Aguirre, a Cayetana Álvarez de Toledo o a la propia Ayuso, a lo mejor opinan que esto no es cuestión de espadas, sino de otros atributos de los que los hombres han presumido a lo largo de la historia y que ya va siendo hora de desterrar de nuestra sociedad.

De cómo terminará esta “rebelión a bordo” todos lo tenemos claro. Habrá nueva capitana, porque Casado lleva dando tumbos desde que llegó, sin saber en quién puede confiar, dentro y fuera de su partido, para llegar a buen puerto.

Y da igual si Ayuso ha aprovechado su posición para beneficiar a su familia. En este país hemos perdonado a otros picaros y ladronzuelos porque nos caen graciosos, son contestatarios y, sobre todo, es lo más importante, pueden conseguir más votos que los demás.

Entre las amotinadas, para apaciguar el malentendido, quieren la cabeza de Teodoro García-Egea, al que señalan como responsable de todos los conflictos internos con el único objetivo de salvaguardar a su jefe. Y yo estoy de acuerdo con ellas.

En mi opinión, son este tipo de personajes los que hay que desterrar de la política porque, bajo sus cargos de asesores, de estadistas, de consultores, o como quieran llamarlos en cada partido, enmarañan la política jugando a intentar ser más listos que los demás y maquinando estrategias, trampas, zancadillas a sus rivales con los que poder chantajearlos, amedrentarlos, eliminarlos o contenerlos.

Políticos que actúan en la sombra, que susurran a sus señores, que desaparecen entre bambalinas, herederos de los pensamientos de Maquiavelo, Richelieu o Napoleón para los que el fin siempre justificaba los medios. Si hay que espiar, se espía; si hay que señalar de corrupción a tu propia compañera, se señala; si hay que mentir a los votantes, se miente; si hay que sacrificar a quien manejó las cajas B, se sacrifica; si hay que pactar con la ultraderecha, se hace; si hay que poner en marcha la maquinaria de las cloacas del Estado, se pone. Pero lo importante es mantenerse en el poder, sobrevivir a las tormentas, estar posicionados para cuando llegue la oportunidad.

Políticos valorados en los partidos porque, entre la confusión, entre las muchas opciones para actuar, siempre ofrecen un camino, una idea, una solución que los demás no encuentran, porque son capaces de olvidarse de las leyes, de la ética, de la decencia, del juego limpio. Políticos aplaudidos mientras aciertan y las cosas van bien, pero que son los primeros en caer cuando las cosas se tuercen, como le pasó a Iván Redondo en el PSOE o como le va a pasar a Teodoro García-Egea.

Esta vez, su error –como siempre suele pasar– ha sido el de infravalorar a su adversario, el de pensar que Ayuso agacharía la cabeza, que daría un paso hacia un lado, avergonzada por el fraudulento contrato. Lo que no esperaba es que la presidenta de Madrid hiciese como Bárbara Rey en su momento, cuando reconoció haber grabado al Rey para chantajearlo antes de anunciar que la querían matar.

El resultado es el mismo: los poderosos deciden cuidar a las que iban a ser sus víctimas, porque si les pasase algo, todos le señalarían. Pero Casado no es el Rey y su cabeza está a punto de rodar, aunque primero sacrificará a su amigo Teodoro, a ver si consigue salvar la nave y mantenerse en la poltrona.

MOI PALMERO

martes, 15 de febrero de 2022

  • 15.2.22
A Paca le quemaron el buzón, la amenazaron de muerte, le rayaron el coche y la insultaron con toda clase de improperios: los clásicos y los inventados. Al final, se marchó de su pueblo, El Gordo, porque era un suplicio y llegó a temer por su vida.


Ese fue su castigo por defender el medio ambiente con las leyes existentes ante los promotores y los políticos de la Junta de Extremadura que autorizaron la construcción de un complejo urbanístico en la Isla de Valdecañas y que, tras 15 años de un proceso judicial que aún no ha terminado, el Tribunal Supremo ha ordenado demoler por completo –no parcialmente, como dictó el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura en 2020, en una sentencia que Ecologistas en Acción recurrió y en la que han vuelto a darle la razón–.

Ahora viene la hipocresía al hacer referencia al coste del derribo y el perjuicio a la economía local de los pueblos afectados. La demolición costará unos 33 millones de euros a los extremeños, más las indemnizaciones pertinentes –sobre unos 110 millones– a los promotores y propietarios que compraron un chalet de lujo en un Espacio Protegido y no urbanizable, declarado Zona de Especial Protección para las Aves e incluido en la RED Natura 2000.

Dineral que se hubiesen ahorrado si cuando los malvados, insensatos y amargados ecologistas (así los han llamado estos días en algunos medios) avisaron, al comenzar el proyecto, de que estaban cometiendo un delito ambiental. Su respuesta fue la soberbia y el cambio de uso del suelo aprobado por los dos partidos mayoritarios en ese momento, PP y PSOE, en la Junta de Extremadura.

En vez de cumplir las leyes europeas, intentaron modificar las locales a su antojo para sortear el escollo que se les presentaba y salvar un proyecto que se anunció con una cena a todos los vecinos para que lo apoyasen.

Lo peor de este caso, que recuerda al indestructible Algarrobico de Carboneras, es que quienes se saltaron la ley no van a ser castigados. El presidente Fernández Vara, que en 2007 comenzó el proyecto, no será inhabilitado por no haber sabido interpretar las leyes o por haberlas malinterpretado, o por haberlas ignorado.

Que los ecologistas sepan de leyes más que nuestros políticos es algo que nos debería dar que pensar y preocupar. Pero eso da igual, porque primero hacemos, disparamos, destruimos y, luego, si alguien denuncia, aguanta las presiones, los chantajes y las amenazas, pues ya veremos cómo lo solucionamos.

No solo hay que derribar de inmediato las construcciones ilegales, sino que hay que pedir responsabilidades a quien firma los proyectos, sabiendo que van en contra de la ley. Y si no lo sabían, solo es consecuencia de su incompetencia y negligencia.

En Andalucía hemos asistido en los últimos días a las declaraciones del presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, que ha anunciado que va a legalizar 1.400 hectáreas de cultivos que están secando los acuíferos de uno de los Parques Nacionales más importantes de toda Europa.

Y lo hace a pesar de las discrepancias de los agricultores legales y de las advertencias del Ministerio de Transición Ecológica y de la Comunidad Europea, que alertan de que lo que está haciendo no va a ser aprobado de ninguna de las maneras porque es ilegal y porque sería sentenciar el Parque Nacional de Doñana.

¿No habría que castigar al señor Moreno Bonilla por ir pasado de “revoluciones verdes” antes de cometer un ecocidio? A él, y a todos los socialistas que se han abstenido por miedo a perder votos locales. A todos los que se saltan la ley, sabiendo que lo están haciendo, habría que inhabilitarlos.

Y, en Almería, también tenemos el hotel de Genoveses en el Parque Nacional de Cabo de Gata, que tiene enfrentados a la Junta de Andalucía –que ha autorizado su construcción– y al Ayuntamiento de Níjar –que considera que no debe dar la licencia oportuna para empezar las obras, pero que, al final, su alcaldesa le reconoce a los ecologistas que tendrá que hacerlo porque no puede arriesgarse a que los jueces le den la razón a la Junta y haya que indemnizar a los propietarios–.

¿No sería más inteligente, más práctico y más barato que la justicia se pronunciase antes de dar las licencias, de empezar las obras, de saltarse las leyes, de destruir el medio ambiente? Ganaríamos en credibilidad y en seguridad.

Pero no, hay que esperar a que todo esté hecho y a que una valiente como Paca no sucumba a las presiones de codiciosos constructores y políticos (¿Incapaces? ¿Corruptos? ¿Negligentes?) que consideran que por ostentar el poder pueden hacer lo que les dé la gana.

Gracias a todas las Pacas y Pacos por no rendiros, por hacer cumplir las leyes, por defender vuestros pueblos, por dejar en evidencia a Goliat.

MOI PALMERO

martes, 8 de febrero de 2022

  • 8.2.22
Al ritmo de la Bella Ciao se desarrollaron este domingo más de 40 manifestaciones por todo el territorio nacional, con apoyos en el resto de Europa, convocadas por la Plataforma “No a la caza” para pedir la abolición de lo que muchos llaman "actividad deportiva", "herramienta de conservación de la naturaleza" o "derecho reconocido por la ley". Esta movilización se realiza desde 2010 y, en doce años, ha ido ganando apoyos de centenares de protectoras, grupos animalistas y asociaciones ecologistas


Eligen el mes de febrero porque es cuando termina la temporada de caza con galgo, una modalidad que en Europa solo se practica en España desde que Reino Unido la aboliese en 2004, y que cada año nos deja cifras vergonzantes e innumerables fotos de animales abandonados y sacrificados porque se consideran “inservibles”, ya que según el Club Nacional del Galgo Español, la edad óptima del animal es de menos de tres años.

A partir de ese momento, otros muchos son exterminados al nacer, se deshacen de ellos y, si no son ahorcados, ahogados o quemados vivos, son las protectoras las que se hacen cargo de su recuperación, siempre de forma desinteresada y altruista.

Este último detalle para mí es fundamental, porque es lo que le da credibilidad a las cifras que manejan y que son discutidas por los cazadores, el Seprona y las propias Administraciones como "disparatadas" y "exageradas".

Cuando alguien emplea su tiempo, su dinero y parte de su vida a cuidar los más de 128.000 perros abandonados al año provenientes de la caza, solo por garantizar el bienestar animal, me merece el mayor de los respetos.

Todo lo demás es hipocresía, negocio e interés, ya que la caza mueve 6.500 millones de euros a través de las casi 750.000 licencias (solo nos supera Francia) y la industria generada a su alrededor para que un puñado de españoles se divierta matando y pegando tiros un fin de semana.

Valga como ejemplo la montería que hace unos días saltó a los medios de comunicación, en la que 70 cazadores mataron 447 animales, entre ciervos y jabalís, que expusieron en el suelo orgullosos para demostrar su valentía, su bravura, su buen hacer. Esos individuos con todas sus licencias en regla y las leyes de su parte, ¿hacían deporte? ¿Turismo? ¿Estaban garantizando la recuperación de la España vaciada? ¿Era una expedición científica para controlar las poblaciones y salvar los ecosistemas de Villaviciosa de Córdoba?

No lo creo, porque entonces no pagarían unos tres mil euros para poder llegar a casa y presumir de haberse cobrado (así lo llaman) seis o siete vidas por cabeza que no tenían posibilidad de escaparse porque las vallas cinegéticas se lo impedían.

Animales criados y encerrados para que, quien se lo pueda permitir, los acribille a balazos. ¿Es eso cultura? ¿Tradición? ¿Supervivencia? No, es simplemente un negocio del que se podría prescindir, porque ni los solo 200.000 empleos, ni todo el dinero que genera son excusa suficiente para justificar la violencia, la muerte y la sinrazón en la que se basan.

Y es normal que los aficionados a matar crean, y defiendan, que lo que hacen por el bien común, por el bien de los ecosistemas, porque en los cursos que los habilitan para obtener la licencia se lo cuenta la misma Consejería, si hablamos de Andalucía, que protege y cuida los Espacios Protegidos, las especies que están en peligro de extinción, y el Parlamento que les permite enseñar estas barbaridades en los centros educativos.

En apenas unas horas, con un manual de 31 páginas y tras un pequeño examen teórico y práctico, ya estás listo para saber identificar y disparar a las especies que, veloces, se cruzan en tu camino. Y todo eso con la adrenalina por las nubes, con el deseo acumulado de toda la semana limpiando tu escopeta y la necesidad de demostrar tus habilidades ante los tuyos.

Eso sí, paga. Y no te preocupes si eres menor de edad: aunque no puedas votar, ni conducir, te vamos a cobrar menos si algún adulto te lleva a disparar. Y si tienes más de 65 años, lo mismo ya no puedes conducir, pero te regalamos la licencia.

Nunca nos pondremos de acuerdo: las cifras, los datos, se interpretarán según el interés. Las manifestaciones en contra y a favor de la caza, de la Ley de Bienestar Animal, se llevarán a cabo en nuestras ciudades, y la crispación, las acusaciones cruzadas y la tensión seguirán creciendo mientras nuestras Administraciones sigan subvencionando y cediendo a la presión del pequeño pero rentable lobby de la caza. Son un porcentaje minoritario, pero hacen mucho ruido, generan mucho dinero, y van armados. Vuela, Milana bonita, vuela.

MOI PALMERO

martes, 1 de febrero de 2022

  • 1.2.22
Cada 2 de febrero se celebra el Día Mundial de los Humedales para conmemorar la firma del Convenio Ramsar que se llevó a cabo ese mismo día de 1971. Este año, el lema escogido es “valorar, gestionar, restaurar, amar”. Cuatro verbos para invitarnos a pasar a la acción, para recordarnos que el tiempo sigue corriendo en su contra, que parece que nada hayamos aprendido en los últimos siglos.


Los humedales son los ecosistemas con mayor biodiversidad del planeta y, sin embargo, se estima que, en los últimos dos siglos, el 80 por ciento de los humedales ibéricos ha desaparecido por considerarse foco de infección y plagas, así como por la presión agrícola y urbanística. Formas de actuar que podríamos pensar son de otra época pero que, dándonos una vuelta por los humedales de Almería, nos damos cuenta de que es la dura realidad a la que nos enfrentamos en la actualidad.

Un paseo por los nada protegidos –solo incluidos en el testimonial Inventario de Humedales Andaluces (que es un primer paso, un gran logro)– Salar de los Canos de Vera, la Ribera de la Algaida de Roquetas de Mar, la Cañada de las Norias en El Ejido, o la Rambla Morales de Cabo de Gata, nos mostraría el estado de abandono, desolación y vergüenza en el que anidan o frecuentan especies en peligro de extinción como la malvasía, la cerceta pardilla o la garcilla cangrejera, en las que nos gastamos algunos millones de euros procedentes de fondos europeos para protegerlas, mientras en los despachos se planean modernas urbanizaciones que bautizaremos con el nombre de esas aves y espacios emblemáticos que queremos destruir.

Pero los hiperprotegidos sobre el papel, como las Albuferas de Adra, los humedales de Punta Entinas Sabinar, o las Salinas de Cabo de Gata no se encuentran en mejores condiciones. Es cierto que las numerosas y merecidísimas medallas que lucen impiden determinados planteamientos sobre ellos, pero la falta de interés por hacer cumplir las leyes, la carencia de unos planes de gestión adecuados, la confusión de competencias, la propiedad privada de gran parte de los terrenos, la falta de depuración de las aguas, la eutrofización por vertidos agrícolas, la sobreexplotación de los acuíferos o la falta de una vigilancia continua, los convierten también en territorios abandonados a su suerte. Si ya es triste no tener protegidos todos los humedales en la provincia, es más triste y humillante que no se haga cumplir la normativa que garantiza su conservación.

Luego hay otros muchos humedales que no aparecen en ninguna lista, que son invisibles a la normativa ambiental, pero que albergan una biodiversidad nada envidiable y son fundamentales para la supervivencia de muchas especies de fauna y flora. Pienso en los charcones de Sotomontes, los de la cañada de Onáyar y la de Ugijar, todos en El Ejido; o esos encharcamientos temporales que permiten el sustento de las aves migratorias que nos visitan cada año desde tiempos inmemoriales.

Es cierto que la conciencia ambiental ha cambiado mucho, que la ciudadanía empieza a valorar estos ecosistemas, que incluso algunos ayuntamientos ya no viven de espaldas a ellos y los ven como nuevas oportunidades para el turismo, para la educación, para recordar con orgullo la historia del municipio. Pero queda mucho por hacer desde la ciencia, la gestión, la política, la divulgación, la concienciación para hacernos entender que los humedales son mucho más de lo que se ve en superficie, que hay una serie de servicios ecosistémicos por los que deberíamos garantizar su conservación.

Si tuviésemos que cuantificar con un precio lo que hacen por nosotros sería inasumible para nuestra economía porque, entre otras cosas, nos ayudan a controlar las inundaciones, a recargar los acuíferos, a regular la temperatura, a estabilizar las costas y protegernos contra las tormentas, a retener y exportar sedimentos y nutrientes, a depurar las aguas y a mitigar las consecuencias del Cambio Climático.

Son reservas de biodiversidad, generan una gran cantidad productos y nos ayudan a recordar valores culturales y etnográficos, además de ser unos espacios idóneos para el turismo, para el disfrute personal y para la mejora de nuestra salud.

Tenemos que hacer una apuesta de futuro por ellos y, para ello, se requiere de un esfuerzo colectivo entre la ciencia, la planificación y protección del territorio y la concienciación ciudadana. Compatibilizar la conservación de los valores naturales de los humedales con el uso y aprovechamiento económico y sostenible de los mismos es uno de los grandes retos de los próximos años. ¿Estaremos a la altura? Mirando a Doñana, a las Tablas de Daimiel o al Mar Menor, me temo que no. Pero habrá que ser positivos.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO

martes, 25 de enero de 2022

  • 25.1.22
A uno le hacen preguntas que le da vergüenza contestar porque sabe que sus palabras se alejan de su ejemplo. Por eso, cuando me preguntaron qué era para mí la Paz me tuve que imaginar como un pastor que, con su ganado, descansa a la sombra de un acebuche centenario, que crece junto a un aljibe en ruinas, en una tierra semiárida, cubierta en la actualidad de invernaderos. Solo así me atreví a contar mi experiencia, lo aprendido, y ahora la repito para conmemorar el Día de la Educación Ambiental y el Día de la Paz, que se celebran esta misma semana.


Pongo "Paz" en mayúscula porque la considero esencial y llevamos buscándola miles de años, tantos, que muchos piensan que no existe, que es solo un espejismo, un sueño, una ilusión; que siempre habrá guerras en el mundo porque todos queremos tener lo que tienen nuestros vecinos, porque nunca nos conformamos con lo que tenemos.

La Paz no existe más allá de ti. No pierdas el tiempo ni buscándola muy lejos, ni defendiéndola. Tú eres la Paz, tú la llevas, tú la haces, tú la transmites. Todos aquellos que provocaron guerras, conflictos, sacrificios en nombre de la Paz, aquellos que se la prometieron a los que les siguiesen, no la conocían. Ambicionaban poder, riqueza, reconocimiento de sus semejantes y nada de eso la proporciona. El sufrimiento radica en el deseo.

Si todos estuviésemos en Paz con nosotros mismos, el mundo sería diferente. Compartiríamos, debatiríamos, escucharíamos, ofreceríamos, disfrutaríamos de lo que nos rodea y nos ayudaríamos en las desgracias que la naturaleza nos depara. La naturaleza nada tiene contra nosotros, pero el azar la hace cambiar. Si nos adaptamos a sus cambios, si no pretendemos dominarla, será más fácil hallar la Paz, porque si en algún sitio podemos encontrarla, más allá de nosotros mismos, es en la naturaleza.

Por eso, siempre que se representa, cuando pensamos en ella, se nos aparece un elemento natural, casi siempre en forma de acebuche, el olivo silvestre. Cierto es que también la paloma, pero porque en su pico lleva una ramita de olivo.

En el acebuche están todas las respuestas sobre la Paz. Lo que nos enseña es que para recoger sus frutos hay que plantarla, cuidarla, mimarla y, si lo haces, te ofrecerá sus virtudes. La Paz no es algo que surja por azar, por muchas palabras bonitas, por muchas buenas intenciones. Si no germina lentamente, si no se riega, se abona y se le van podando las ramas que puedan partirla, no te dará ni su sombra, ni su calor en las noches de invierno, ni el aceite que te alimenta, ni la madera para elaborar el bastón que te sustentará en la vejez.

Todos nacemos con esa semilla, pero la olvidamos pensando que otras nos darán mejores frutos. Preferimos perder nuestro tiempo cuidando el deseo, la envidia, la avaricia que dan frutos más apetecibles, más sabrosos, pero se sustentan en un tronco sin raíces, tan frágil que una simple brisa lo puede hacer caer.

Por eso vuelvo al acebuche, porque bajo su sombra encuentro la Paz, porque mis ovejas se alimentan de sus frutos y, en agradecimiento, lo abonan; porque sus ramas me ofrecen la madera para hacer las varas con las que poder caminar por estas duras tierras, porque me ofrece el aceite para encender el candil, para enriquecer mis comidas, para hacerme más fuerte.

Para agradecérselo le voy cortando algunas ramas que planto en otros lugares, para que todos lo puedan disfrutar, para que nunca se pierda en el tiempo. Aunque sé que no todos tendrán la misma suerte que este, que tiene alguien que lo cuida, que vive cerca del aljibe del que bebe cuando lo necesita.

A veces pienso que los aljibes también son símbolos de Paz porque fueron creados para guardar el agua que nos da la vida. Sin ella, nada seriamos. Todos nacemos del agua, somos agua, y cuando morimos en ella, nos convertimos. Nadie en el planeta puede sobrevivir sin ella, por eso las fuentes, las acequias y los aljibes deberían ser los monumentos que mejor protegiésemos. No las iglesias, ni los castillos, ni las torres vigías que se construyeron para crear conflictos, para defenderse de los que no piensan como tú, para acumular riquezas y provocar dolor.

No me hagas mucho caso, esa es solo mi idea de la Paz, lo que aprendí a lo largo de mi vida, lo que necesito para vivir tranquilo. Pero debo estar equivocado porque pocos acebuches quedan por aquí y los aljibes están abandonados, olvidados, después de todo lo que nos dieron. Mientras alguien los cuide y no deje que se pierdan, nos recordarán quiénes fuimos y de dónde viene todo lo que tenemos. Espero que, algún día, mis palabras sean mi ejemplo.

MOI PALMERO

martes, 18 de enero de 2022

  • 18.1.22
Si un político anunciase que va a favorecer la destrucción de empleo, la despoblación rural y la humillación sistemática de la ciudadanía para aumentar las ganancias de algunos amigos notables a través de la usura, el robo o por el arte de birlibirloque, nadie le votaría. Por eso es mejor no decirlo. Se permite, se mira para otro lado y se va aplicando la vaselina que haga falta en forma de palabras, de donaciones o de campañas publicitarias con las que, con hipocresía, prometen que harán realidad nuestros sueños.


En estos días de atrás, mientras añadíamos el ladrillo de la carne al muro que divide las dos Españas, tres noticias saltaban a los medios nacionales para demostrarnos que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace; que hay sectores intocables y que somos simples números para un sistema cada vez menos humanizado.

Un hombre de 78 años, cansado de ser ninguneado, humillado y ofendido ha recogido 100.000 firmas a través de la campaña Soy mayor, no idiota para que los bancos atiendan presencialmente a las personas que, por edad, no saben manejarse con las nuevas tecnologías, y que cada vez que se presentan en una oficina para sacar su dinero o comprobar su pensión, les recuerdan que el mundo ya no es suyo, que su tiempo ya pasó, que se pongan en manos de sus nietos y de sus móviles.

Por otro lado, en un pueblo de Guadalajara, Tamajón, se ha roto el cajero automático y el banco ha dicho que ya no es rentable arreglarlo. El alcalde, sabiendo de la importancia de este servicio para sus vecinos, ofrece pagar los 15.000 euros de la reparación, y la respuesta que recibe es que no merece la pena, que se busquen la vida para recorrer los 20 kilómetros que los separan del cajero más cercano.

Para solucionar problemas como esos, en Salamanca han encontrado una solución original, el Bibliobús, que además de llevar las novedades literarias, también hará el servicio de cajero para que sus vecinos puedan comprar el pan, tomarse un café en el bar o darle unos euros al nieto que vaya a verlo el fin de semana.

Un servicio sobre el que los políticos presumen de que no les supondrá mucho coste a sus presupuestos, pero que olvidan decir que deberían pagar los bancos, que son los que nos cobran hasta por respirar, después de haberlos rescatado de la catástrofe.

Lo que le estamos permitiendo a los bancos es el mejor ejemplo de vasallaje, de genuflexión de nuestros dirigentes y de patente de corso que se le ha otorgado a unos miserables que ya no abordan los barcos de otros países, sino que roban directamente a sus propios conciudadanos.

Durante la pandemia se les calcula una ganancia de 14.600 millones de euros, un 40 por ciento más que antes de la crisis sanitaria. Beneficios a costa de los 7.000 empleados que han echado a la calle, de las sucursales cerradas, de la creación de aplicaciones para que no vayamos a molestarlos, para que lo hagamos todo desde casa, corriendo nosotros con los gastos.

Y, además de lo que se ahorran, lo más humillante es que tenemos que pagar comisiones por hacer su trabajo y asumiendo los posibles errores, aunque luego Europa los castigue y los llame "usureros", como pasó con las clausulas suelo y los “papeleos” de las hipotecas que tan generosamente ofrecían y con las que, si no podías pagar, te desahuciaban sin miramientos.

Si no sabes o no puedes hacerlo por ti mismo desde casa, como castigo te hacen sufrir colas en la calle, tengas la edad que tengas, haga frío o calor. Y cuando consigues pasar las barreras de su fortaleza, te hacen perder el tiempo, sentirte idiota poniendo un tono paternalista y moralista para explicarte que los tiempos han cambiado y que hay que adaptarse sí o sí, porque no tienes elección: tu Gobierno te obliga a dejarte robar.

Es cierto que puedes elegir quién te roba, pero hay que pasar por el aro: no puedes salirte del sistema bancario. Puedes elegir si comes carne o no, si quieres vivir conectado a internet. Incluso, a regañadientes, están posibilitando que seas autosuficiente energéticamente. Pero lo de los bancos no se toca.

Su discurso es que los ciudadanos somos muy malos, que nos gusta tener dinero negro, que escondemos debajo del colchón nuestros ahorros para no pagar impuestos. Y para que eso no ocurra, el futuro pasa por contabilizar todo lo que tienes, y así, además, sabremos cuántas veces vas a tomarte unas cervezas con los amigos para seguir informando a las multinacionales y que te manden publicidad. Es mejor —deben pensar los políticos— que roben los amigos de forma controlada, porque los ladrones de guante blanco, al menos, tienen clase. Y algo les llega para sus cosillas.

MOI PALMERO

martes, 11 de enero de 2022

  • 11.1.22
Son muchos los debates generados tras las acertadas declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre el excesivo peso de la carne en la dieta, su calidad y las consecuencias que tienen para nuestra salud y la del planeta.


No entro a comentar sus argumentos, porque todos sabemos, sin necesidad de ningunos estudios científicos, que ha dicho verdades como puños. Y ese ha sido el problema. Los golpes directos, contundentes, han hecho mucho daño a una de las grandes industrias de nuestro país y, sobre todo, han puesto en duda el modelo económico por el que nos regimos, en el que prima, por encima de la salud individual y la salud global del planeta, el consumismo.

La crisis sanitaria ha sido el claro ejemplo de ello. Solo se veló por nuestra salud durante los primeros tres meses de incertidumbre, de miedo generalizado, de desconcierto total. Una vez analizadas las consecuencias económicas, hechos los cálculos de las posibles bajas y con la excusa de que la vacuna minimiza los riesgos, se nos empuja a que sigamos en la misma senda de autodestrucción en la que llevamos inmersos desde que se instauró el capitalismo.

Consume hasta morir, aunque destroces tu cuerpo, aunque la pérdida de biodiversidad y de los ecosistemas sea dramática, aunque las desigualdades sociales crezcan. Consume para que el dinero no se pare, para que el capital se siga multiplicando, para que podamos seguir enriqueciendo a unos pocos a costa de lo que sea.

Hazlo: serás más feliz, vivirás mejor y todos te respetarán. No mires a tu alrededor, acumula, no pienses, entierra tu conciencia, confía en nosotros, no pierdas el paso. Porque otro lo hará y te robará la felicidad, la posición, el ego. No seas: posee, consume.

A Garzón se le achaca que ahora que puede legislar no debería hablar como si estuviese en la oposición, como un activista. Que debe dedicar su tiempo a solucionar problemas y a hablar menos. Ojalá todos los políticos lo hiciesen; ojalá solo los viésemos hablando de lo logrado y no de promesas; ojalá pudiésemos confiar en sus palabras, en su ejemplo, en sus ideas. Pero, por desgracia, no es así.

Por mucha tergiversación y manipulación a las que haga referencia, Garzón sabe de lo que habla, porque por muchas lacras que tenga nuestro sistema educativo, es licenciado en Economía y tiene un Máster en Economía y Desarrollo Internacional.

También sabía que sus palabras serían comentadas por todos; incluso que sus compañeros de Gobierno lo dejarían con el culo al aire y que muchos afilarían los cuchillos con los que pedir su cabeza. Pero, sin embargo, ha dicho lo que siente, lo que piensa y lo que cree que es mejor para todos.

Porque también sabe que la única posibilidad de solucionar todos los problemas de nuestra sociedad, los individuales y los colectivos, pasan por repensar la economía, por cambiar de modelo económico, por inculcarnos un consumo responsable y sostenible. Y para conseguir eso hay que empezar a hablar de ello, hacer pensar al gran público y a sus compañeros de viaje.

Por desgracia, también sabe que tanto su figura, como el Ministerio de Consumo, no son valorados y que son fruto, una concesión, un premio, de los pactos que hizo, primero con Pablo Iglesias por unirse a Podemos y, luego, con el presidente Sánchez, para mantenerse en el Gobierno. Sabe de su debilidad, de la poca capacidad de acción que tiene para cambiar desde la base el modelo, y de que el bien común está por debajo del interés económico.

Ese Ministerio, para muchos de chichinabo, debería ser uno de los fundamentales, ya que nos puede proteger de los continuos robos de los bancos, de los abusos de las eléctricas y porque, cambiando la manera de consumir, siendo conscientes de que cada concesión que hacemos, cada cosa que compramos o no reparamos, o cambiamos por estar a la moda, tiene unas consecuencias impredecibles para el planeta. Tenemos un gran poder en nuestras manos, pero solo lo empleamos –así nos han adoctrinado– para nuestro beneficio personal. Somos la mariposa y, con nuestras alas, podríamos provocar el caos, el cambio.

Espero que Garzón no sucumba al desaliento, a la frustración, a la impotencia, a esta política rendida al capital y que no mira el bien común, ni un futuro más humano, más respetuoso con el entorno, más igualitario. Espero que se mantenga firme, defendiendo sus ideas de que otra economía es posible, de que los cambios son duros, pero necesarios. Espero que, como le ocurrió a Galileo tras su famoso “y sin embargo, se mueve” (lo dijese o no), el tiempo y la ciencia le den la razón y no lleguemos tarde para cambiar de rumbo.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

martes, 4 de enero de 2022

  • 4.1.22
El fuego regenerativo de la Primavera Chilena empieza a ofrecer sus primeros brotes. Ahora hay que hacer crecer la cosecha. No será fácil, porque las urgencias, las necesidades, la visión sobre la Madre Tierra de los pueblos originarios, de los desarrapados, de los pobres, de los olvidados, no son las mismas que las de los Chicago Boys, educados en los EE.UU para multiplicar los beneficios a costa de lo que sea, sin importarle el futuro, sin ver más allá de lo que se ve desde sus mansiones, de sus balances económicos.


En 2019 los jóvenes chilenos despertaron su país para despertar al mundo. Lo pusieron patas arriba y reivindicaron una nueva Constitución que les devolviese el agua privatizada, que les garantizase una sanidad y educación públicas, que las pensiones se alejasen del esquema privado de capitalización individual aprobado por el dictador Augusto Pinochet, que abrió la puerta al neoliberalismo al permitir, a los pupilos adoctrinados de Friedman, instaurar el Ladrillo, una política económica que lo dejaba todo en manos de los mercados, y que sus defensores llamaron El Milagro de Chile.

Cuarenta años después esas políticas han dejado un país y un planeta infectado del mismo mal, empobrecido, dividido, desigual, esquilmado por multinacionales. Con la victoria de Boric sí podemos decir que Chile ha resurgido de sus cenizas o, por lo menos, confiamos en que lo haga.

No será sencillo, porque esas elites que se han llenado los bolsillos, que se han vendido a las empresas extranjeras, que se han olvidado de la realidad social, no lo van a poner fácil. El capital nunca se ha caracterizado por escuchar a la mayoría, por muy democrática que sea, y para seguir multiplicándose, objetivo prioritario, debe ejercer y ostentar el poder, infundir el miedo y nunca, pase lo que pase, dividir las riquezas, las ganancias, el botín.

El nuevo presidente se enfrenta al más difícil todavía, porque si llegar al poder parecía un imposible, conseguir llevar a cabo su programa electoral se presenta como una odisea digna del propio Homero. Para hacer posible lo imposible, para asaltar los cielos, ha contado con el pueblo que comprendió, y cantó hasta desgañitarse, que unido jamás será vencido. Ahora hay que demostrarlo y tener paciencia, porque para construir Utopía, hay que hacerlo con el consenso de todos, y los resentidos, a pesar de sus bonitas palabras, se negarán a remar.

A pesar de que la izquierda ha ganado con una holgada mayoría, once puntos de diferencia, más de lo que la derecha se esperaba, el parlamento chileno va a estar muy dividido. Apruebo Dignidad, la coalición de izquierdas que gobernará a partir de marzo, no solo tendrá que intentar pactar, consensuar, debatir y llegar acuerdos con la oposición, algo que se plantea complicado, sino que también deberá encontrar la fórmula para contentar y contener a grupos ideológicos tan dispares que conforman la coalición como la extrema izquierda, el comunismo, la socialdemocracia o el centro izquierda, entre los muchos que han terminado apoyándolos.

La presión sobre el jovencísimo Boric, al que muchos consideran un presidente de transición, va a ser tremenda. Será un asedio por todos los flancos: unos apremiándolo para que los cambios prometidos lleguen cuanto antes; otros ralentizando los procesos para dividir la coalición.

Boric, que el tiempo dirá si se convierte en un héroe, un mártir o un villano, ya ha demostrado que tiene mano izquierda –nunca mejor dicho–, porque entre la primera vuelta de los comicios y la segunda ha pasado de un discurso más radical a uno más moderado. Para mí, eso es inteligencia política, porque desde el enfrentamiento, desde los extremos, no se pueden conseguir consensos. Se puede gobernar, se puede legislar, pero sus logros durarán lo que tarden en perder el poder, en ser sustituidos por la oposición.

Para otros, la moderación de Boric es una traición a sus ideas, un pasito para atrás que deja entrever a otro político que será derrotado, fagocitado, por ese sistema que, para acabar con las protestas ciudadanas, prometió un plebiscito para modificar la Constitución, pensando que todo quedaría en agua de borrajas, que el impulso de la mayoría lo apagaría el tiempo, la rutina, o una pandemia mundial.

Lo bueno de Chile es que han conseguido mantener las ascuas, y no solo van a conseguir cambiar la Constitución, sino que han conseguido sacar de La Moneda a los herederos del asesino. Ojalá esta victoria de Boric no sea parcial, efímera, sino que sea el comienzo del cambio que se merece Chile, que nos merecemos todos. Gracias, Chile, por regalarnos esperanza, por gritar con voz de gigante. ¡Adelante!

MOI PALMERO

martes, 21 de diciembre de 2021

  • 21.12.21
Desde que abandonamos el nomadismo, desde que apareció la agricultura y nos asentamos en un territorio, nos hemos dedicado a parcelar el planeta, a levantar fronteras. Vivimos rodeadas de ellas: unas físicas, palpables; otras imaginarias, intangibles, ideológicas. Todas, un invento de nuestra especie para limitarnos, recluirnos, adormecernos, alienarnos.


Debían garantizar nuestra tranquilidad, la paz, el sustento, la supervivencia, la seguridad. Sin embargo, por su culpa, hemos justificado la violencia, la guerra, el robo, las masacres, la humillación, el sometimiento, el hambre, la pobreza, las desigualdades sociales. E invertimos una parte importante de nuestro esfuerzo, tiempo y presupuesto, tanto a nivel individual como colectivo, en mantenerlas, defenderlas y ampliarlas.

En esta última semana han coincidido dos acontecimientos que parecen no estar relacionados, pero para mí son el reflejo de la involución de nuestra especie, porque esto de crear fronteras nos está llevando al desastre, a la extinción –que, según un reciente artículo publicado por Henry Gee, paleontólogo y biólogo evolutivo, podría ser a finales de este siglo–, por culpa de los cambios que se están produciendo en nuestro hábitat y porque no disponemos, como especie, de herramientas genéticas para hacerle frente. “El Homo Sapiens podría ser una especie muerta que camina”, asegura el experto.

Los acontecimientos son dos. Uno simbólico, educativo y necesario: el Día Internacional del Migrante; y otro real y clarificador: la aprobación definitiva de los Presupuestos Generales del Estado para el 2022, año en el que destinaremos aproximadamente 10.000 millones de euros a Defensa, un 7,9 por ciento más que en 2021, y alrededor de 5.000 millones a Educación, solo un 2,6 por ciento más que el año anterior. O, dicho de otro modo: seguimos gastando más en crear y proteger fronteras que en destruirlas.

Está demostrado que por muchas concertinas que pongamos, por muchos muros que levantemos, por muchos militares que las defiendan, sirven de poco ante la necesidad, el terror, la falta de alimento, de futuro. No hay ni mar, ni desierto, ni montaña, que te hagan perder la esperanza cuando la muerte te acecha en cada plato vacío, o aguarda paciente junto a ti esperando la lluvia que no llegará para regar tus campos, o te persigue en cualquier calle por no llevar el velo, por no rezarle al mismo dios, por no compartir las mismas ideas, por ser una mujer o por el color de tu piel.

Cuando decides saltar al vacío, jugarte la vida, subiéndote a una patera con tu bebé en brazos, o escondiéndote en los bajos de un camión, o cruzando el desierto de Sonora, es porque le has perdido el miedo a la muerte; porque la vida que te tocó por azar es un infierno insufrible, un castigo que solo genera dolor, una tortura infinita. Cualquier cosa que te encuentres será mejor, porque no hay nada que perder y mucho –una vida digna– que ganar.

Luchar contra el instinto de supervivencia es algo que nos desgasta, que nos crea conflictos, que nos hace perder. Las migraciones siempre han existido, son algo natural, porque el alimento, los recursos no son inagotables, porque el clima es cambiante. Aceptar que todos somos migrantes es aceptar la realidad, que las condiciones, las políticas y las ambientales que nos tocaron vivir pueden cambiar de la noche a la mañana. Que nada es inmutable.

Vivimos en nuestro pequeño rincón del mundo, rodeándonos de líneas divisorias, imaginarias, hasta que un día todo cambia, hasta que tu pozo se seca, un loco llega al poder, o un virus colapsa el mundo. O hasta que descubres la fragilidad del mundo que hemos creado en la mirada desesperada de una niña, en la angustia de unos padres, en la desesperación por subir a un avión que te salvará la vida, en la sangre derramada junto a la frontera, en las pisadas en la arena del desierto, en los cuerpos que el mar nos devuelve cada día.

Por eso nuestras inversiones, las apuestas, los esfuerzos, debemos dedicarlos a destruir las fronteras que hemos creado en nuestras cabezas. Esas fronteras que nos hacen creer que somos invencibles, superiores por el color de nuestra piel, nuestro sexo, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestro idioma.

Fronteras que no nos protegen sino que nos privan de libertad, que nos impiden ver los diferentes caminos, las infinitas posibilidades, las maravillosas oportunidades para descubrir nuevas formas de entender el mundo, “de aprovechar el potencial de la movilidad humana”.

Las migraciones son inevitables. Pero lo que sí podemos evitar son las fronteras. Y la educación –un valor que lleva asociados otros como los del respeto, la empatía, la tolerancia, la solidaridad– es la única forma para hacerlo posible.

MOI PALMERO

martes, 14 de diciembre de 2021

  • 14.12.21
En la misma semana en la que cuatrocientos pescadores se manifestaban en el Puerto de Almería por las restricciones de la Unión Europea (UE) a la pesca de arrastre y nuestro ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, aparecía airado y beligerante anunciando una defensa a ultranza del sector ante la nueva política pesquera que se está decidiendo ahora en Bruselas, la Asociación para la Conservación de la Fauna Marina (Promar) ha celebrado en Adra las Jornadas “Aunando esfuerzos: Pesca y Conservación”.


Su coincidencia ha sido solo una casualidad del destino, porque esas jornadas, con ese título tan contundente, claro y muy bien puesto, se planificaron hace casi dos años, cuando solicitaron las ayudas para proyectos dentro de la “Estrategia de desarrollo local participativo del GALP poniente almeriense”.

Caprichos del azar aparte, el objetivo principal de las jornadas era sentar al sector pesquero y conservacionista –o, dicho de otra manera, el sector productivo, el que mira solo su ombligo y las cuentas de resultados– con el sector social –el que piensa en el bien común, y que durante tantas décadas ha sido señalado como portadores de males augurios y un freno al desarrollo económico–.

Este tipo de encuentros eran impensables hace unos años, porque el mar seguía llenando las redes. Y eso de aplicar principios de precaución en base a resultados científicos –que presentaban un ecosistema marino deteriorado y a punto del colapso– no iba con ellos.

Sin embargo, las cosas han cambiado, porque las redes sacan más basura, algas exóticas, y menos pulpos, jibias y boquerones. Ya no son hipótesis, ahora son realidades, y como en el resto de sectores, las oenegés no solo ya no están mal vistas, sino que son invitadas y escuchadas porque son las que están proponiendo nuevos modelos productivos que garanticen la rentabilidad y sostenibilidad del sector pero, también, la conservación de los ecosistemas.

Esa nueva visión para solucionar los problemas generados por el binomio hombre-naturaleza, economía-medio ambiente, es la cogestión. Práctica que ya se puso en marcha durante los años setenta en Alemania en el sector del carbón y el acero para que los trabajadores tuviesen representación en los órganos de dirección.

Quizás no tuviesen esos objetivos conservacionistas que tenemos en este momento de la historia, pero sí la idea de que las decisiones hay que tomarlas entre todos los interesados, intentando alcanzar las posturas intermedias que beneficien a todos, y no solo a unos pocos, como ha estado pasando hasta ahora.

Aplicados a este sector, los instrumentos de cogestión, que ya se están llevando a cabo en otras pesquerías españolas que entraron en crisis por las generales leyes europeas –que, como el resto de leyes, se olvidan de los pequeños y benefician a los grandes productores–, lo que promueven es que la gestión de los caladeros la hagan los propios pescadores, que son los grandes conocedores de la mar, pero con el apoyo, asesoramiento y respaldo de la ciencia, la política y los movimientos sociales.

Esta manera de trabajar implica reuniones, debates, diálogo, consenso... Y garantiza que la gestión se flexibilice en base a unos datos científicos actualizados de forma continua y no a largo plazo, como sucede ahora.

Puede parecer una utopía, porque no nos han enseñado a trabajar así, porque no nos han educado para trabajar en equipo, a escuchar al que no piensa como tú para llegar a acuerdos que beneficien a todos... Pero ya se está utilizando con éxito, por ejemplo, en Cataluña, en la Costa Brava, donde las pesquerías de sonso (Gymnammodytes spp) entraron en crisis en el 2012 porque no cumplían con los requisitos legales que imponía Europa en esas leyes tan generales.

A través de un comité de cogestión en el que están presentes el Ministerio de Medio Ambiente, la Generalitat, el CSIC, las 26 embarcaciones del sector y la sociedad civil a través de Greenpeace y WWF, han conseguido regularizar la pesquería del sonso, y multiplicar por diez el precio del producto. En palabras de los pescadores, trabajan menos y cobran más porque son capaces de autogestionar los caladeros, llegando a ser ellos los primeros en poner las sanciones a quien no cumpla las normas. Si somos conscientes del problema, de hacernos responsables de las soluciones, necesitaremos menos prohibiciones y menos policías.

Así que el futuro de la pesca no pasa por aumentar las cuotas y ampliar los periodos de captura, sino por cambiar el modelo en el que se prime a los pescadores artesanales, locales, que generan un impacto mínimo y mucha riqueza en el territorio, frente a las grandes buques que están en manos de unas pocas empresas que esquilman los mares para llenarse los bolsillos.

Un futuro en el que se apliquen nuevos avances científicos a las artes de pesca para hacerlas realmente selectivas; que busque nuevos canales comerciales para sacarle la máxima rentabilidad a los recursos marinos, y donde se garantice, por supuesto, la conservación de los mares.

Solo aunando esfuerzos, trabajando conjuntamente, podemos garantizar el futuro del sector y la naturaleza. Si no lo hacemos, perderemos el tiempo quemando contenedores, desgañitándonos y despotricando en el bar contra los políticos que toman decisiones a miles de kilómetros y que ni siquiera ven las noticias, porque ellos las hacen, ellos las generan. Seamos nosotros, unámonos para cambiar el modelo económico, para crear un mundo más sostenible, más humano, menos capitalista: un mundo nuevo, en definitiva.

MOI PALMERO

martes, 7 de diciembre de 2021

  • 7.12.21
La historia de la humanidad es la misma repetida: solo cambian los paisajes, nuestra vestimenta, algunas ideas, conceptos, creencias y formas de relacionarnos con el entorno, entre nosotros, con la tecnología. Un baile prolongado de pasitos para delante y para atrás que, al final, nos colocan en el mismo sitio, haciéndonos las mismas preguntas para las que encontramos respuestas parciales, interesadas, consoladoras y que nos permitan continuar sin muchos remordimientos.


Una de esas preguntas que nos deja en evidencia es ¿cuánto vale la vida? Porque cada uno de nosotros dará una respuesta diferente, dependiendo, entre otras muchas variables, de su formación, su religión, su origen, la clase social a la que pertenezca, el grado de empatía, cinismo, o la ética, los valores y los prejuicios que rijan su existencia.

En enero de 2020 se estrenó Worth, una película basada en hechos reales que aquí titulamos ¿Cuánto vale la vida? Su protagonista es Kenneth Feinberg, abogado que se ofreció sin cobrar, para repartir el Fondo de compensación para las víctimas del 11 de septiembre. Su tarea, que nadie quería llevar a cabo, era encontrar la fórmula matemática que ofreciese la cifra para indemnizar a las más de 7.000 familias de las víctimas del atentado terrorista.

El reto era que el 80 por ciento de los afectados tenía que aceptar la compensación porque, si se organizaba una demanda colectiva contra las compañías aéreas, y subsidiariamente contra el Gobierno, podrían llevar al país a la bancarrota, además de empezar un proceso judicial que se alargaría durante años y que no garantizaba que todas las víctimas fuesen resarcidas.

Feinberg, con experiencia en otras catástrofes y con la frialdad y practicidad con la que se maneja la ley, buscaba un único valor para todos, la fórmula para ser lo más objetivo posible, intentando tratar a todos por igual. Así que la compensación la determinó en base al valor económico perdido. A más sueldo y, por tanto, a más ingresos perdidos para la familia, más le correspondía. Sabía que no era justo, pero “en el ámbito legal, la respuesta a qué vale una vida, es la cifra que se firma en un acuerdo”.

Solución que no contentó a nadie porque, tal como plantea la película, ¿solo valemos lo que ganamos? ¿Vale igual la vida de un conserje, un bróker, un bombero o un inmigrante ilegal? ¿No se tiene en cuenta lo que dejamos atrás, los planes, los sueños, los hijos, las vidas truncadas por la ausencia de una hermana, de una hija, de un amigo, de la pareja que es tu vida aunque no hayas firmado un papel? ¿La de una amante que mantienes en secreto?

¿Tiene algún valor cómo te comportas, el bien o el mal que haces, si construyes o te dedicas a destruir, si trabajas por el bien común o por el tuyo personal? Es más fácil, más manejable, cuando somos números, pero se pierde la dignidad, el respeto por las personas, por la vida.

Si hablar del precio de nuestra vida resulta incómodo, complicado, parece que no lo es tanto cuando tenemos que ponerle precio a la naturaleza, a los animales, a las plantas. Por ejemplo, a la Peana de Serón se le ha puesto el precio de 80.000 euros, que es lo que cuesta el tratamiento para intentar salvarla de una muerte segura. ¿Es mucho o es poco?

¿Sus aproximadamente 1.200 años le dan o le quitan valor? ¿Y que sea el árbol más grande de Andalucía y que se protegiese como Monumento Natural en 2019, suma o resta? ¿Que naciese cuatro siglos antes que el propio pueblo de Serón, que haya visto 438.000 amaneceres, que haya dado sombra y cobijo a los pastores que cruzaban la sierra, que sus dulces bellotas hayan sido alimento al ganado y a la fauna silvestre?

¿Cuánto vale que sus ramas hayan ofrecido calor ante el frío del invierno; que capture cinco toneladas de dióxido de carbono por año para luchar contra el cambio climático? ¿Y que sus raíces protejan el suelo de la erosión y faciliten la absorción de agua? ¿Y que sea un símbolo por haber resistido tormentas, guerras y la deforestación de la Sierra de Los Filabres, le beneficia o le perjudica? ¿O ser patrimonio emocional, cultural, etnográfico, turístico, educativo, científico, de recreo, se apunta en el debe o en el haber?

Si lo reducimos todo a la frialdad, al cinismo, a la hipocresía, a la demagogia de la ley del mercado será un precio inalcanzable. Si contemplamos el dinero como una herramienta necesaria para ofrecerle una oportunidad a un ser vivo único e irrepetible, será un precio ridículo. Ahora es el momento de tomar una decisión: de apoyar o no al movimiento ciudadano que intenta salvarla, de responder a la pregunta de cuánto vale para ti la vida de la Peana de Serón.

MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: FRANCISCO SILVA

sábado, 4 de diciembre de 2021

  • 4.12.21
Chanquete nunca defraudaba. Ya lo buscases en la Tasca del Frasco o en la eterna La Dorada, o pintando la barca a la orilla de la playa, siempre tenía un sabio consejo con el que ayudarte. Hombre de la mar, curtido en mil batallas con las olas, era capaz de guiarte en la tempestad; de remendar tu red agujereada; de regalarte el secreto de sus caladeros; de prevenirte ante tu osadía contra el poniente; de recomponerte tras el naufragio; de enseñarte a abanicar las estrellas para navegar tu propio camino.


Estoy seguro de que si le preguntase por la situación de las playas de Balerma, que desaparecen con cada temporal, no pondría buena cara y, resignado, añadiría un “quien siembra vientos, recoge tempestades” para explicarme que la urgencia de la mar por tragarse el pueblo viene por nuestra mala cabeza, por construir puertos, escolleras y espigones donde no debíamos; por impedir que los ríos lleven sedimentos al mar; por olvidarnos de escuchar a la Naturaleza y que, si queremos sobrevivir al Cambio Climático, tendremos que demostrar que somos capaces de surfear las olas.

Ante mi pregunta de qué se puede hacer, me respondería convencido que solo podemos “achicar agua” antes de advertirme de que “una ola nunca viene sola”. Yo le hablaría de la gran confusión, desesperación y tensión que hay entre los vecinos; de las exigencias, de las acusaciones, de la imperiosa necesidad por encontrar una solución rápida, eficaz y definitiva ante la lentitud de las leyes, la incertidumbre de la ciencia o los escasos presupuestos.

Él recurriría al “si el grumete supiera y el patrón pudiera, todo se hiciera” para intentar explicarme que nuestros políticos están más perdidos “que un pulpo en un garaje” y que recurrir a los idolatrados espigones es como “el que se agarra a un clavo ardiendo cuando la nave se está hundiendo” porque son “peces para hoy y hambre para mañana”.

Le contaría que parte de los vecinos, que se sienten desprotegidos por su propio Ayuntamiento, han denunciado a la Dirección General de Costas por un delito ambiental por construir los espigones de Balanegra en 2015, a pesar de los informes previos que informaban del posible daño a las playas de Balerma.

Le hablaré de las concentraciones pacificas que han realizado para dar a conocer su situación, para exigir soluciones y de la próxima manifestación que han anunciado para el 17 de diciembre en la puerta de Costas y de la Subdelegación del Gobierno en Almería.

A él se le iluminarán los ojos añadiendo un “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y el clásico, aunque no sea muy marino, “quien no llora, no mama”, para hacerme entender que, a pesar de que es consciente de que “donde manda patrón, no manda marinero”, los vecinos ya se han encontrado en muchas ocasiones solos, a la deriva y con el faro apagado en pleno temporal, por lo que “de la furia de la mar, el náufrago puede hablar”.

Me haría un alegato para recordarme la importancia de “remar todos a una”, de no dividir esfuerzos, voluntades, recursos; de no equivocar las peticiones porque “a río revuelto, ganancia de pescadores” y siempre hay algunos listos que de la tragedia sacan ganancia. Que no podemos olvidar que “dos capitanes hunden el barco”, y que “después de perdido, todos pilotos” por lo que hay que guardarse el orgullo, el interés personal o del partido, y “dejar navegar al marino y sembrar al campesino”.

Para subirme la moral, a modo de propina, de regalo, de esperanza en una botella, mientras se levanta para marcharse, deja sobre la mesa varias sentencias que lo ayudaron a no tirar la toalla, a mantener la ilusión.

Me susurra, con el convencimiento de la experiencia, que “no hay tormenta que cien años dure”, que “tras la tempestad vendrá la calma”, que “a barco desesperado, Dios le encuentra puerto”. Sin darme tiempo a cuestionarle la existencia de Dios, y para despedirse con una sonrisa, sugiere que los balermeros, que también son ejidenses, deberían dejarse crecer la barba y la melena para, en caso de hundirse el pueblo, al menos podamos “salvarlos por los pelos”.

Mientras lo veo alejarse riendo su ocurrencia, pienso que “a poco viento, remos sin cuento”, por lo que decido “subirme al barco”, sumarme a la concentración que han convocado mis vecinos y luchar contra la corriente, a sabiendas que, aún ganando la batalla de salvar la playa, habremos perdido la guerra.

MOI PALMERO

martes, 30 de noviembre de 2021

  • 30.11.21
A punto de finalizar este mes de noviembre, me asalta la nostalgia de un libro que he dejado morir hace apenas unos días. Ya he pasado las tres primeras etapas del duelo –la negación, la ira, la negociación– y cada vez estoy más cerca de aceptar la realidad. Pero sigo inmerso en la depresión, la cuarta etapa del proceso.


La historia nos ha demostrado que matar un libro es casi imposible. Hemos bombardeado bibliotecas, alimentado hogueras en plazas, destruido imprentas, pero mientras quede un solo ejemplar en alguna estantería, escondido tras una pared o protegido en una vasija en una gruta del desierto, siempre quedará la esperanza de que vuelva a la vida, como una semilla aletargada espera el momento adecuado para germinar. Además, ahora con internet, los libros se convierten en felinos y sus vidas se multiplican por siete.

Muchos me intentan consolar diciendo que no está muerto, que ahora comienza otra etapa para él, que se independiza y empieza a crear su propio destino navegando por las redes, volando por el mundo que hay bajo sus alas, pero siento que lo he abandonado, que le he fallado, que soy el que debería aún defenderlo, buscarle financiación, escaparates, estanterías, lectores, para lucir su portada, sus imágenes, su contenido, su mensaje.

Siento que no tuvo la oportunidad que se merecía, porque era gratuito, con una tirada limitada, financiado por una Administración, con 39 colaboradores. Factores que me ilusionaban cuando lo ideamos, que le dieron fuerza al proyecto, que lo hicieron posible, pero que, pasado el tiempo, he descubierto que han sido determinantes para su defunción.

Sé que los libros en la actualidad tienen una vida muy corta. Sujetos a la ley de la oferta y la demanda, tienen una gran competencia y cada vez hay más libros porque hay más escritores y pequeñas editoriales que lectores. Sé que su vida no depende de su calidad sino de las inversiones en publicidad y ahí las grandes editoriales han sabido manejarse y reducir las listas de éxitos a su interés.

También sé que la mayoría de las librerías, como parte de este sistema de producir y vender libros sin importar nada más, han perdido el alma que siempre tuvieron: los libreros que sabían recetarte los libros que necesitabas, que disfrutaban con su trabajo, que eran confidentes de sus clientes. Librerías que siempre estuvieron de parte de la cultura y del lector, y que ahora se han adaptado, vendido, la gran mayoría por exigencias del mercado, al poder editorial, al balance económico. No los culpo: solo constato una realidad.

Según datos de la Unesco, en 2016 se editaron en el mundo 2,2 millones de libros. En España se calcula que unos 90.000 títulos cada año, sin contar las reediciones. Datos muy difíciles de cuantificar por las numerosas variables que entran en la ecuación, como la autoedición, las publicaciones en las redes o aquellas que no se han registrado con un ISBN.

Pero, a pesar de los datos, de conocer cómo funciona el sistema, tenía la esperanza de que al estar tanta gente involucrada en el proyecto, su vida, su recorrido, se alargaría unos meses más. Está claro que me equivocaba, que los esfuerzos solo se hacen por lo que sientes realmente tuyo.

Por eso mi sensación de haber fracasado, de no haber conseguido trasladar mi ilusión a todos los que participaron, por haber defraudado las expectativas que tenían cuando empezamos con el proyecto. Como los entrenadores que hablan tras la derrota, yo soy el único responsable de ella y, el equipo, el que ha posibilitado los pequeños éxitos que se hayan podido conseguir.

En su honor tengo que decir que disfrutamos de su creación, que fueron unos meses difíciles pero gratificantes por la generosidad de todos los que participaron, por la satisfacción del resultado final. Que entre sus páginas se acogieron, porque así se buscó, a científicos, educadores ambientales, ornitólogos, fotógrafos... Unos con experiencia literaria; otros noveles en este campo. A todos ellos se les dio toda la libertad del mundo para enfocar sus relatos como les apeteciese.

Estoy convencido de que ese libro, siguiendo los parámetros de éxito en el mundo editorial –que solo son el número de ejemplares vendidos–, podría haber alcanzado un modesto reconocimiento, pero es algo que nunca sabremos porque me decepcioné por el desinterés, la apatía, las complicaciones, e hice lo más sencillo y vergonzoso: dejar morir el libro. Quizás algún día tenga la fuerza, la capacidad, la ilusión, la habilidad para resucitarlo. Mientras llega ese día, que la suerte le acompañe...

MOI PALMERO

martes, 23 de noviembre de 2021

  • 23.11.21
Llevamos años defendiendo que debemos reactivar el poder de la ciudadanía para cambiar el mundo. Y en Murcia nos han enseñado el camino. Aún es pronto para cantar victoria, porque queda lo más difícil: hacerle entender a nuestros representantes en el Congreso de los Diputados que en sus manos está hacer historia, ser recordados por cambiar el derecho ambiental en nuestro país y en Europa, y escuchar de una vez por todas el clamor popular, y no solo las voces de los que manejan la economía, de los que los manejan a ellos.


El ecocidio del Mar Menor nos avergonzó. El mundo entero vio los cadáveres de millones de peces flotando sobre las aguas, cubriendo las arenas de la playa. Muchos echaron balones fuera, intentando delimitar el problema, señalando a un puñado de agricultores incívicos. Pero sabían que el colapso de la laguna salada es lo que nos espera si no cambiamos de modelo, de forma de pensar, de relacionarlos con la naturaleza.

La sobrexplotación y la salinización de los acuíferos con los miles de pozos ilegales, el aporte excesivo de nutrientes, fosforo y nitrógeno provenientes de los fertilizantes utilizados en la agricultura intensiva que abastece de frutas y hortalizas a la Europa que regaña pero que mira para otro lado, así como los residuos y desigualdades sociales que provoca representan un problema generalizado a nivel nacional. La diferencia entre el Mar Menor y el Mediterráneo es su tamaño, pero las barbaridades son las mismas y las consecuencias, también.

Ante la tragedia se hizo lo de siempre: nada. Salvo poner cara de circunstancia y añadir el clásico “estamos trabajando en ello” que popularizó el señor Aznar. Trabajar en ello era llamar a los científicos, de los que solo se acuerdan durante las emergencias, para que les diesen soluciones rápidas. En esta ocasión, los científicos los remitieron a estudios de hace treinta años donde ya se concluía lo que iba a pasar y la manera de evitarlo.

Pero las soluciones no les gustaron porque para llevarle la contraria al capital hay que ser valientes y estar dispuestos a perder los votos y el poder por el bien común. Y ante la cobardía e incapacidad apareció la ciencia y la ciudadanía para proponer una solución novedosa.

Ocho profesores universitarios presentaron un estudio de la Clínica Jurídica de la Universidad de Murcia y, con el apoyo de la Cátedra de Derechos Humanos y Derechos de la Naturaleza, propusieron que la única solución posible para salvar el Mar Menor era dotarlo de Personalidad Jurídica Propia, o lo que es lo mismo, reconocerlo como objeto propio de derecho para que, por el solo hecho de existir, tenga su propia protección, independiente del interés político, como nosotros gozamos de los Derechos Humanos.

En Europa sería la primera figura de este tipo, pero no en el mundo, donde se la conoce como la ley de los “ríos persona” ya que en Colombia, en la India, en Canadá y en Nueva Zelanda salió adelante para proteger los ríos Atrato, Ganges, Magpie y Whanganui.

Para poder debatirlo en el Congreso tuvieron que impulsar una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) y conseguir, en once meses, la friolera de 615.641 firmas, un 23 por ciento más de lo que necesitaban, y ya están validadas por la Junta Electoral Central. Y las han conseguido gracias a la ciudadanía, que se ha volcado para organizarse, para dar fe de cada una de las firmas, para mover cielo y tierra y dar a conocer el problema en todo el mundo.

Gracias a esa presión popular han conseguido que ALDI –y pronto vendrán otras grandes marcas– se plantee poner a la venta frutas y verduras que generen un impacto ambiental y social para producirlas. Estoy de acuerdo que puede ser una muy buena campaña de imagen y que, primero, deberían hablar de comprar a un precio justo y digno a los agricultores y no centralizar sus compras evitando así el ir y venir de los productos por las carreteras. Pero es un primer paso.

Y debido a la repercusión de sus acciones, el Partido Popular, que gobierna en Murcia junto con los irresponsables e incendiarios de VOX, se ha decidido apoyar la ILP. Ahora, cuando han visto que es imparable. Vergüenza les debería dar.

Este es el único camino que puede haber para cambiarlo todo: la ciudadanía exigiendo y organizada, respaldada por la ciencia, buscando nuevos caminos, nuevas oportunidades, nuevas formas de entender el mundo. Si la ciudadanía se une, el capital y los políticos cederán. Si los dejamos decidir a ellos, seguiremos escuchando el eco de la caja registradora y el “estamos trabajando en ello”.

MOI PALMERO

martes, 9 de noviembre de 2021

  • 9.11.21
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) reúne todas las características del teatro del esperpento que popularizó Valle-Inclán: deformación de la realidad, con una gran carga de crítica y sátira, y degradación de los personajes, destacando sus rasgos más grotescos, con la presencia de la muerte como parte fundamental de la obra.


Quizás los ambientes donde se reúnen pueden llevarnos a engaño: todo engalanado con sus alfombras rojas, sus pantallas de plasma y sus stands con millones de LED. Pero no dejan de ser esos escenarios decadentes que predominaban en las obras del dramaturgo gallego como prostíbulos, antros de juego o calles inseguras por las que transitaban, vivían y se relacionaban borrachos, prostitutas, pícaros y mendigos a los que representaba como gente sin alma, residuos sociales de la peor calaña.

Historias, personajes, lugares llevados al extremo del absurdo, de la caricatura, para hacernos reflexionar sobre si lo representado es una imagen deformada de la realidad, como en los espejos cóncavos y convexos de la época que Don Ramón María utilizó como metáfora; o si, por el contrario, es una imagen fiel de una realidad deforme.

La COP26 –al igual que todas las anteriores– es un gran photocall donde líderes mundiales posan antes de mercadear con los bonos de carbono, de prometer lo que no pueden cumplir, de firmar acuerdos con tinta invisible que anunciarán a bombo y platillo, pero que no tienen intención de pensar cómo llevarlos a cabo.

Nadie cree que de allí vayan a salir las soluciones, los acuerdos, para intentar ir todos a una. Confiamos en la Cumbre de Río de Janeiro, en el Protocolo de Kioto, en el Acuerdo de París, pero ya sabemos que no harán nada, que para ellos lo firmado, lo prometido, lo anunciado, no tiene ningún valor.

Y volverán a marcarse plazos, objetivos y a convocar nuevas reuniones, mientras el tiempo corre, mientras la gente está muriendo, migrando, enfermando o pasando hambre y sed por las consecuencias del aumento de la temperatura en el planeta.

La mejor banda sonora a este esperpento es la canción de Kortatu titulada Don Vito y la revuelta en el frenopático. Ya sé que mezclar en el mismo texto a Valle–Inclán con los abertzales hermanos Muguruza puede ser de mal gusto para algunos, pero sus obras, salvando enormes distancias, tenían el mismo objetivo: hacernos despertar, uno desde el teatro, la novela y el relato y, los otros, desde el punk, el ska y el rock.

La letra, de 1985, parece que está escrita expresamente para la COP26. En un frenopático decidieron jugar al Telediario y como el hombre de El Tiempo anunció “granizos, rayos, truenos y tiempo huracanado”, la asamblea de majaras decidió ahorcarlo para, minutos después, tras muchas reuniones, anunciar “sol y buen tiempo”.

Ese es el mejor resumen de las Cumbres de la Tierra porque, desde la primera (Estocolmo, 1972), nos hemos dedicado a eliminar, desprestigiar y fustigar a los científicos que ponían datos concretos encima de la mesa, que se atrevían a plantarse ante la asamblea de políticos, dirigentes, empresarios que negaban la evidencia y que anunciaban, y prometían, el buen tiempo. Porque sí, sin más, porque ellos lo valen.

Podemos llamarlas de muchas maneras, pero "asamblea de majaras" es la mejor de todas. Porque hay que ser majara para aplaudir a Putin y Bolsonaro cuando anuncian que van a trabajar por reforestar sus países, cuando llevan años cargándose los bosques siberianos y la Amazonia brasileña.

Hay que ser majaras para presumir de que 103 países firman un acuerdo para frenar y revertir la deforestación en la próxima década y reducir un 30 por ciento las emisiones de metano, pero solo 20 países (entre los que no está España) se han adherido a la declaración para el fin de la financiación a los combustibles fósiles en el extranjero.

Hay que ser majara para permitirle a Jeff Bezos, uno de los grandes capitalistas y contaminantes por excelencia, avisarnos de que la Tierra se ve muy frágil desde el espacio. Hay que ser majara para incluir en una misma frase, como ha hecho la ministra Teresa Ribera, que la transición verde tiene que construir un capitalismo inclusivo.

Hay que ser majaras para cruzar el planeta en jet privado y desplazar 23 coches oficiales para, luego, como hizo Biden, dormirte en el plenario porque lo que se esté hablando allí poco interesa. Hay que estar majara para hablar de "punto de inflexión" cuando los países más contaminantes –India, Rusia y China– ni siquiera se dignan a presentarse en Glasgow.

Pero no hay que preocuparse. Porque la asamblea de majaras ya ha decidido que, mañana, “sol y buen tiempo”. Estamos salvados.

MOI PALMERO

martes, 2 de noviembre de 2021

  • 2.11.21
Tengo la adrenalina por las nubes, la emoción a flor de piel, el vello erizado y quiero dejarlo por escrito, para que sirva como homenaje a todos los que lo han hecho posible, para que quede en el recuerdo de las emociones que me invaden tras una bonita jornada. Por si alguien se inspira. Si espero a mañana corro el riesgo de relativizar, de quitarle importancia a lo logrado, de dedicarle más tiempo a analizar los pequeños errores que a celebrar los grandes aciertos.


150 personas nos hemos juntado en la playa del Faro del Sabinal, en Punta Entinas, para hacer una limpieza de playas. En apenas dos horas se han recogido tres toneladas, 3.000 kilos de residuos. Entre ellos, junto a las esperadas botellas de plástico, de vidrio, de latas de refresco, se han sacado otras basuras menos habituales: un frigorífico, media barca hinchable enterrada en la arena, un par de cascos de moto y un montón de garrafas que huelen a gasoil y que no son precisamente de los bañistas.

Mi entusiasmo no es solo por la cantidad de basura, ni por si el grupo era más o menos numeroso. Mi felicidad esta cimentada en quién se ha congregado allí. La actividad estaba organizada por Carrefour y P&G a través de sus políticas de Responsabilidad Social Corporativa y su proyecto Mi playa sin plásticos, que llevan realizando desde hace cinco años por toda España.

Ellos convocan, ponen el dinero para hacerlo posible; ellos se llevan los aplausos y los impactos publicitarios. Y me parece perfecto, maravilloso, porque sin su iniciativa, sin su compromiso e inversión (otros pueden hacerlo y no lo hacen) quizás todo sería más difícil. Pero, a partir de ahí, hay mucho más.

Otra empresa, esta vez una almeriense, Luxeapers, también con capacidad para organizar un evento de esta índole, ha decidido colaborar en la iniciativa. Por un día, ha parado máquinas, ha dejado de envasar encurtidos en Nacimiento que exportan por todo el mundo, para trasladar a todos sus empleados, casi sesenta personas, a las únicas playas vírgenes que quedan en la provincia. Ese gesto para mí lo dice todo y, además de generoso, me parece muy simbólico: cambiar el bien personal por el bien común.


Pero además de las empresas, tres institutos de Enseñanza Secundaria –Santo Domingo, Murgi y el SEK Alborán– han colaborado en la actividad. Jóvenes y profesores del municipio que por primera vez han visitado el Espacio Protegido, que han visto los jóvenes flamencos alimentándose en las viejas salinas, que han descubierto que tienen más bosques de los que creían cerca de su casa, que han conocido unas playas que ni siquiera sabían que existían.

Jóvenes que han demostrado que se puede contar con ellos, que solo tenemos que pedírselo, que necesitan menos consejos, menos paternalismo y menos sistemas educativos arcaicos en los que se premia solo su memoria y más confianza en ellos, más ejemplo, más oportunidades de ser escuchados, de poder formar parte de las decisiones, de los procesos, de la sociedad que está marcando su futuro y que no es capaz de adaptarse a las nuevas demandas, emociones, sensaciones y realidades que les ha tocado vivir.

Chicos y chicas, que no lo olvidemos, han vivido tres crisis económicas y una sanitaria. Ojalá se uniesen y se atreviesen a pedirnos responsabilidades por el mundo que les hemos creado y por el que les vamos a dejar.

También dos administraciones han colaborado, el Ayuntamiento de El Ejido y la Consejería de Desarrollo Sostenible de la Junta de Andalucía, que han puesto los vehículos para transportar los residuos hasta el punto de recogida, para hacer que el esfuerzo de los participantes tenga el doble de resultados, de recompensa. Puede parecer nimia y obligada su colaboración, pero no crean que es tan fácil gestionar este tipo de cosas en un sistema burocrático tan encorsetado. Por eso le doy tanto mérito.


Y en esta suma de voluntades, de buenos ejemplos, no podían faltar las asociaciones de educación ambiental, que también han trabajado conjuntamente durante dos meses: una, desde Madrid, Paisaje Limpio;, y otra, desde El Ejido, El árbol de las piruletas. Para hacer todo esto posible, para recordarnos que debemos pensar globalmente, pero actuar localmente.

Hoy, mañana, es tiempo de preguntas incómodas y de respuestas vergonzantes. Pero siento que otro mundo es posible, que aún tenemos esperanza para cambiar nuestro destino, para construir un futuro más sostenible, más participativo, más igualitario. Hoy me han reforzado la idea de que juntos somos más fuertes, invencibles, y que, como cantaba Manolo García, nunca el tiempo es perdido: es solo una ilusión.

MOI PALMERO
REPORTAJE GRÁFICO: MOI PALMERO

martes, 26 de octubre de 2021

  • 26.10.21
Cada 24 de octubre, desde 1997, se celebra el Día de las Bibliotecas para recordar la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, bombardeada e incendiada en 1992 durante el conflicto de los Balcanes. Este año, el lema de la celebración es Bibliotecas: leer, aprender, descubrir, que viene a unirse al de Aptas para todos los públicos, que se utiliza desde 2019.


De entre todas las bibliotecas del mundo, hoy quiero hacerle un homenaje a la Biblioteca Brautigan, que conocí a través del libro de David Foenkinos La biblioteca de los libros rechazados, una obra que ha venido a mi memoria a raíz del revuelo mediático provocado por el fallo del Premio Planeta que nos ha desvelado quién se escondía detrás del pseudónimo de Carmen Mola.

Richard Brautigan fue un escritor norteamericano que terminó suicidándose, atormentado porque en su haber acumulaba más rechazos editoriales que reconocimientos a su trabajo. En una de sus obras, The abortion. An historial romance, el protagonista era un bibliotecario que aceptaba todos los manuscritos que ninguna editorial había querido publicar.

Tras su muerte, uno de sus lectores, Todd Lockwood, quiso darle vida a esa biblioteca que el autor había imaginado y, como no podía ser de otra manera, la bautizó con el nombre de Brautigan. La única condición para depositar allí un libro era que tenía que llevarlo el propio autor en persona. Una manera romántica de poner punto final al libro que imaginó, creó, en el que depositó tanta confianza y que nunca llegó a ser publicado.

La biblioteca tuvo un gran éxito y muchos aspirantes a escritores fueron a depositar allí sus sueños frustrados. Pero, a pesar del éxito, tras quince años abierta, en 2005 tuvo que cerrar sus puertas por problemas económicos. Años más tarde, en 2010, todos los manuscritos fueron rescatados y depositados en la nueva Biblioteca Brautigan que puede consultarse en el Museo Histórico del Condado de Clark, en Vancouver.

Unos 300 ejemplares conforman la colección original, que solo puede consultarse presencialmente, y una colección digital a la que siguen llegando, de mano de sus vencidos, decepcionados, frustrados y cansados autores, manuscritos inéditos con la misión de curarlos y recopilarlos.

En esta biblioteca se basa Fonkinos para escribir una novela romántica que cuenta la historia de un joven escritor y una editora que descubren por azar un manuscrito abandonado en la réplica francesa de la Biblioteca Brautigan.

Además de la bonita historia de amor, mientras intentas descubrir quién fue su autor y lo que pasa con esa novela, vas aprendiendo cuál es el funcionamiento del mundo editorial, desde que el creador imagina la obra hasta que aparece en los escaparates de las librerías.

Entre enseñanzas, consejos y advertencias, habla de ilusiones, de esperanzas, de oportunidades perdidas, de puertas cerradas, de cajones olvidados, de rechazos acumulados, de desesperación, de paciencia, de victorias y derrotas parciales; de éxitos fugaces, de confianza, de insistencia, de engaños, de soledad, de egos, de orgullo, de intuición, de inversiones, de envidias y de la pequeña línea que separa el éxito del fracaso.

Reflexiona la obra sobre lo fácil que es escribir una historia, de lo complicado que es hacerlo bien, de la odisea que es conseguir que se fijen y crean en ella, que la mimen como si fuese suya para que llegue al gran público, para darle, al menos, una oportunidad.

Uno de los planteamientos críticos de la novela es que, a veces, es más importante la historia que hay detrás del libro que el propio libro. Si consigues crear un envoltorio, un adorno, un complemento, una presentación morbosa, curiosa, lacrimógena, sorprendente, heroica, misteriosa, dramática, cinematográfica, polémica, de superación, de famoseo, de marginación, adaptada a las modas, a los clichés, a la actualidad, tendrás más posibilidades de que un editor la lea entre los millones de manuscritos que le llegan, que los medios de comunicación la destaquen y que los lectores la compren sin saber qué se van a encontrar.

Por desgracia, hay demasiado marketing en las librerías, en nuestras vidas en general, y por eso prefiero confiar en el criterio, en la recomendación, de un buen bibliotecario que ningún interés tiene, salvo que el lector aprenda, descubra, se emocione y encuentre el libro adecuado, y que cada autor, cada libro, cada historia, tengan su oportunidad, su espacio, su tiempo. Incluso, gracias a la idea de Brautigan, los rechazados.

MOI PALMERO

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