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Aureliano Sáinz | Rajoy piensa

Aunque parezca mentira, aunque nos suene a imposible, resulta que Mariano Rajoy piensa. O, al menos, pensaba tiempo atrás. También, cosa sorprendente, en alguna ocasión escribía. Pero todo ello era antes de que el Marca apareciera en su vida y se convirtiera en su única e inseparable lectura.



Hemos de tener en cuenta que también Rajoy fue joven, aunque aquello queda tan lejos que estamos casi convencidos que siempre ha sido ese hombre inmutable, de impasible ademán y barba blanquecina, que cada cierto tiempo asoma por las pantallas para obsequiarnos con algún aforismo o alguna máxima con los que ser recordado en la posteridad.

Porque este hombre, de hondas raíces gallegas, con el paso del tiempo se dio cuenta de que a los genios se les conoce por alguna sentencia que en algún momento hayan expresado y que el resto de los mortales repetimos para reafirmarnos en alguna idea de la que estemos convencidos.

Así, no es de extrañar que a Descartes se le recuerde por aquello de “Pienso, luego existo”, o a Sócrates por su humildad intelectual cuando afirmaba “Solo sé que no sé nada”, o a Einstein cuando nos aclaró que la materia y la energía conforman la base de ese axioma que dice: “La materia ni se crea ni se destruye, se transforma”.

Pues bien, Rajoy nos ha regalado múltiples pensamientos con la convicción de que algunos de ellos, y con todo merecimiento, pueden pasar al legado de las generaciones venideras. Echemos una vista hacia atrás y recordemos cuando nos dijo aquello de que “España es un gran país y tiene españoles”, o “Es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”, o “Me gustan los catalanes porque hacen cosas”, o, también, como la cumbre de uno de los principios de la identidad aristotélica al afirmar “Un vaso es un vaso y un plato es un plato”. ¡Genial!, sin paliativos.

Hemos de ser conscientes de que, en los tiempos acelerados en los que vivimos, hay que acudir a la mayor brevedad posible, hay que ser capaces de sintetizar ideas complejas con el mínimo de recursos lingüísticos, tal como lo hacen los japoneses con esas livianas poesías que ellos denominan haikus.

Como apunto, hubo un tiempo en el que Mariano Rajoy pensaba y quería plasmar la profundidad de su pensamiento acerca del mundo, de la sociedad en la que vivimos y del sentido de la existencia del ser humano, tal como lo han hecho los filósofos de todas las épocas y culturas.

Después de darle muchas vueltas, ya tenía elaborada, asentada y bien pulida su teoría ética y ontológica de la realidad siendo estudiante de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela, cuando, por aquellas fechas, cayó en sus manos la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Al comenzar su lectura, se horrorizó ante el enorme disparate con el que se comenzaba, nada menos que en el artículo primero de la misma. No podía creer lo que estaba viendo. Todo eso iba en contra de su bien asentado y pulido pensamiento.

Cuando leyó que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, se echó las manos a la cabeza, porque no era verdad. “Los seres humanos, de ningún modo, somos iguales”, pensó para sus adentros, al tiempo que todo su ser se estremecía ante semejante falacia.



Esta cuestión le estuvo rondando en la cabeza durante bastante tiempo, ya que de ningún modo podía admitir tal sofisma. Él pertenecía a una familia selecta, o de “buena estirpe” como gustaba decir entre sus amigos. Pero tuvo que esperar unos años hasta que vio que un tal Luis Moure Mariño, gallego como él, había publicado un libro cuyo título, La desigualdad humana, le daba un auténtico puñetazo a la igualdad que predicaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Así pues, se puso manos a la obra y de su brillante pluma salió un opúsculo que remitió al Faro de Vigo, con la esperanza de iluminar a las mentes obcecadas por las perniciosas ideologías igualitarias. Fue para él un verdadero placer cuando comprobó que su escrito veía la luz el 4 de marzo de 1983 con el título de Igualdad humana y modelos de sociedad que firmaba como diputado de Alianza Popular en el Parlamento gallego. En el mismo comenzaba diciendo:

“Uno de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueba cualquier norma y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos –cada vez mayores y más progresivos igualdad de retribuciones (…) La igualdad humana es el salvoconducto que todo permite hacer; es el fin al que se subordinan todos los medios”.

Estaba claro que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por todos los países que formaban en 1948 las Naciones Unidas era un auténtico ataque a quienes venían de buena cuna, a los pertenecientes a buenas estirpes, como la suya. Por esta vía cualquier plebeyo o vasallo podía pensar que estaba a la altura de los patricios.

Pero no solo que la Historia confirmaba que siempre habían existido siempre nobles y plebeyos, señores y criados, como se decía en “uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años”, tal como apuntaba en su profundo y sesudo escrito con referencia al de Moure Mariño, sino que también la Ciencia confirmaba sus convicciones de la desigualdad.

Así, “Ya en épocas remotas existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo se afirmaba, como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente era un hecho objetivo que los hijos de ‘buena estirpe’ superaban a los demás han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas ‘Leyes’ nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el principio de la fecundación”.

¡Desde el principio de la fecundación! Nada más y nada menos. Y para que todo el mundo fuera consciente de que, aparte de registrador de la propiedad, era un auténtico especialista en biología y embriología, continuaba su disertación enredándose en explicaciones acerca del destino del hombre que ya viene determinado ¡desde el mismo momento en el que se unen el espermatozoide masculino y el óvulo femenino!

De este modo, “La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia… hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios”.

Cierra tan brillante disertación con la tajante afirmación:

“La imposición de la igualdad es radicalmente contraria a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello, aunque se llamen así mismos ‘modelos progresistas’ constituyen un claro atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto del hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos”.

Como podemos comprobar, a lo largo de su dilatada vida, Mariano Rajoy ha seguido fiel a sus principios, sin separarse ni un ápice de los mismos.

Han transcurrido muchos años desde su escrito aparecido en el Faro de Vigo y continúa con la convicción de que él, cómo no, pertenece a una buena estirpe, al tiempo que su pensamiento se ha reducido al mínimo.

No es de extrañar, pues, que tras los terribles acontecimientos de Cataluña del 1-O, manifestara sin pestañear: “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Así, con la convicción de que él es el que determina la realidad, y en un acceso de ensimismamiento total, es posible que podamos escucharle decir algún día: “El Estado soy yo” (aunque, para su desgracia, esto ya lo dijo Luis XIV de Francia, aquel que se le conociera como el Rey Sol).

AURELIANO SÁINZ
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