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Aureliano Sáinz | En la consulta del psiquiatra

Buenos días… Pase, por favor, túmbese en el diván, concéntrese y relájese mientras voy echando una ojeada a la charla que mantuvimos en la última consulta... Bien, bien…, quedamos en que seguía insistiendo en la pérdida de identidad que había sufrido de unos meses para acá, al tiempo que sentía impulsos agresivos y de autodestrucción por la envidia irrefrenable que emergía cada vez que veía en la televisión a ese niño rubio de ojos azules y que, según usted, le hacía una malévola pregunta que acababa por causarle tantos desajustes emocionales.



Quedamos en que, a fin de cuentas, no era un pobretón y un desgraciado como empezaba a sentirse, ni que aún formaba parte de esa triste tropa tan extendida en nuestro país con expectativas bajo mínimo, con un penoso empleo y un sueldo, por llamarlo así, que avergüenza a la familia, por lo que, tristemente, tendría que llevar a sus hijos a un colegio público lleno de emigrantes.

¿Todavía siente rabia y deseos de llorar por las mañanas cada vez que se mira al espejo? ¿Sí…? Bueno, bueno…, cálmese. Ya verá como Freud vendrá en su ayuda para recomponer de nuevo su ‘yo’, su ‘ello’ y su ‘superyó’ que los tiene bastante desajustados. No se preocupe, pues últimamente han proliferado en las zonas residenciales estos desequilibrios en gente, como usted, que sienten que su brillante estatus se tambalea.

Veamos lo que tengo anotado de su último sueño: “Se encuentra que está saliendo de su bonito chalé todo contento, cuando de pronto se da cuenta que ha dejado atrás a su mujer que está maniatada en una silla, con la boca vendada, intentando desesperadamente decirle algo… Por otro lado, contempla a sus dos hijos vestidos con andrajos a la puerta de Mercadona pidiendo limosna a todo aquel que entra a comprar… Usted, desde su coche, intenta llamarlos, pero no quieren escucharle…”.

Bien, bien… Un análisis detallado de las escenas me da a entender que inconscientemente teme que su mujer le reproche que la vecina del chalé colindante la mire con desdén cuando salen de casa y se montan en el coche para ir al centro. Además, le causa profunda angustia que sus hijos ya no le vean como el héroe valiente y triunfador que siempre ha sido para ellos cuando estaba al volante ganando kilómetros y kilómetros en la carretera… Toda una auténtica imagen del héroe del siglo veintiuno.

Por favor, tome esta caja de kleenex y séquese esas lágrimas… Entienda que el sentimiento de culpa y el complejo de inferioridad subrepticiamente se han adueñado de su psique generando esos impulsos de agresividad y autodestrucción de los que me habla.

En lo que sí parece que estamos de acuerdo es en que hay que encontrar una solución a este profundo trauma antes de que las cosas vayan a peor. De entrada, y ya que le resulta imposible dejar de ver la televisión, conviene que no se obsesione con ese chico rubio de ojos azules al que odia y teme que aparezca en la pantalla… Por otro lado, no es necesario que se tape los oídos para no escuchar la maldita pregunta, esa que le genera tanta angustia, tanto desasosiego, la misma que siente que puede destruir su felicidad familiar.

Bien… En esta sesión debemos estar ya preparados para que veamos el anuncio que le ha hundido anímicamente. ¿Está listo…? No cierre los ojos porque debe ser fuerte y afrontar la dura realidad. Piense que tiene que superar el profundo complejo de inferioridad que le ha causado la nueva campaña del Opel Astra.

¿Vamos, pues…?



¿Cómo se siente? ¿Sigue con las palpitaciones…? Bueno, bueno…, tranquilícese, tome un vaso de agua, respire hondo, eche la cabeza hacia atrás sobre el respaldo, cierre los ojos y deje fluir la mente unos minutos. Descanse un momento para que comentemos y analicemos todo aquello que ha sido la raíz del profundo trauma que le acompaña.

Antes, entienda que la atroz envidia que siente por su vecino que tiene un Opel Astra con wifi, contralado desde el móvil, con posibilidad de utilizarlo para pedir ayuda en caso de accidente, no es motivo suficiente para que no controle sus impulsos asesinos y que un aciago día estrangule a un niño rubio de ojos azules que se pueda encontrar por la calle…

Y ahora, pasemos a la pregunta que es incapaz de soportar. En este caso se la dirijo personalmente: “¿No puede permitirse un Opel Astra?”.

¿Por qué me mira así? ¿Qué le sucede? ¡Por el amor de Dios, guarde esa pistola! ¡¡No!! ¡¡Nooo…!!

* * *

En la sala contigua, la secretaria escucha un fuerte sonido, seco y metálico, al tiempo que un alarido se extiende por toda la consulta.

Agitada, entra a toda velocidad en el despacho y horrorizada contempla al doctor, con la cabeza echada sobre la mesa de trabajo y bañada en un charco de sangre.

En la esquina del fondo, con todo el cuerpo temblando, se encuentra una figura masculina que porta un revólver en su mano derecha, la mirada extraviada, el rostro cubierto de lágrimas y repitiendo para sí de modo compulsivo: “¡Esa pregunta…! ¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo…!”.

AURELIANO SÁINZ
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