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Ginés Sánchez: "El proceso de escritura es semejante a estar peleando a oscuras con un cerdo engrasado"

Ginés Sánchez (Murcia, 1967) publica Mujeres en la oscuridad, una novela compleja, ambiciosa y descomunal (casi 600 páginas), en la que sus protagonistas –Julia, Tiff y Miranda– se le insubordinaban a cada instante, hasta que lograron conocer juntas un destino común. Aunque la oscuridad alumbre el título, reconoce que, a veces, escribir es buscar a ciegas sin saber qué. Pero él lo dice así: “El proceso de escritura es semejante a estar peleando a oscuras con un cerdo engrasado”.



Tiene un hablar pausado, un sentido del humor coherente y discreto, los ojos azules, el pelo escaso. Se levanta temprano para enfrentarse al folio en blanco. Le gusta escribir desde el punto de vista femenino. Y meterse en las tripas y en el corazón de sus personajes: Julia, catedrática universitaria a la que le atraen los jóvenes; Miranda, que trabaja en clubes selectos, y Tiff, veinteañera y romántica incurable.

En su escritura, es soez o lenguaraz. A veces, intimista. Le gusta el realismo sucio. Por eso hay quien dice que esta novela tiene un aire de Thelma y Louise y de Amores perros. A él no le importa. Está enamorado de la prosa intensa e inimitable de Juan Rulfo.

A algunos de sus personajes comienza a concebirlos en Instagram. Otras historias las escucha en las terrazas de los bares. Después, él se encarga de deformarlas para que las vecinas no lo asesinen sin misericordia por publicar pecados inconfesables. Licenciado en Derecho y abogado en ejercicio durante diez años, es autor de Lobisón, Los gatos pardos, Entre los vivos y Dos mil noventa y seis.

—¿No le da vergüenza escribir tan bien en un país donde los doctorandos no saben citar en sus tesis y donde los alumnos de máster plagian sus TFM, incluso de Wikipedia, para despistar?

—Ja, ja, ja. El problema no es ya que plagien o que no plagien. Eso es simplemente un dato. Yo creo que la gente dejó de tener ganas de hacer bien su trabajo y yo sí tengo ganas de hacer mi trabajo. Por lo menos, decente. Si lo hago bien o no lo hago bien, ya lo diréis vosotros. Ojalá que la gente volviese a tener ganas de hacer su trabajo bien.

—Almudena Grandes califica su escritura de adictiva. ¿No me dirá que fuma y bebe cuando escribe? Ya sabe que hay mucha tradición en esto de mezclar literatura con vicio y postureo más que con disciplina y trabajo.

—Ja, ja, ja. Ojalá pudiera. Lo del postureo sí tiene una discusión. Ahora, yo no sé primeramente a qué se dedicaba esta gente que bebía y que tantas cosas hacía porque, si yo me tomo un dedo de whisky, te garantizo que no puedo trabajar ese día ni de casualidad. Yo me levanto temprano por la mañana, a las siete estoy trabajando hasta las doce. Y te garantizo que, si me he tomado una cerveza en la noche, ya no puedo trabajar.

—Una novela de mujeres en tiempo de empoderamiento de las mujeres. Pero usted comenzó a escribir la novela hace ya un par de años.

—Sí. Cuando yo empecé, no estaba la cosa como está ahora. Estaba surgiendo el movimiento y yo más pensando en otras cosas. En el transcurso de las escritura, en algún momento, tuve la tentación de decir vamos a hacer un poco más de política. Pero ya no tenía sentido, porque los personajes ya estaban muy estructurados, muy hechos, e iba a sonar demasiado de pegote. ¿Empoderamiento? Bienvenido sea, al menos que los hombres nos veamos obligados a pensar en las cosas que hemos hecho, que a veces hemos pensado que eran graciosas, y que no lo son.

—De hecho, ya había empleado voces femeninas en otras novelas, pero en esta solo hay voces y perspectivas femeninas. ¿Qué buscaba tan adentro de ellas?

—Bueno, uno empieza realmente a crear un personaje y le pregunta: ¿Quién eres? Un personaje es un poco como un fenómeno meteorológico. Está más allá de las nubes y uno le echa un globo sonda para saber exactamente qué hay. Y luego empiezan a llegar respuestas. Lo que trato de decirte es que la inmensa mayoría de mis novelas, y en esta más que nunca, todo es sobrevenido.

Es decir, a partir de trazar a Miranda, a Julia y a Tiff, de repente empiezan a enriquecerse, empiezan a cobrar una vida absolutamente inesperada y ya al final lo que tratas es de no perderte. El final es un bosque con tantísimos árboles que ya dices "voy a no perderme, a ver dónde están". ¿Qué buscaba? No buscaba nada. Buscaba lo que ellas han encontrado. ¿Qué se pretendía? Llegar al final de sus personalidades.

—Dice que le gusta escribir desde el punto de vista femenino para descansar de vivir siempre en la mente de un hombre. Pablo Neruda también escribió: “Resulta que me canso de ser hombre…”.

—Ja, ja, ja. Hombre, no es que me canse de ser hombre, pero sí que cada vez que tú armas un personaje es un poco, haciendo una analogía un poco cuartelera, como un videojuego. En un videojuego tú tienes un esquema de personajes y luego eliges. Construir un personaje es algo parecido.

Entonces, qué sucede. Al tomar un personaje femenino, puedes elegir unas armas de base distintas de las cuales tú estás pensando permanentemente, y te das cuenta, primero, de que es apasionante hacerlo, y te das cuenta perfectamente de que si durante un mes vas haciendo los capítulos de Tiff, tu subconsciente es una chavala de 20 años. Es un maldito descanso.

—Pero también es un riesgo intentar meterse en la mentalidad de una mujer.

—Yo le estoy quitando un poco la mística a eso. Por ejemplo, en Dos mil noventa y seis, mi novela anterior, uno de los personajes principales es Sandera. Es una mujer y es negra y, sin embargo, la gente me pregunta: ¿Cómo es escribir desde el punto de vista de una mujer? Nadie me preguntaría cómo es escribir desde el punto de vista de un negro. Claro. No hay, o yo no percibo, diferencia más que en el punto de arranque. Porque después tú vas poniéndole armas y con lo que estás jugando es con las armas. Y el concepto del género es una cosa que es como muy al principio de generar el personaje.

—En su novela, narra la historia de tres mujeres diferentes que huyen de los hombres que las persiguen y cuyas vidas están entrecruzadas sin saberlo.

—Lo que hay realmente es como un juego de espejos. Es decir, tú ves en ellas al mismo tiempo que vas viendo otras cosas que van pasando detrás de ellas.

—A Julia, catedrática universitaria, le atraen los muchachos jóvenes. Por los que a veces paga para estar con ellos.

—Yo lo que defiendo es que cada cual piense como quiere. Pero Julia tiene 50 años, ha vivido ya sus cosas o ella tiene sus fantasías y tiene su punto de vista al respecto. Es decir, ella lo dice, a mí no me des tipos de 50 años, a mí dame cinturitas finas. Lo dice así, directamente. A mí dame músculo y cinturitas finas. Yo tengo que hablar, ya tengo gente con quien hablar.



—Miranda es latinoamericana y trabaja en clubes selectos. Como desgraciadamente les ocurre a tantas mujeres de aquel y de este continente. Es el primer personaje que creó y al que más cariño tiene.

—Les quiero a todos igual, pero sí que es el primer personaje que yo creé y da gusto verla ahí, que al final ha sido un personaje de la suficiente importancia como para estar ahí. Luego, Miranda está ahí también porque ella quiere. Que era también otra de las cuestiones. Es decir, si un día hay que escribir sobre una que no quiere estar ahí, también lo escribiremos. Pero Miranda quería estar ahí.

—Y Estefanía es veinteañera y una romántica incurable. ¿El amor también tiene algo de enfermedad fatídica?

—En el caso de Estefanía absolutamente sí. Pero Estefanía es una romántica, que no sabe que es romántica y al mismo tiempo sí sabe que es romántica. Estefanía es una contradicción permanente. Su lema es “no soy rehén de nadie”. Pero, en cambio, se pasa la novela entera buscando quien la esclavice y quizás la haga rehén.

—'Mujeres en la oscuridad'. Cuenta que la oscuridad fue algo que se apoderó poco a poco de la historia. ¿Tuvo que encender la luz o logró defenderse caminando a hurtadillas?

—Ja, ja, ja. El proceso de escritura es semejante a estar peleando a oscuras con un cerdo engrasado.

—Como decía, cuando comienza a escribir, parte de un arranque, de una idea, pero pronto la historia se le desboca, los personajes se le sublevan. ¿Siempre es así o consigue, poco a poco, imponer su voluntad?

—Bueno, hay que marcar unas pautas, porque tampoco puedes ir por ahí a asaltar las aldeas ni nada de eso. Pero, en general, yo suelo ser muy de seguir a los personajes, de dejarlos a ellos libres. Los dejas que sean y luego recoges. Dices sí, sí, pero vamos a reconducirlos porque tenemos que contar una historia. Pero primero, galopa.

—Los hombres de su novela tienen conductas eminentemente machistas. Las mujeres se rebelan contra ellos. ¿En la vida es igual o se impone cada día más el sentido común, el respeto y la igualdad?

—Yo creo que todavía nos falta un proceso importante de educación. Nos falta una generación o dos. Ahora mismo lo que está pasando es que los hombres ya nos estamos preguntando sobre determinadas cosas. Cosas que hace a lo mejor treinta años era impensable. Pero ya nos las preguntamos. Obviamente, para mi generación ya llegamos un poco tarde para determinadas cosas, pero nos preguntamos las cosas. Bueno, es el primer paso de la educación.

—A veces soez o lenguaraz; otras, más intimista. Pero siempre cuidando el estilo. ¿La búsqueda de la belleza es la base que guía su escritura?

—Yo soy un enamorado, ante todo, de las cosas de Juan Rulfo. El que haya leído a Juan Rulfo sabe que la intensidad es importante, que la potencia es importante, que el ritmo es importante. Hay gente por ahí que dice: “Tienes que manejar muy bien el lenguaje”. Bueno, puede ser. Pero Ginés sobre todo es un obseso del ritmo, de la intensidad. Y Ginés, sobre todo, va a tratar de que cada párrafo sea un todo hermoso.

—Esta, sin duda, es su novela más compleja y ambiciosa y, en sus propias palabras, la más descomunal. Dice usted que marca un fin de ciclo. ¿Hacia dónde nos llevará ahora? ¿O todavía anda perdido?

—No lo sé. Sinceramente. No lo tengo claro. Si le hemos dado la vuelta a la tortilla, a lo mejor hay que empezar a plantearse cosas. No lo sé.

—La ciudad de la novela no tiene nombre. Sus protagonistas no son personajes concretos. Pero algunos secundarios, como Tiff, nacen de husmear en Instagram. Además, escribe en las terrazas de los bares robándole frases a las parroquianas que se confiesan confiadas a las amigas. ¿No teme que alguna vecina le persiga a escobazos por airear sus desamores?

—Ja, ja, ja. No será la primera vez ni será la última. No, no, porque piensa que al final de lo que se trata es de deformar, es decir, yo respeto muchísimo a los escritores que se dedican a contar su vida. Yo nunca contaré mi vida, porque en el momento en que esté contando mi vida, estaré deformando la realidad. Y yo, si hay una parroquiana que está contando algo, ya sea lo que esté contando, al final será deformado de alguna manera, porque a mí me convendrá deformarlo. No creo que ninguna pueda corroborar su fuente.

—Dicen de su novela que tiene algo de 'Thelma y Louise' y de 'Amores perros'.

—Hombre, ellas van en coche y van huyendo y en el transcurso del viaje van a comenzar a descubrir cosas de sí mismas. Y tiene un punto de Amores perros en el sentido de que Amores perros es una película de realismo muy sucio. En cierto sentido, el ambiente general de ese realismo sucio, costroso, yo creo que impregna bastante el libro y las relaciones del libro. Entonces, sí.

—También existe la novela breve. ¿No se anima y así se relaja un poco?

—Ja, ja, ja. Además, están muy de moda. Eso está un poco en las estrellas o en el destino. Es una cosa que yo no controlo. No sabría decirte. En este momento soy un marasmo de confusión.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: IVÁN JIMÉNEZ
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