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Pepe Cantillo | Violencia como deporte

La Eurocopa empieza de la peor manera posible: jugándose en el campo de la violencia. Sillas, mesas, piedras, cristales rotos, mobiliario destrozado, daños múltiples siembran el caos. Pero, por desgracia, esto no es novedad. Los años ochenta, noventa y 2000 están marcados por actos vandálicos entre hinchadas, por ejemplo, la inglesa y la nalemana. Después de una semana, el panorama tampoco está muy claro.



Parece ser que en esta ocasión el fuego lo encienden jóvenes seguidores del Olympique de Marsella que atacan a unos aficionados ingleses. Ganas de bronca no faltan por parte de unos y otros. La guerra empezará antes del encuentro, seguirá durante y después del mismo. En Marsella, en Niza hubo gresca y también en Lille. No son incidentes aislados y, menos, improvisados o simplemente fortuitos. Cette la guerre!

Sufridos hinchas (hooligans les llaman) ingleses, pacíficos radicales rusos y educados ultras franceses machacarán todo lo que se ponga delante. ¿Consecuencias? Amén de los daños materiales, hay heridos, malestar social y miedo añadido al que ya existía en el ambiente ante posibles atentados.

Tal y como marchan las cosas, el torneo de la Eurocopa se ha convertido en un infierno. Francia estaba en alerta y preparada –supuestamente– contra el terrorismo, ante el que tienen razones más que suficientes para vivir en estado de permanente alerta. Pero les han atacado por la espalda.

Francia tiene todas las de perder para convertirse en un campo de batalla. Los recientes, dolorosos, incalificables sucesos de Marsella –a los que de inmediato se han unido los de Niza– han abierto la caja de los truenos mas terroríficos.

Para colmo de males, Francia mete un gol en su propia puerta aconsejando a seguidores británicos, que juegan en Lens, buscarse alojamiento en Lille, donde está la selección rusa, porque allí hay más hoteles.

Hinchas ingleses y rusos a la greña y, por lo que parece, el árbitro no tiene nada que ver en este embrollo, puesto que los enfrentamientos se inician antes del partido, continúan durante y se rematan después. El aficionado inglés de 50 años que está en estado grave recibió varios golpes en la cabeza con una barra metálica. Seguro que dicha barra estaba allí por causalidad. ¡No faltaría más!

De Niza para qué hablar… Podríamos decir que son una miserable imitación, aunque con menor virulencia, de lo de Marsella. Franceses contra irlandeses. Según titulares de El País, hay 36 detenidos y 16 hospitalizados tras nuevos incidentes la noche pasada, entre varios centenares de hinchas radicales rusos e ingleses en Lille. Rusia e Inglaterra se matan con la excusa del deporte. ¿Guerra a muerte contra el contrario? De momento. ¡Miserablemente genial! Como diría Obelix "¡están locos estos romanos!".

¿Qué hacer ante tanta barbarie? Se lo están madurando. Expulsar de la competición a los equipos implicados es una alternativa, pero se la están pensando. Prohibir el alcohol en los lugares más sensibles donde se jueguen los partidos es otra aunque, ésta es fácil de soslayar como se puede comprender.

Hay que decir que todas las aficiones, presentes en este evento, no están dando la nota desagradable y bárbara de rusos e ingleses. Como anécdota, en alguna selección han copiado eso de pitar el himno.

Por otro lado, estos altercados no son derivación de una combinación de circunstancias casuales, que no se pueden prever ni evitar, y sí son resultado de causalidad premeditada y preparada de antemano hasta el punto de que, en este caso concreto, logran cortocircuitar la presencia policial preparada para posibles atentados, no para la toma de la Bastilla.

Al inicio de los enfrentamientos de la semana pasada la pregunta era pertinente: ¿Toda la Eurocopa será así? Mal me lo fiais, Don Juan. Esperemos que vuelva la cordura y el buen hacer del deporte. Caso contrario, pobre deporte, pobre Francia, pobre turismo de divertimento, pobres humanos que caen en lo más denigrante y animal de la conducta: la violencia por la violencia, la violencia como guinda para el encuentro de dos selecciones. Según se han ido desarrollando otros encuentros, parece que no será así.

En el caso de Inglaterra-Rusia, los cafres eran multitud, según los vídeos aparecidos por doquier. Una mala jugada más de una hinchada extremista que parece buscar camorra pelotera a toda costa. ¿Dónde queda la cacareada deportividad que era el banderín de enganche de muchas aficiones? Deportividad significaba nobleza, juego limpio, respeto.

Los videos aparecidos hablan por sí solos; el de los entrenamientos para la ocasión, por parte de los hinchas rusos, no tiene desperdicio. Menos aún la cita del responsable de la Federación Rusa de Fútbol. Dice textualmente: “No veo nada terrible en luchar contra los fanáticos. Por el contrario, bien hecho chicos. ¡Seguid así! ”. ¡Con dos pelotas!

¿Violencia como deporte? Con toda la intención desecho la expresión “violencia en el deporte”. Como espectáculo, está claro que mueve masas y que hasta puede servir de catarsis para eliminar toda una serie de malos humores que perturban la conciencia o el mismo ánimo de las personas. Estoy hablando de aficionados sanos y normales, que son la mayoría, y que van al estadio a divertirse y a pasar un rato agradable. Los cafres son los menos, aunque está claro que dejan huella y bastante amarga.

La violencia en las gradas y aledaños de los campos de futbol se ha extendido como una mala plaga. Es una enfermedad grave que hace tiempo invadió nuestro entorno social; quizás porque si no montamos follón, no hay diversión; quizás porque hemos perdido el más elemental respeto a las otras personas; quizás porque ejercer la violencia, incluso hasta el punto de matar, no sale caro; quizás porque nos divierte jugar al límite y vivir peligrosamente. Vivir puede ser una aventura pero ¿tan poco valor tiene una vida?

Violencia gratuita, violencia como deporte, como divertimento. No son cuatro niñatos sin oficio ni beneficio, no son grupos tildados de antisistema, no son desarraigados camorristas. Son, la mayoría de ellos, brutos adultos que están por montar la piula a costa de todo lo que se ponga por delante, incluida una sobredosis de alcohol.

Esta violencia es un comportamiento deliberado que provoca, o puede provocar, daños a otros seres y se asocia, aunque no solo, con la agresión física, ya que también puede ser psicológica, emocional o política, a través de amenazas, ofensas o acciones.

En el caso que nos ocupa parece que es contra todo lo que se ponga por delante, da igual que sean cosas como personas. Las imágenes que ha mostrado la televisión ponen los pelos como escarpias viendo cómo se patea, no ya al contrario que puede defenderse, sino también al caído que no tiene posibilidad alguna de defensa.

Una imagen me ha dado miedo; la otra, asco. Un sujeto que está pegando a otro levanta los brazos a la llegada de la policía como queriendo dar a entender que él no está haciendo nada. A mí que me registren, parece decir. Y se marcha tranquilamente cantando bajito. Da vomitera ver cómo denigran a unos niños tirándoles monedas al suelo para que se peleen por ellas. Eso ya ocurrió antes y es una mísera imitación.

Lo único cierto es que se ha creado un caldo de cultivo peligroso para convivir entre nosotros. La violencia, venga de donde venga, está demostrado que crea violencia, que destruye todo lo que se le pone delante y, sobre todo, que si damos a mamar violencia a los que vienen detrás, el ejemplo se extenderá como reguero de pólvora –la pólvora en potencia es violenta– que prende con una insignificante cerilla.

Vivimos en un tipo de sociedad que alimenta el enfrentamiento, la rivalidad y promueve a toda costa la competitividad. La violencia es el comportamiento más antidemocrático de todos, porque supone abuso, dominio, desprecio, anulación e incluso en ocasiones desafortunadas, muerte del otro. Ello es razón más que suficiente para que la violencia sea compañera de viaje en casa, en la calle, en política y no digamos en el cine o la tele y, sobre todo, en Internet, en las redes.

Según Freud, cuando la libido no se satisface, surge la frustración y el sujeto reacciona con agresividad hacia los demás. Pobres hinchas insatisfechos, fracasados, defraudados en su vida personal… –suponemos– siguiendo la teoría freudiana.

Y de paso –no “(sor)passo” que suena a monja, vocablo tan de moda estos días por motivos varios y justificados–, la violencia parece que quiere adelantar por la derecha o por la izquierda al fútbol y a quien se le ponga delante. Da igual. La semana ha estado teñida de sangre por circunstancias varias y que no es momento de entrar en ello.

PEPE CANTILLO
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