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Juan Eladio Palmis | Lo demás, periferia

Se sobrecoge el viajero cuando camina despacio saboreando el tremendo poder comunicador que tiene la Campiña cordobesa, con todo aquel que quiera prestarle atención a lo mucho que cuentan los paisajes de quiénes somos y de dónde venimos. Y sin pasión de caminante, uno se da cuenta de que todos aquellos hermosos altozanos son el corazón bombeante de España, y todo lo demás es periferia.



Nosotros, la gente de la calle, los viajeros de paisajes y receptores de leyendas y cuentos, a los que nos obligaron a recitar como verdaderos papagayos en aquella Historia Imperial la lista –curioso, es así como se denominaba: "lista"– de los Reyes Godos, aquellos nombres propios en su mayoría, o por lo menos los que más recordamos, con el sufijo “-gildo” en sus denominaciones, que años después supimos que significaba válido, apto, en la onomástica sueva de los Leovigildos y demás.

Y en realidad es que, poco más de aquella lista goda se sabe y sabía acerca de los godos: aquella gente alta y rubia, que genéticamente no tuvieron que ser nada poderosos, porque los ibéricos de recia y enjuta barba de dos afeitados a puñal afilado diario para estar medio presentables, nada rubios y mucho menos barbilampiños, o bien galoparon en exceso con las godas, seguramente las míticas y sensuales suecas de aquel entonces y le ganaron a los godos por goleada de bragueta, o va a resultar verdad que aquella gente goda eran una élite que no quería saber nada con el vulgo hispanoromano, y acabaron como los Borbones, que si no incorporan de inmediato y en su momento genes de otras familias, hubieran terminado por culpa de un temprano prognatismo hereditario por no poder comer, ya que el labio inferior les sobresalía a modo de teja de cañón para canalera, donde podían beber tranquilamente los gorriones. Y, si no, véase cualquier retrato aunque disimulado del único rey republicano que hemos tenido, don Carlos III, o sus agüelicos.

Y claro, resulta triste y desalentador que en temas que nos atañen a todos, como es el mundo que hemos denominado "visigodo", nos tengamos que mover dentro del total campo de la suposición más absurda porque, una vez más, el cristianismo vaticano, que tanto ha cacareado y lo sigue haciendo de que ellos son y fueron el guardián de la cultura ibérica, no dudaron en pegarle fuego a todo lo escrito, a todo lo habido y por haber del saber del tiempo visigodo, cuando el godo aquel, el tal Recaredo, por allá, por el supuesto año del quinientos ochenta y siete, para ganarle la partida a su hermano Hermenegildo, también aspirante al trono en herencia y disputa, porque ambos, que se sepa, eran hijos legítimos con no sabemos cuántos hermanos más del apá Leovigildo.

El dicho Recaredo, al parecer, fue un rey de los muchos que hemos tenido que se ven guapos con la corona sobre la frente, y como el clero vaticano le puso condiciones para ayudarle en lucirse ante el espejo y en la Corte, no tuvo problema alguno y quemó todo el bagaje cultural conocido hasta aquel momento, a la par que dijo que estaba más claro que el agua lo de la Trinidad, tres dioses en uno, que lo entendía de maravilla, y que los arrianos, cada barco su palo y su vela, no se entiende, porque eran asuntos del tal Arrio: un egipciano que solo sabía ponerse de perfil.

Fue un acto demasiado cruel para toda una nación de gente, que como tierra y reino no ganó nada con que el tal Recaredo reinara y calentara sus aposentos con la abundante bibliografía que se supone ya existía por aquellos años, y que puso como condición de ayuda por parte vaticana a Recaredo en el III Concilio de Toledo, para que su hermanico Hermenegildo se quedara en el paro y los hispanorromanos no pasaran del catecismo.

De no ser porque en torno a Córdoba se desarrolló con cierta pujanza, allá por la mitad del siglo IX, la llamada Escuela de Córdoba donde los mozárabes iniciaron a relatar casi en la clandestinidad crónicas con el mismo cuidado que el que va pisando huevos, con todo lo quemado por Recadero, y con lo parcos que fueron los godos a la hora de legarnos genes y palabras –que dicen los entendidos que no pasan de cincuenta las palabras heredadas de ellos– y la de botellas que nos ha costado ser rubios, al final va a ser que los godos tenía el mismo diálogo que las películas porno.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS