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Juan Eladio Palmis | La Denominación de Origen

Entre los objetivos más inmediatos, de efecto letal de un día para el siguiente en cuanto se firme el TTIP –Acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio, o algo así, que le han puesto el pomposo nombre de "tratado" cuando es una imposición a calzón bajado hacia los países dependientes del campo y la alimentación, caso de España, en beneficio del sistema, a nivel de las grandes empresas transnacionales, caso de los de siempre–, está el de quedarse, entre otras muchísimas cosas que son vitales para países como el nuestro, sin denominaciones de Origen de los productos.



De tal manera que si yo quiero embotellar aceite de soja, o de pepinillo real, y decir que es aceite de la almazara que quiera de Andalucía, todo el mundo se tiene que callar, y nunca, aunque funcionemos mal, como con el TTIP en vigor, las protestas sí que irán todas, pagando encima, a que las resuelva el maestro armero empadronado en USA.

Los ríos, todavía, no gozan del gozón celestial de pertenecer a la propiedad privada, y discurren por las tierras, por lo general administradas por el sistema, y de la propiedad de algunos propietarios más, y se van, los que tienen caudal, camino de sus naturales o artificiales cataratas a darse una carrera de vértigo y girar turbinas.

Turbinas, por regla general, compradas por los gobiernos, porque a ningún particular, ni aún a una empresa, por muy eléctrica que sea, se le vende una turbina de generar energía, salvo que intervenga un Gobierno, entre otros muchos asuntos, por aquello de la sisa y la comisión correspondiente.

Pues bien, si el río es de todos nosotros, y las turbinas también son públicas, instaladas con permiso público, en terrenos públicos, resulta que lo que genera el endemoniado giro de las citadas turbinas, ya nace privatizado, particularizado, y de tal particularidad de privanza, ya toma muy buena y rentable nota la cartera de algún primo o pariente de los padres patrios que, cuando el río no lleva agua, de momento, no nos hacen ir orinar todos a la cuenca o la cabecera para aumentar estiajes, pero todo se verá a no mucho largo tiempo, porque uno, sin tener poderes especiales, sabe lo que es caminar sobre el Guadalquivir, Río del Grande, cruzarlo, sin mojarse los pies poniendo simplemente unas piedras, en un lugar de su andalusí recorrido, en un día de hartura de llanto al comprobar tamaño desastre acuático ecológico.

Viene un tanto a cuento lo que intento indicar desde el teclado de mi ordenador, porque recientemente asistí a una película expositiva de la tragedia que tenemos encima como consecuencia del cambio climático y el hecho de que en la India y en la China los programas de televisión nocturnos, al parecer, tienen que ser instructivos y, claro, la gente, aburrida, se va a la cama, y como allí los teléfonos y electrodomésticos son muy baratos, pero los condones tienen un precio prohibitivo, decían los productores de la película apocalíptica a la que hago referencia, que solamente entre esos dos países no van a dejar un palmo de tierra donde cosechar alimentos, y aún así la cosa va a estar muy apretada.

A las gentes normales, nos cuentan todas esas cosas apocalípticas, y cuando se acaba la proyección a la mayoría se nos queda cara de gilipollas porque nosotros somos unos agentes pacientes del desaguisado mundial. Y corresponde a los agentes activos, gobiernos y leyes reguladoras la aplicación rigurosa de las nuevas tecnologías, encargadas de que todo lleve su control adecuado; porque me temo que por muy concienciado que uno esté sobre el medio ambiente, nada podemos hacer sobre la barbaridad ambiental de punto final que se está gestando en China, por culpa de que todo se fabrica allí.

Y si uno dice, pues voy a cooperar y no voy a comprar productos chinos, resulta que tendrá que caminar descalzo e ir enseñando las bolas por la calle, porque todo, absolutamente todo, está fabricado allí, y ya te suelen mentir hasta cuando te etiquetan algún producto y te dicen que está fabricado fuera de China.

Tuvo que ser triste y a la vez en extremo catastrófico para el hombre y demás seres vivos con movilidad o sin ella aquel terrible proceso por el cual el río Saura, que naciendo en los Atlas marroquíes metía sus aguas con rumbo sur mucho más de quinientos kilómetros en las entonces tierras fértiles de las actuales arenas del Sahara, y que prácticamente paralelo al Saura, corriera aquel otro gran río, el Igargar, dotado de un complejo sistema fluvial, que era el río del poniente sahariano, que hacia paridad con el Nilo en rumbo y caudal, y solo quede de aquellos ríos y aguas el recuerdo en los topónimos del desierto de la sed, el Tanezruft, o en el desierto de los desiertos, el gran padre Sahara, que como un libro abierto, películas de arte y ensayo aparte, nos está mostrando lo que somos capaces de hacer los homos sapiens cuando, encima, le prestamos todo nuestro apoyo destructor a las facies áridas, y nos ponemos a bailar jotas o malagueñas ante la variación de la poderosa banca polar.

Pero está claro y conciso que aquellos nuestros antepasados, si hubiesen dispuesto del tremendo potencial tecnológico del que disponemos ahora, en modo alguno hubiesen dejado que semejante asunto aconteciera. Nosotros, parece como si nos alegrásemos cuando una fuente deja de manar, porque no tomamos medidas al respecto. Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS