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Aureliano Sáinz | De Di Stéfano a CR7

Que el fútbol es uno de uno de los mayores espectáculos mundiales a nadie le cabe la menor duda, tanto al que le guste este deporte como al que no le hace ninguna gracia. Y cuando digo espectáculo lo manifiesto en su mayor amplitud de la palabra: juego, medios de comunicación, televisión, venta de toda clase de productos, grandes inversiones en fichajes y publicidad… Sí, sí, mucha publicidad… Pero remontémonos décadas atrás.



De pequeño, yo siempre jugaba al fútbol con mis amigos. Era una de nuestras pasiones favoritas: todo el día con la pelota en la calle hasta que salía una señora a la puerta de la casa a decirnos que ya estaba bien, que nos fuéramos con viento fresco al campo a jugar con la pelota, que le manchábamos las paredes y que gritábamos mucho.

Con el paso de los años, no me ha quedado más remedio que verlo en directo o por la televisión, pues el cuerpo ya no daba para las carreras que uno se marcaba en aquellos años de la infancia, cuando la calle era de la chiquillería y no habían llegado esos ‘monstruos’ llamados coches a quitarnos un espacio que considerábamos como nuestro. Lo cierto es que aguanté bastante, hasta que me di cuenta que no alcanzaba a los chavales con los que quería jugar y mantener el placer de marcar goles.

Ha llovido mucho desde entonces. Hoy, indudablemente, el fútbol se ha convertido en el gran espectáculo ante el que se rinden las masas que se extienden a lo largo y ancho de todo el planeta (entre esas masas se encuentra el que firma este artículo). Tanto es así que, con cierta sorna, les suelo decir a los amigos que se ha convertido en “la religión del siglo veintiuno”, pues no hay ningún lugar, ningún país, ningún templo que acoja a tantos fieles como los estadios y allí se desaten tantos entusiasmos los fines de semana.

Por esta razón, es imposible que la nueva religión, como todas esas curiosas sectas que conocemos y que nos llegan de Estados Unidos, no mueva ingentes cantidades de dinero y que las grandes estrellas del fútbol, esos nuevos ídolos a los que adoran las multitudes futboleras, no se apoyen en el mundo de la publicidad para completar la inflada cuenta corriente que ya de por sí poseen.

Este fenómeno de los derechos de imagen o de las campañas publicitarias de las estrellas del fútbol resulta muy actual, pues en las décadas pasadas ser el protagonista en unos anuncios para promocionar determinadas marcas era, por un lado, un hecho bastante raro a lo que se cocía en los campos de fútbol y, además, no era mucho lo que ganaban por salir anunciando un producto.



Si con los prismáticos echamos una mirada hacia atrás, podemos recordar que el gran Alfredo Di Stéfano protagonizó dos anuncios. Uno de ellos, en tono de humor, trataba de la promoción de medias femeninas, en el que se decía: “Si yo fuera mi mujer luciría medias Berkshire”. Hay que reconocer que tenía cierta gracia, pues, en la parte superior aparecía, de cintura para arriba, la foto del jugador y, en la parte de abajo, unas piernas femeninas.

El otro, que yo conozca, es el que muestro. Este resulta ser bastante sorprendente, puesto que se trataba de una campaña publicitaria de la empresa de tabaco estadounidense Lucky Strike. En el anuncio, vemos a un joven Di Stéfano sonriente con un cigarrillo en su mano derecha, al tiempo que en la izquierda muestra un paquete de esa marca. Con el eslogan se intenta captar adeptos diciéndoles: “La Saeta Rubia Alfredo Di Stéfano dice… Lucky Srike es mi cigarrillo”.

La enorme ingenuidad de este anuncio genera cierta sonrisa en el espectador actual. Ya sabemos que al día de hoy la publicidad de tabaco está prohibida; de todos modos, ninguna empresa tabacalera acudiría a deportistas para anunciarse, pues las imágenes de deporte y la publicidad de tabaco están reñidas. Por otro lado, yo no recuerdo que Di Stéfano fumara. Quizás apareciera entonces por la relación que se establecía entre el apodo que recibía y que la marca anunciada fuera de cigarrillos rubios.



“¡Hay que ver cómo cambian los tiempos!”, es la expresión que solemos escuchar a los abuelos cuando recuerdan sus años juveniles. Lo cierto es que tienen razón; para qué vamos a engañarnos. Y más aún, cómo cambian en el mundo publicitario, pues cuando se trata de vender todas las estrategias inimaginables se hacen realidad.

Así pues, era de suponer que un día llegara un nuevo profeta que juntaría a la perfección el fútbol y la publicidad, es decir, la pareja ideal. Su nombre: David Beckham. Bien es cierto que distintos jugadores ya anunciaban algunas marcas de ropa conocidas, mostrando cierta elegancia en el traje que portaban. A Sergio Ramos, Gerard Piqué o Xabi Alonso, por ejemplo, los encontrábamos protagonizando anuncios de ropa masculina; pero esto lo entendíamos como algo normal, pues otros deportistas también lo hacían.

Pero Beckham había venido para anunciar al mundo un nuevo modelo de hombre: el hombre metrosexual. Para ello había que ser guapo, tener un cuerpo apolíneo, cuidarse al máximo y, por supuesto, ser tan sexy como las grandes modelos de las pasarelas.

Cambiar de peinados, tatuarse, darse cremas faciales y corporales, depilarse, echar horas y horas en el gimnasio para aparecer sin un gramo de grasa… eran parte de la imagen del nuevo hombre que él encarnaba. Se mostraba con soltura como la perfecta unión de futbolista y modelo publicitario, en igualdad de condiciones, y sin que se supiera cuál de las dos facetas prevalecía, pues ambas eran iguales de importantes.



Pero el mundo de la publicidad es un monstruo insaciable que necesita ser alimentado constantemente con nuevos personajes, nuevas figuras, nuevos mitos, perfectamente planificados y que encarnen los productos más apetecibles ante un público ávido de consumir las últimas novedades que les muestran por la televisión en el inagotable mercado global del consumo. De este modo, una rutilante y novísima estrella comenzó a brillar en el firmamento con luz propia: Cristiano Ronaldo.

Así pues, había que dar un paso más allá de lo que había conseguido su predecesor con el fin de destronarle, pues no es posible que dos astros puedan brillar al mismo tiempo en el horizonte futbolístico y publicitario. Esta nueva estrella, como no podía ser de otro modo, se encarnó en un joven portugués de Madeira.

Cristiano, al principio, seguía los mismos pasos publicitarios que ya marcara David Beckham, de modo que los dos llegaron a anunciar ropa interior de la marca italiana Giorgio Armani. Ambos en las mismas poses, con los mismos estudiados gestos, mostrando sus virilidades, para que sus fervorosos seguidores los tomaran como los modelos a imitar.

Pero Ronaldo le sobrepasó. No le bastaba con lo que había aprendido de su precursor; necesitaba destronarle. La genial solución la encontró creando su propia marca: CR7. No solo era uno de los jugadores más cotizados a nivel mundial; ahora su enorme fortuna se inflaría con las constantes campañas de su propia marca, al tiempo que él mismo se convertía en un producto construido con las iniciales de su nombre y apellido y el número con el que juega en el Real Madrid.



La fusión alcanzada por Cristiano Ronaldo es perfecta: ya no es posible distinguir a la persona del personaje CR7; es decir, no sabemos cuándo nos encontramos con el futbolista y cuándo con el personaje que anuncia su propia marca.

Para que entendamos lo que digo, viene bien la reciente fotografía en la que aparece todo el equipo madridista que jugó en el Camp Nou contra el Barcelona, al que derrotó en la vuelta de la Liga. Ahí están eufóricos y felices, como no podía ser de otro modo. Pero todos se encuentran vestidos con la ropa de juego, excepto Pepe que se cubre con una toalla y el pequeño grupo del fondo, que tiene a otros compañeros que les tapan.

Sin embargo, vemos en la izquierda a Cristiano, todo radiante, todo exultante y seguro de sí mismo, como diciendo: “Centren su mirada y admírenme”. Entiende que es un gran momento idóneo para promocionarse y para que todo el mundo compruebe que es un genuino triunfador, con un cuerpo atlético que porta solamente un slip de color blanco de su propia marca.

Adiós, pues, al hombre metrosexual de David Beckham. Hoy en el firmamento solo brilla con todo su esplendor el novísimo modelo masculino en el que todos debemos mirarnos. Su nombre: CR7.

Posdata: El fútbol, por arriba, es en gran medida como lo he descrito. No nos cabe la menor duda que deporte, espectáculo y negocio forman un trío indisoluble; sin embargo, por abajo, es el mayor invento que se ha creado para los chavales disfruten en pandillas de amigos, ya que podemos verlos en cualquier parte del mundo que con una pelota juegan, gozan y son felices sin necesidad de gastar y consumir. Es la grandeza de este juego.

A mis amigos de la infancia.

AURELIANO SÁINZ