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Pepe Cantillo | Del patio del colegio a la Red

Y crecimos en libertad, con derechos, minimizando primero el valor de las acciones para terminar despreciando el valor de las personas. Y llegaron las nuevas tecnologías y, con ellas, esos mágicos artefactos (teléfonos móviles, ordenadores, tabletas...), artilugios capaces de hacer de todo, desde propalar información comprometida, burlarse del mas “pintao”, herir y dañar con la palabra o con la imagen, hasta provocar la destrucción del prójimo o de la prójima. Lo grave es que todo ello termina por parecernos algo normal.



Acosar a alguien no es nuevo, quizás la novedad estriba en que, de un tiempo a esta parte y dado el eco que despiertan las redes sociales, el tema ha pasado a primera página y se ha convertido en una seria preocupación, amén de un delito en muchos de los casos. Hoy acosa hasta el perro del vecino cuando pasea por la calle. Lamentable.

Acosar en el recreo ha dejado de ser algo puntual, que por lo normal no traspasaba las puertas del colegio si no fuera porque dicha situación se hace pública al saltar a la Red. Internet es el nuevo escenario donde se publican las “hazañas” de las que se jactan los acosadores a la par que consiguen su minuto de gloria ante la basca (amigotes). Una vez que el suceso se publicita, ya no lo para nadie. Estar conectado a ese “escenario virtual” es básico para el personal. Como botón de muestra, WhatsApp.

Los tipos de acoso a los que nos enfrentamos son muchos y muy variados. La lista que doy a continuación en inglés, marca algunas parcelas del problema. ¿Por qué en inglés? Parece que suena mejor, que es menos ofensiva la situación; vamos, algo así como un puro divertimento.

Bullying, cyberbullying, stalking, sexting, sextorsión, grooming... En el mundo deportivo le llaman pressing para darle más caché al vocablo "presión", pues "acoso" suena a vulgar. Hay más, pero basta con estos de muestra.

¿Qué podemos hacer contra esta lacra? La pregunta es tópica, el campo de actuación muy amplio y las soluciones difíciles. De momento, tomar conciencia de su existencia; estar atentos a cualquier indicio que pueda aparecer; conocer para actuar. Los acosados dan señales de alerta y los acosadores, también: solo hay que prestar oído a esas señales.

En los recreos escolares siempre ha habido sus más y sus menos de unos chicos contra otros chicos, ya más modernamente también las chicas se hicieron más guerreras. Nunca solía llegar la sangre al río. Me estoy remontando a otros tiempos en los que es posible que fuéramos más pacatos, más temerosos y, también, más humanos. Tiempos en los que no éramos tan violentos ni supuestamente sádicos y ni tan siquiera habíamos aprendido a pintar (guarrear) las paredes.

En el caso del acoso escolar hay que tener muy en cuenta que amenaza el equilibrio emocional y a veces físico de los escolares y afecta negativamente al aprendizaje. Lo ideal sería detenerlo antes de que comience pero eso es casi imposible. Los verdugos actúan sibilinamente, la víctima sufre en silencio y el coro se divierte o hace piña.

El acoso escolar (bullying), por los daños que comporta, deja secuelas que acompañan al sujeto a lo largo de toda su vida. Los acosados, según recientes estudios, son propensos a enfermedades, a depresión, tienen dificultad para afrontar relaciones a largo plazo y la tendencia al suicidio está presente y por desgracia, en algunos casos se ejecuta.

Este tipo de agresiones ha hecho su aparición a edades más tempranas de las conocidas hasta ahora. Solía darse entre adolescentes pero eso ha cambiado hasta el punto de ser frecuente ya en la primera etapa de la ESO y, para asombro y sorpresa, en colegios de Primaria también. Lo cito para dar la voz de alerta y poder enfrentarse al problema en caso de aparecer. Hay que excluir el tópico de que son cosas de chiquillos, que siempre han sucedido y que sirven para endurecerlos.

Los personajes de este drama convivencial son el acosador, la víctima y el público. Doy unas breves referenciales de cada actor de este drama según su importancia.

El acosador (él o ella) suele ser prepotente, un respondón que se salta las normas; es un gallito de pelea que busca prestigio en el coro de amigotes que le ríen las gracias; actúa por diversión sin importarle las consecuencias; le falta empatía y su autoestima es baja, cuestión que compensa haciendo daño.

Hay marcada diferencia entre acosador y víctima pues el primero necesita protagonismo y el segundo, no. Elige víctimas débiles que no saben qué hacer ante el problema o no pueden hacer y ahí reside su éxito. En caso contrario, todo terminaría en una pelea de gallos de corral.

La víctima sufre insultos, burlas y desprecio, empujones, zancadillas, ridiculización, difamación, groserías, motes, se le hace el vacío –ni le hablan ni le dejan que hable–, se le excluye en los juegos, soporta amenazas físicas que suelen cumplirse (el acosador es listo y no dejará huellas físicas que lo delaten).

El público asiste como mirón, silencioso o, en el peor de los casos, jaleando los hechos que se desarrollan en este drama, tal vez por sadismo, por empatía o miedo al acosador, pero en cualquier caso, también juega un papel importante con su no denuncia.

Del colegio saltamos a las redes y el problema se hace letal. El ciberacosador persigue a la víctima hasta el ordenador personal o se cuela en su móvil. Desde la creación de un perfil falso, con el nombre de la víctima donde le generaran conflicto con terceros, hasta colgar comentarios denigrantes o fotos robadas y mandarle mensajes amenazadores de móvil, hay toda una amplia gama.



Señales de alarma que debe tener en cuenta la familia y la escuela: rechazo a ir al colegio, cambios en el comportamiento habitual, bajada inexplicable del rendimiento, alteración del sueño, desinterés por las actividades escolares, negarse a hablar de la escuela, rehuir compañías y aparecer triste, presentarse con la ropa rota o deteriorada, perder cosas y pedir dinero (posible síntoma de chantaje).

Por lo normal, eluden hablar del problema, bien porque esperan que sea algo pasajero o por creer que podrán controlar la situación sin ayuda, incluso les duele que puedan creer que son cobardes. El acosador suele atemorizarlos para que no hablen. Guardar silencio, aislarse es uno de los mecanismos que utilizan las víctimas, pues al daño que les causa la situación se añade el hundimiento personal.

Hay sobradas razones para pedir ayuda pero no lo hacen aunque esté demostrado que es fatal para ellos. Los datos apuntan a que un veintitrés por ciento de niños y adolescentes españoles sufren en silencio el maltrato escolar.

El primer paso para poder solucionar es tener información de la existencia del problema. Insisto en la necesidad de estar al quite al menor síntoma de cambio de conducta como señal de que algo pasa. Mala es la ignorancia, peor la alarma, entre otras razones porque la sobreprotección tampoco es buena para ellos. Cerrar los ojos no resuelve nada.

En esta situación el papel de los padres es básico. El del centro, también. No vale mirar para otro lado, hay que alertar e incluso denunciar si es necesario. ¿Administración? Debe implicarse aun más.



¿Qué puede hacer la familia? Ante todo no poner el grito en el cielo. Nunca culparle por no haber sido capaz de reaccionar. Tener en cuenta que la tensión que sufren les impide pensar racionalmente. Hay que liberarle de la carga negativa que los angustia. Es básico ganarse su confianza para que hablen y cuenten lo que ocurre. Estar a su lado, sin restar importancia al tema pero sin machacar porque no hayan puesto remedio. Ponerse en su lugar (empatía) ayudará a compartir el problema y exteriorizar sentimientos.

El papel de los docentes es importante para detectar situaciones y actuar con celeridad, evitando males mayores. En cuanto se tenga constancia hay que advertir a las familias de lo que está pasando, aunque en el caso de los acosadores no suelen admitirlo ni el protagonista ni los padres. Mostrar hechos concretos con testigos y avisar que si no se corrige la situación se tomarán medidas más drásticas. La prevención es lo más eficaz en este tipo de circunstancias aunque por lo general siempre se llega tarde.

PEPE CANTILLO