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Los establos de Augias

El impacto primero, la nueva conmoción de un nuevo y parece que gigantesco caso de corrupción, que sacudió ayer los cimientos de la política española, puede interpretarse poco menos que como un final, como un mazazo cayendo ya definitivamente sobre el clavo del ataúd de un sistema.

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Esas van a ser, sin duda, la primeras interpretaciones y es muy lógico pensar así. Esto se derrumba y en nada aquí no quedan ni cascotes. Todo quedará barrido y abrirá las puertas a un populismo que ha encontrado el momento oportuno para hacerse con el poder. Sin otro mérito que el hundimiento en un cenagal de los demás. Que no es pequeña razón, pero cuyo resultado puede ser aquel de utilizar un remedio que resulta peor que la enfermedad.

Sin embargo, uno lo ve de manera bien diferente. Porque sean cualesquiera las consecuencias electorales que esto provoque y aunque estas resulten ser un auténtico tsunami, algo que en el fondo no deja de parecerme secundario, lo que resulta importante es que en verdad parece que el sistema, el denostado sistema, funciona, se ha puesto en marcha y a través de la justicia, que es como se hacen las cosas en las democracias, está en la ingente y urgente tarea de limpiar las acequias de nuestra democracia representativa de corrupción.

Un trabajo de Hércules, desde luego, porque comparado con esto, los establos aquellos del rey Augias son una nadería y aquí no vale con desviar un río para dejarlos libres de porquería. Aquí habrá que contar con un mar para que esto quede algo aseado.

Pero lo de ayer, como lo de poner al descubierto las tarjetas negras de Caja Madrid, como haber destapado lo de los ERE o lo de la Gürtel o lo de los Pujol, que va a ser de mucho más que los Pujol, a mí me parece algo positivo y esperanzador.

Bueno para los ciudadanos, bueno para la democracia, bueno para Justicia, bueno para que pasado todo el trauma tengamos la sensación de verdad de que en nuestra Nación no hay impunidad para los que nos roban, para quienes se aprovechan de los cargos públicos. Bueno, en suma, para que llegemos todo lo más cerca posible a la tolerancia cero contra la corrupción.

Que los partidos afectados, que son los que han tocado pelo de poder y que están en un brete lo pasen mal, me importa un bledo. Que espabilen, que hubieran controlado a los suyos, que ahora demuestren que de verdad están dispuestos a barrer la casa y que no se anden con monsergas ni paños calientes ni queriéndonos tomar a todos por tontos.

Que de una vez cojan la podadora y poden todo lo que haya que podar. Porque si no lo hacen, y no sé si ya es tarde, no pueden esperar de nosotros otra cosa que no sea tirarlos a todos a la basura junto con aquellos que en su seno y amparados en sus siglas, en sus listas y en su poder han convertido a España en un inmensa pocilga donde cada vez huele a peor.

Son sus delitos, son sus pecados y por ellos deben pagar. Mucha gente, está cada vez más diáfano, ha de ser extirpada de la política y resulta tan imprescindible que se haga y de inmediato porque de no hacerlo lo que se puede poner en riesgo es la democracia en sí.

Así que lo dicho. Para el que suscribe, como lo fue el día de las tarjetas, el del desfile de los pájaros de la Gürtel, o de los palomos de los ERE o como el de los hijos, naturales y políticos, de Pujol, este de hoy es un buen día. Un magnifico día, aunque también un día de vergüenza y de oprobio que en cierta forma duele, porque es cuando quienes nos saqueaban se han topado con la justicia, se han encontrado con la ley y sus guardianes en la puerta y se los han llevado detenidos.

Si, por supuesto contando de entrada con todas las presunciones de inociencia, se demuestra su culpabilidad y acaban presos, no seré yo quien derrame una lágrima de tinta por ellos. Bien al contrario, ya que lo único que haré será añadir mi voz a ese clamor general, de que amén de la cárcel, lo que queremos es que nos devuelvan el dinero. Porque ese dinero, el que los corruptos se embolsan, es nuestro dinero.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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