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La vida con uniforme

El valor de un héroe o de una heroína se mide en función de la temeridad de sus actos ante la consideración del resto de mortales. Es decir, cuando la mayoría reconoce que no haría algo por cualquier tipo de razón, aunque ese fuese su deseo o así le instase su moral, aquel que realmente lo hace es recompensado con la admiración y el respeto de los demás.

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Hace unos días, el bombero de A Coruña que hace algo más de un año devino en símbolo de la lucha social contra los desahucios al negarse a abrir el portal de la casa de una anciana de 85 años que iba a ser desalojada, se presentó ante los juzgados de su ciudad, flanqueado por numerosos vecinos, amigos y periodistas, para recurrir la sanción administrativa de 600 euros que le fue impuesta por "desorden público".

El bombero aseguraba que lo volvería a hacer, al considerar que entre las funciones del Cuerpo de Bomberos no está la de servir de brazo ejecutor de los bancos. Una perspectiva más que sensata. No obstante, si este hombre apareció en telediarios, tuits y muros de Facebook en aquel momento y ahora una vez más, es precisamente porque esa posición tan obvia no es defendida por el resto.

Y no hablamos del colectivo de bomberos en concreto. Basta con imaginar una situación similar y preguntarnos si estaríamos dispuestos a subvertir el rol social que desempeñamos. Como el empleado del banco que decreta el desahucio, el juez que ratifica la orden, el policía local que acordona la zona, el cerrajero que acude a abrir la puerta, o hasta el que hace las fotocopias del caso.

No vale ser ingenuo, o hipócrita. Cada uno lleva su propio uniforme. Algunos con orgullo, otros con resignación, incluso a algunos otros parece que se les adhiere demasiado a la piel y ya casi dejar de ser eso, un uniforme. Porque más tarde, cuando se llega a casa, es conveniente desprenderse de él, para que la suciedad no nos alcance la piel.

La vida así no es tan difícil. Al menos si no cuestionas cada una de las acciones que conlleva tu rol social. Puedes estar de acuerdo con él, o aceptarlo sin más, o por el contrario convivir con una tensión latente que vaya horadando tu propia consideración personal. Pero subvertirlo... sólo está al alcance de los héroes y de las heroínas.

Por ello, les aplaudimos cuando van al juzgado por no hacer lo que otro bombero probablemente hizo algunos minutos después, o cuando aceptan todo tipo de crueldades por defender sus derechos y los de los demás, o cuando, en definitiva, anteponen unos ideales al calor reconfortante del uniforme.

JESÚS C. ÁLVAREZ