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Ciudadanos al poder

Considero un grave error que la ciudadanía se mantenga al margen de la vida política del país permitiendo, con ello, que los políticos "profesionales" parasiten nuestras instituciones, ejerciendo una representatividad que en muchos casos escapa a la voluntad del pueblo para insertarse en el interés de los partidos y de ellos mismos.

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Es cierto, no lo niego, que la actuación de nuestra clase política viene asqueando a los españoles sea cual sea la Comunidad Autónoma en la que se encuentren, pero ello no justifica, muy al contrario, el alejamiento de los ciudadanos de los centros de toma de decisiones, ya que con ello, al margen de enrarecerse cada vez más el clima social, con graves consecuencias, se facilita que multitud de ineptos sean quienes dirijan nuestra sociedad debilitando aún más si cabe el Estado democrático y de derecho que pretendimos darnos en 1978.

De ahí que no valga la autoflagelación y esa afluencia de críticas que diariamente discurren por los medios de comunicación y las redes sociales.

Son nuestros políticos los culpables, pero lo son porque todos nosotros permitimos que en último término lo sean, bien por no presentar alternativas o bien por dejarnos llevar ciegamente por unas siglas que en ninguno de los casos encierran realmente la pureza de un pensamiento ideológico, sino que sirven de testaferros para, en base a los apoyos que reciben, establecer programas de actuación muchas veces distintos a los que se ofrecieron electoralmente.

Ello, sin hablar de la corrupción que se ampara en tales siglas y que no escapa a ninguna de las que representan a los más importantes partidos estatales o nacionalistas.

La corrupción socialista destapada en los últimos años de Gobierno de Felipe González, las de las tramas Gürtel o Bárcenas en el PP, la continuada en el tiempo de CiU y desbordada ahora con la implicación de los Pujol, o la mega corrupción protagonizada por el socialismo andaluz con los ERE falsos o la apropiación ilegal de fondos destinados a cursos de formación a trabajadores, junto a multitud de casos en comunidades autónomas o municipios, ligados muchos de ellos a políticas urbanísticas, contrataciones o concesiones irregulares, etcétera, son claros ejemplos de un sistema imperfecto que sólo ha contado con el voluntarismo de cierto sector de la clase política pero no con la acción decidida de toda ella para erradicar esta lacra.

Por eso que frente a la complicidad, no disimulada, en la defensa del bipartidismo, tanto por parte del Partido Popular como del PSOE, a la búsqueda de un marco de actuación política que elimine cualquier tipo de fiscalización plural, por parte de la sociedad, en el gobierno de las instituciones públicas del país, no me parece descabellada la aparición de nuevas formaciones políticas dentro de todo el espectro ideológico –con las que podré coincidir o discrepar frontalmente– que vayan aglutinando a los sectores menos domesticables de nuestra sociedad, generando una dinámica de participación hoy desaparecida y con una calidad de debate muy distinta a aquel de "y tú más que yo" que tanto practican en la actualidad nuestros representantes y que no delata sino la pésima cualidad –no digamos ya calidad– de los mismos.

La endogamia nunca dio buenos resultados en las monarquías ni en cualquiera de los procesos evolutivos del ser humano. Tampoco podía darlos en política.

Y endogámicos, profundamente endogámicos, son nuestros tradicionales partidos políticos, no tanto por los lazos familiares que unan a sus componentes –que haberlos los hay, prefiero no poner ejemplos– sino por el grado de dependencia piramidal que se establece entre ellos, lo que deja poco margen a la creatividad y menos aún a la crítica interna, con lo que el poder absoluto se concentra en unos pocos de sus miembros no llegando ni siquiera las migajas al pueblo que es quien los elige.

De ahí que sea la variedad, la libertad, el frescor de las ideas, la visión no sesgada de los problemas y el cruce de genes políticos diferentes, en el marco de una España unida y solidaria socialmente, lo que nos permita sentirnos identificados con un proyecto plural de gestión y democracia que hoy pretende basarse no ya en el pensamiento único sino en dos únicos modelos de acción.

A todo ello habrá que sumar grandes dosis de talento, perspectiva política de futuro, prudencia, diálogo y superación de lo que nos enfrenta para encontrarnos en aquello que a todos nos pueda unir, que no son componentes que sobren en la sociedad pero que habremos de ir descubriendo.

Por mi parte, después de doce años sin militancia, me he sumado a esa búsqueda, confiemos encontrarnos muchos más en el camino hacia lo que todos queremos: paz y progreso social.

ENRIQUE BELLIDO
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